• Por Josías Enciso Romero

La idea de traicionar al Partido Colorado es una asignatura permanente en la malla curricular política del presidente Mario Abdo Benítez. Prefiere la derrota de la Asociación Nacional Republicana antes que “sufrir” viendo la victoria de sus adversarios internos. Una actitud característica de quienes añoran la dictadura y desprecian la democracia como un estilo de vida, relacionamiento y convivencia societaria. Una actitud que tampoco es nueva en él.

Ya el 30 de junio del 2016 (página 7 del diario Última Hora), el hasta ahora mandatario tenía deseos de “alcanzar una alianza electoral con el Frente Guasu”. Aunque en aquella oportunidad no se dio, ya se estaba anticipando a lo que plantearía su actual vicepresidente, Hugo Velázquez, en su papel de precandidato presidencial, si bien después tuvo que desensillar el pingo. Decía Marito en aquella oportunidad: “El Partido Colorado tiene que liderar un proceso para la construcción de un proyecto nacional con el Frente Guasu y con otros partidos y sectores sociales, con los cuales podemos dialogar”. Lo que no explicaba, por mala fe o por ignorancia (o por ambas cosas a la vez), es que en una concertación los símbolos, la doctrina y hasta la denominación del Partido Colorado iban a desaparecer, para cobijarse bajo otros colores y otros principios necesariamente compartidos con organizaciones políticas que no comulgan con la ideología republicana. Pero eso a él no le importaba. Solo le impulsaba su interés particular.

Cuando el presidente Maritus declaró que es una lástima que el Partido Colorado –partido al que está afiliado– haya retornado tan pronto al poder porque eso impidió que su cuadro dirigencial se depurara, no fue un desliz freudiano. No fue, por tanto, un acto fallido. Que se le escapó sin querer. No. La expresión le nació de lo profundo de su corazón sangrando resentimiento.

Lo que ocurre es que juzga a todos los demás, desde la torre de su soberbia, con un supuesto coloradismo de raíz. Ese coloradismo de raíz que, según él, le pertenece con exclusividad. Nunca entendió que él representó el último eslabón de una generación autoritaria y corrompida por el dinero y el lujo y sometida a una dictadura atroz consciente de su propio servilismo.

Que traficó dignidad a cambio riquezas. Que vendió su silencio ante las barbaries del régimen sanguinario por un puñado de dólares, mansiones, autos de lujo y estancias. Esa es la única raíz genuina de Marito. Nunca fue la pureza colorada. Porque el estronismo es la antítesis del coloradismo. Un estronismo al que aprendió a venerar con el ejemplo de su padre, la mascota o bufón preferido del dictador, el inefable “don Mario”. Por eso entró en corto: porque, de la mano del movimiento Honor Colorado, la Asociación Nacional Republicana volvió al Palacio de López en apenas cinco años, convirtiéndose Horacio Cartes en el 50º presidente del Paraguay. Aunque, el predestinado para esa gloria política era él, Marito, y nadie más. Al menos eso le ardía en su seso. El “elegido de los dioses” tuvo que hacer cola.

Su aversión al líder del movimiento Honor Colorado tiene ribetes enfermizos. Patológicos, diría ya, a estas alturas. Probablemente contagiado por el “mariscal de la derrota”, Óscar “Nicadrón” Duarte “Bruto”, quien nunca pudo digerir que el entonces presidente, Horacio Cartes, haya aceptado su renuncia como embajador ante la República Argentina sin que le haya ofrecido nada a cambio. Entonces, se juntaron el hambre y las ganas de comer. El kura’ŷi y las ganas de rascarse. Hoy se percibe claramente que no tienen ningún interés en aceptar a otro candidato presidencial que no sea Arnoldo Wiens, el leal testaferro del mandatario para “sugerir” la compra de asfaltos a la empresa proveedora del mandatario. No le vende directamente al Estado, sino a las empresas que trabajan con el Estado. El perfecto círculo de la corrupción.

Si las encuestas cumplen con sus anticipos, el candidato a la presidencia de la República por la ANR será Santiago Peña, del movimiento Honor Colorado. Un trago amargo para el oficialismo. Ya anunciaron públicamente –y el “mariscal alambique” fue el vocero– que no se abrazarán con el “cartismo”. Tampoco es obligación que lo hagan. Solo tienen que aceptar que perdieron. Pero, como la democracia es una palabra que hace rato saltó de sus diccionarios, la traición al partido –de cuya pureza se ufanan– es un hecho predecible. Solo que, si antes se rumoreaba que Euclides Acevedo era el plan B del Gobierno, ahora también empieza a barajarse el nombre de Efraín Alegre. Total, Marito, con ambos tiene buena sintonía. A favor del mandatario debemos aclarar que nunca ocultó ambos amoríos políticos. Al “Gallo”, incluso, lo convirtió en ministro del Interior, primero, y en Canciller Nacional, después.

Es demasiado evidente que, tanto Mario Abdo Benítez como Nicanor Duarte Frutos, Arnoldo Wiens, Juan Manuel Brunetti, Mauricio Espínola y otros próceres de la soberbia autoritaria buscarán cualquier plan extra para tratar de evitar que Santiago Peña sea presidente de la República. Aunque, para eso, tengan que renovar su pacto con el diablo. Chulear Tacumbú bien vale pagar cualquier precio.

Si las encuestas cumplen con sus anticipos, el candidato a la Presidencia de la República por la ANR será Santiago Peña, del movimiento Honor Colorado. Un trago amargo para el oficialismo.

La expresión le nació de lo profundo de su corazón sangrando resentimiento. Lo que ocurre es que juzga a todos los demás desde la torre de su soberbia, con un supuesto coloradismo de raíz.

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