• Por Josías Enciso Romero

Las encuestas miden la temperatura política de un momento determinado. De por sí, solas, no sirven para ganar elecciones. Sirven, sí, para manifestar tendencias que pueden consolidarse o diluirse. El factor humano del liderazgo y su contacto con la gente son insustituibles. Pero, definitivamente, marcan un territorio de preferencias. Los trabajos que son ordenados por los propios candidatos incluyen datos que, por lo general, no son compartidos públicamente: debilidades, urgencias, fortalezas, expectativas y prioridades de la sociedad. Y de acuerdo con esos indicadores, la campaña profundiza, ajusta, refuerza y hasta da un giro radical sobre algunos puntos específicos. Esta herramienta con procedimientos científicos, sin embargo, no siempre cumple el requisito de la precisión infalible. Varias son las razones: es manejada por personas incompetentes, es manipulada premeditadamente (aunque últimamente en una fracción menor por el ojo escrutador del Gran Hermano) o los sondeados no contestan con sinceridad. Incluso cuando es administrada con honestidad y competencias, algunos sectores de la clase política o los profesionales ideológicamente comprometidos insisten en descalificar las encuestas por las diferencias que se dieron en las últimas elecciones entre los pronósticos previos y los cómputos finales. Sin embargo, ignoran un detalle fundamental: los señalados como ganadores, finalmente, ganaron. No por varios cuerpos, pero fueron los primeros en tocar la campana.

Toda esta larga introducción sirva de contexto para lo que vamos a comentar. Las últimas encuestas, especialmente la publicada por una señora que hace años se dedica a esta profesión, han provocado más dolor de cabeza y ronchas que la chikungunya en los dirigentes de la Concertación Nacional opositora. Y hasta en algunos “politólogos” adherentes de este proyecto. Ahí mismo, nomás, Efraín Alegre, el aspirante presidencial de este conglomerado de partidos y movimientos políticos, soltó que “a las mentiras gigantes de las encuestas, un encuentro gigante de paraguayos”. Se refería a lo que denominaron “Gran Encuentro de la Concertación con Efraín y Sole en Coronel Oviedo”, que tuvo lugar precisamente el domingo 12 de febrero. Y más insultante aún en contra de las empresas encuestadoras, se desbarrancó (como ya es habitual en él): “Demostrémosle a la mafia que la mejor encuesta es la fuerza del pueblo”. El jefe de campaña, Manuel Morínigo (proveniente de una familia que siempre vivió de las encuestas), ubicó a las encuestas que dan ganador a Santiago Peña entre los siete pecados capitales y dentro de la historia universal de las infamias.

El politólogo titulado, Marcos Pérez Talia, sostuvo que las encuestas solo buscan sembrar la tormenta dentro de la Concertación. ¡Pero qué pire pererĩ que son para ponerse así por unas encuestas! Mas, no quedándose conforme, citando una fuente, añadió que tiene que haber “consecuencias para este actuar inmoral de las encuestadoras”. Y ya de su propia cosecha: “Necesitamos más ‘democracia real’ y menos ‘democracia de encuestas’”. Y después dicen que Twitter es el vehículo más rápido para idiotizar a la gente. Una cosa son las encuestas que, dijimos al principio, marcan tendencias, y otra muy diferente las que apuntan a influir en un gobierno ya establecido, o sea, lo que algunos intelectuales denominan “gobernar para las encuestas” cuando ellas se convierten en plataforma preferente de las políticas públicas. En fin. Pero ese ya es otro tema.

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Y Efraín Alegre no encontró mejor manera de combatir las supuestas “mentiras gigantes de las encuestas” con otra mentira gigante. Monstruosa. Delirante. A grito pelado quiere convencernos de una realidad diametralmente opuesta a la que todos vimos. La página oficial de la Concertación Nacional ya venía anunciando la presencia de una multitud de 100.000 personas en Coronel Oviedo. Y como el jefe del frente opositor prometió que él va a cumplir con todas sus promesas, proclamó que hubo 100.000 en un espacio donde, incluso con la práctica habitual de sardina de los colectivos, jamás podría reunirse esa cifra, salvo que hagan como las pirámides. A ojos vistas, algunos calculan 5.000, otros, 10.000; los más generosos, 15.000 hasta 20.000. Ni los medios amigos se animaron a publicar tamaño disparate.

Para combatir lo que las cabezas de serie de la Concertación llaman “grandes mentiras” o “mentiras gigantes”, aludiendo a las encuestas, no encontraron mejor antídoto que inventar una mentira más grande aún: la inexistente concentración de los 100.000. Ah, me olvidaba, algunos más entusiastas hablaron de 150.000. Una vez que pasen los efectos de las mentiras mutuas, para el ánimo ídem, aumentará el fuego graneado en contra de sus “enemigos” del Partido Colorado. Porque, si las encuestas les dejaron malhumorados, después del fracaso en Oviedo habrán quedado en cama. Ya deberían aprender que nunca es triste la verdad. No hay que enfadarse. Porque no tiene remedio.

Las últimas encuestas, especialmente la publicada por una señora que hace años se dedica a esta profesión, han provocado más dolor de cabeza y ronchas que la chikungunya en los dirigentes de la Concertación Nacional opositora.

Sin embargo, ignoran un detalle fundamental: los señalados como ganadores, finalmente, ganaron. No por varios cuerpos, pero fueron los primeros en tocar la campana.

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