En esta edición de “Expresso”, emitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos dialoga con el premiado arquitecto paraguayo Solano Benítez, quien reflexiona sobre el sentido de su disciplina y el aporte de la mirada local a partir de las condiciones materiales que le son propias. Así, Benítez apuesta por una solución tecnológica de protección colectiva a partir de principios como la reciprocidad, la austeridad y la convivencia respetuosa con equidad.

  • Fotos Nadia Monges

ADS: ¿Cómo se sobre­vive en un mundo en el que las casas dejaron de llamarse casas o viviendas para llamarse soluciones habitacionales?

–SB: Supongo que el mandato más reducido que puedo ale­gar de definición de mi disci­plina es velar por la habitabi­lidad de los seres en cuanto humanos. La habitabilidad es un término que puede ir variando, pero lo que sigue siendo esencial es la con­dición humana. Es decir, el hecho fundacional de enten­der, porque se trata de un acto imaginario. El ser humano implica necesariamente ima­ginar qué yo soy y que nece­sito cuidarme para estar bien. Entonces, en ese proceso de cuidado, yo construí para proteger mi vida y la de mi familia de la intemperie y lo demás, y a esa construcción que se hace para proteger le llamé casa. Cuando entendí que el proceso de aprendizaje de los niños tenía que ser pro­tegido, hice una casa para pro­teger eso y le llamé escuela. Y la misma cosa cuando entendí que había que cuidar nuestra salud, lo que hice fue cons­truir una casa que le llamé hospital, e incluso diseñé una casa para proteger la imagen que yo tengo de Dios. Enton­ces, a esa construcción que se hace para cuidar o para pro­teger, esa construcción es la arquitectura, pero se hace para proteger el colectivo. Y la arquitectura, por supuesto, es una manera de observar el mundo, de ver el mundo y de contestar el mundo. Y al mismo tiempo es una manera técnica de hacerlo.

–Te pusiste a debatir la arquitectura desde un lugar social, político. ¿Qué te inspiró a salir de los lin­des habituales?

–El entender que uno vive realmente dentro de una sociedad y que no puede aspi­rar a vivir mejor si el conjunto social que uno habita o que uno participa no está mejo­rado. Entonces hay en el entendimiento que la vida se va a desarrollar en conviven­cia. Humberto Maturana, que es un genial filósofo y biólogo, decía que existían seis nocio­nes operativas para intentar la convivencia. Y que esas seis nociones operativas para el convivir estaban dadas por cuestiones que son muy lógi­cas de entender, pero que uno podía tener cinco de esas nociones, pero si faltaba una, faltaban todas. Entonces él hablaba de la importancia de ciertos elementos como, por ejemplo, la honestidad. Si no existe honestidad, no hay posi­bilidad de convivencia. Si no hay respeto mutuo, no puede existir ninguna forma de con­vivencia. La tercera tiene que ver con la capacidad. Decía Humberto Maturana que el derecho humano número uno debería poder ser el cambiar de opinión. Es decir, tener abierta la posibilidad de pen­samientos críticos. Es decir, que no haya un tema que no podamos negociar. Porque si existe un tema a no negociar, yo no voy a convivir con el que no quiere convivir. El cuarto, él no hablaba de igualdad, por­que la igualdad es un tema bas­tante tonto, él hablaba de la equidad como un tema cen­tral. La pandemia nos marcó el hecho de la importancia del que limpia para que todos sobrevivamos. Porque sin esa persona, el virus no decía qué doctorado tenés o cuánto es tu saldo en la cuenta. Y sobre todo contra la convivencia, contra la idea de que la convivencia era algo importante, porque está­bamos todos aislados, se cues­tionaba ese tema. No puede haber convivencia si no tene­mos ética, dice él. Porque antes la ética era el bienhacer de algo. Pero hoy en día el bienhacer de algo ya no basta, porque yo no puedo velar el bienhacer que me haga bien a mí y te descuide a vos. Entonces, la noción de ética fue cambiando. Que me haga bien a mí y que no te haga mal a vos es una primera vara. Pero eso todavía cambió más, porque hoy en día todo lo que no sea que me haga bien a mí, que no te haga mal a vos, pero que nos haga bien a los dos es el motivo central de cualquier ejercicio. Y el último, él decía que ya no alcanza con la par­ticipación. Si tenemos ganas de convivir, debemos colabo­rar. Entonces, no basta con ir a depositar el voto en las eleccio­nes. Hay que colaborar con la condición política. Entonces, si somos capaces de gene­rar eso, ahí vamos a poder convivir. Fortaleciendo esa convivencia tiene sentido poder conversar, dar vuel­tas juntos.

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APROPIACIÓN

–Convertiste al ladrillo en protagonista, lo más aus­tero en sustancial, lo ele­vaste a la categoría de men­saje político.

–Es un tanto complejo por­que en realidad nosotros los seres humanos no le hacemos asco a nada. Si yo te digo “te voy a prometer el techo de tu casa de agua”. Me vas a decir “estás loco”. Pero si fuésemos esquimales, el techo de tu casa sería de agua. Y el resto construiríamos con hielo para protegernos del frío. O si fuésemos indígenas en las planicies norteamericanas y viésemos pasar un búfalo, ahí estás viendo tu casa, tu ropa, tu calzado, tu vehículo hecho con ese material. Entonces, nos apropiamos de distin­tas maneras de entender y de construir para proteger­nos. Imaginate el caso de los japoneses que hacían su pared de papel. Hay una téc­nica para desplazarla hacia adentro, para sacar, alejarle del agua, para volver a prote­ger. Y ladrillo es lo que más abundantemente tenemos. La crisis en la que nos encon­tramos no es otra cosa más que la crisis de la imagina­ción. Es decir, que dado que conocemos lo que conocemos y disponemos de lo que dis­ponemos, no somos capaces de imaginar un futuro dis­tinto al que tenemos. Enton­ces, desafiarle al ladrillo y pedirle que haga cosas que en sus más de 3.500 años de protocolo no se había utili­zado. Entonces, con nues­tra imaginación vamos a poder construir un mundo mejor.

–¿Y lo hizo el ladrillo?

–Sí, porque cuando uno toma un pedazo de mate­ria, el ladrillo es tonto. Vos le decís al ladrillo quedate acá y le soltaste, se cae, porque es estúpido el ladrillo. Pero es la acción del hombre la que puede imaginar y transfor­mar la materia en un monu­mento, en un instrumento que sirva al amparo de la vida de las personas y al amparo de la imprevisibilidad de los actos humanos para poder acompañar esa protección y para poder constituirnos mejor como sociedad.

INTERRELACIÓN

–No te oí nunca en este con­texto hablar de reducir cos­tos, sino hablaste esencial­mente de una cosa mucho más filosófica, como es la austeridad, ¿no?

–Hay un balance y un equili­brio que da sentido a la inte­rrelación de una sociedad que empieza a entender el mer­cado como el placebo o susti­tuto de la sociedad. Y empeza­mos a entendernos más como mercado que como sociedad. Aquí en Sudamérica hay un librito fabuloso, así chiqui­tito, que es de Bartomeu Melià, donde detalla el don y la venganza como formas de economía guaraní, el jopói, que la gente muchas veces detalla como si fuese el regalo o el don. En realidad es un poco más complejo que el don, porque no es solo el hecho de regalar, sino que alcanzar una suerte de reciprocidad final, porque el objeto transaccio­nal no es de lo que se trata la mediación de relación entre nosotros, sino que es la propia relación. Entonces, por ejem­plo, en Paraguay hay ejemplos de jopói fantásticos. Por ejem­plo, voy a llevar electricidad a tal comunidad mbyá. Y son no sé cuántos kilómetros y tengo que llevar el tendido.

Eso tiene un determinado costo que va a ser saldado por el acuerdo con la tribu con 20.000 plantines de vegeta­ción silvestre. Fantástico, un lindo acuerdo. Viene la Ande, le coloca todo, el acuerdo homologado. Y cuando llega el momento, el cacique toma la voz y dice “¿saben qué? Les agradecemos la electricidad y todo lo que significó para ustedes, pero noso­tros llegamos a este momento diciéndo­les que no hemos podido cumplir con el acuerdo, por­que a nosotros 20.000 plan­tines nos parecieron dema­siado poco. Entonces, les trajimos 60.000 plantines. Porque si yo sé que a vos algo te hace falta y yo te lo puedo dar, ese es el sentido de la inte­rrelación. Y cuando se pro­duce ese bienestar en el otro, se acciona una rueda de reci­procidad que se va coronando y que va teniendo distinto significado. Por eso mi estu­dio hoy se llama Jopói Arqui­tectura y por eso intento no el hecho de asumir la austeri­dad como herramienta o que el bajo costo sea el norte, sino que siempre de lo que se trata es de poder visuali­zar esta condición.

–Cuando abrís el análisis de la arquitectura como un hecho mucho más amplio, mucho más ambiental, ahí tenés sabiduría de los pue­blos ancestrales que sí apli­cás a tu disciplina, ¿no?

–El conocimiento ha sido la clave según la cual nosotros nos vinculamos y el cono­cimiento no tiene nada que ver con la realidad porque en realidad el conocimiento es una invención porque uno observa la realidad e inventa o justifica las razones según las cuales nosotros entendemos que esto sirve para. Tal vez el atributo o la síntesis más elevada sea un dicho de Wachenberg que dice que conocer da cuenta de las dife­rencias, pero comprender es construir las semejanzas. Una vez en una comunidad mbyá íbamos caminando y había un maizal acá y hormi­gas que parecían skates. Y en ese momento les pregunto cómo hacen contra las hormi­gas, con qué matan, qué insec­ticida usan. “No, nosotros no usamos insecticidas”, me res­ponden. “Nosotros sabemos dónde vive la hormiga y sabe­mos lo que le gusta comer a la hormiga. Entonces, lo pri­mero que hacemos es plan­tar alrededor de donde vive, donde le gusta vivir a la hor­miga, todo lo que la hormiga va a comer. Y haciendo eso, después, hacemos nuestro”. Ese es un acto en el que la ima­ginación le permite a él enten­der que el conocimiento sobre los hábitos de la hormiga, el conocimiento sobre la flo­resta, el conocimiento per­mite alcanzar un estándar de vida porque ese maíz no tiene insecticida, no necesita, etc. Entonces, ¿cómo no ser sensible a todo ese tema? Y ¿cómo no inten­tar incluir todas las inteligen­cias, todos los conocimientos en amparo de la vida de las personas?

–¿Cuál es una obra tuya y por qué te parece un legado de satisfacción, de haber cumplido una meta, de haber testimoniado un mensaje?

–Tal vez pueda darte un ejem­plo de reflexión acerca de un hacer. Esto no se lo reco­miendo a nadie. Yo desarro­llé una obra que demoré 10 años en hacerla. Durante 10 años me imaginé, inicié y abandoné con la misma cons­tancia con que me era deman­dado el hecho de hacer esta obra. Mi padre había fallecido en enero de 1990 y había ele­gido un lugar donde ser ente­rrado, que era al lado de la casa donde nosotros pasábamos las vacaciones. Y me demoré 10 años para imaginar hacer un cuadrado. Para que vean lo estúpido que podía hacer. Pero ese cuadrado que fun­ciona casi como una habita­ción al exterior en el jardín próximo a la casa, a 15 metros de la casa. Cada uno de los lados del cuadrado está for­mado por una viga y un pilar. Entonces cada viga tiene un voladizo de 6 metros, 7 metros a un lado, 1 metro hacia el otro lado y dejan libres los bordes, los vértices del cuadrado. Le rodean al cuadrado unos pequeños arroyos que pasan haciendo sonido.

Entonces cuando uno se acerca a ese lugar, uno puede entender que eso está en el medio de una floresta muy particular, muy frágil. Pero las paredes inte­riores de esa viga están reves­tidas de espejo, que entonces uno da un paso dentro del cua­drado y el cuadrado desapa­rece y más todavía cuando uno toma asiento al lado de una construcción que está en el medio, que también es hormigón, que es la tumba de mi padre. Cuando uno toma asiento, porque cuando uno entra, entra por sobre las vigas, entonces el cuadrado funciona como un integrador centrípeto. Hace que todo lo que está afuera ingrese. Uno entra con el paisaje de atrás de uno. Pero cuando uno toma asiento en el interior de ese cuadrado, los espejos uno frente a otro funcionan como un integrador centrí­fugo.

Entonces la imagen de uno está allá y allá y allá... en ese juego infinito. Y tal vez uno piense, como para una tumba, como para un memo­rial así, uno se imagina poner el espejo, porque uno asume que el espejo es una construc­ción narcisista. Yo me miro, yo me veo, yo estoy ahí enfrente. Pero en realidad a mí me inte­resa otra condición. A mí me interesa entender que yo vivo dentro mío y mi cuerpo es el límite que me separa de todo lo demás. Mi cuerpo hace que fuera de mi cuerpo estés vos. La excepción que yo abrazo casi con desesperación es el espejo. Porque en el espejo yo estoy ahí, fuera de mi cuerpo, por fin en un espacio de simultaneidad con todo lo demás. Entonces ahí mi ima­gen empieza, mi yo figura­tivo empieza a existir en pla­nos interiores, exteriores, de espacios que están ahí o que no. Se llena de las flores que están afuera, se llena de la imagen. Yo no me imaginaba una expresión, o sea, toda la arquitectura siempre tra­baja sobre la expresión dolo­rosa y usa la constructividad como un lenguaje. Pero yo apunto a que la tumba pase a ser un lugar de juego y de memoria y de bienestar con los recuerdos.

EVOLUCIÓN

–¿Por qué las ciudades se convirtieron en nuestros enemigos?

–Somos seres evolutivos, hemos evolucionado y la idea del cambio está presente en el paso desde la primera bac­teria a lo que somos hoy, el entendernos pariente de las plantas, pariente de los insec­tos, de los animales, etc. Y la constante que nos lleva hasta nosotros es el cambio, pero al mismo tiempo la otra cons­tante es la permanencia, por­que nosotros podemos ras­trear la bacteria que somos. Podemos rastrear y está esa bacteria en mí, está esa planta en mí, está ese momento en el que va evolucionando y todo eso está ahí.

Hoy noso­tros seguimos reclamando nuestra ciudad en esos tér­minos, cómo nos trancamos todo en el tráfico, se echa para hacer esto, para hacer lo otro. Y damos por descontadas cuestiones, porque intenta­mos todavía que los cambios simplemente sean cambios en la jerarquía, es decir, que no entendemos que estamos frente a un mundo nuevo, sino que aspiramos a un nuevo orden, pero no enten­demos que estamos frente a un mundo nuevo. Si yo voy a diseñar una ciudad, vamos a empezar a pensar en qué va a respirar la gente, cosa que no se preguntaba a mitad del siglo pasado.

–¿Qué hacemos para tra­bajar ese concepto de cons­truir una casa con más verde?

–Y asumir la responsabilidad acerca de quiénes somos. Por­que la visión individual tiene que poder comenzar a hacer la reflexión. Tenemos que empezar a preguntarnos si lo que querían mis padres hace 50 años, que es fluidez en el tráfico, por ejemplo. Acabo de venir de Curitiba. Es fantás­tica. Las calles, las avenidas, pero se olvidaron de limitar el tamaño de la ciudad. Es gigan­tesca. No hay nadie. ¿Cómo van a sostener una densidad tan baja? ¿Cuánto les debe estar costando la eficiencia en el transporte con la can­tidad de combustible y ener­gía que están dilapidando por el hecho de no concentrar la ciudad? Y concentrar la ciu­dad no es concentrar en pérdi­das, sino concentrar los atri­butos que nos permitirían vivir mejor. Es decir, que si yo voy a hacer pasar por acá 10.000 personas por esta vereda, es probable que esa ya no me sirva. Es probable que yo necesite una vereda más ancha. Y tener una vereda más ancha, es probable que necesite ponerle árboles. Pero si yo tengo densidad baja, yo no voy a hacer eso. Y lo que hago es una extensión infi­nita, ocupación como man­cha de aceite. Y lo peor de todo es la segregación, la exclusividad. Eso no es con­vivencia. Es coexistencia. De la misma manera que tenemos que ser capaces de arbitrar un nuevo relaciona­miento con la renaturaliza­ción de nuestros lugares, por­que la naturaleza al natural no es habitable, salvo con un nivel de conocimiento o con un nivel de infraestructura que nos pueda poner en rela­ción sin ponernos en peligro.

PERSPECTIVA

–¿Cómo ves la escuela de arquitectura? ¿Qué cosas te dan esperanza?, ¿qué cosas te inquietan?

–Me interesa mucho en este momento en que celebro ser sexagenario. No porque por fin pueda llegar a empezar a ser un viejo verde. Lo bueno de ser sexagenario es tener una visión en perspectiva de las cosas. Y uno puede enten­der que los procesos se pue­den dar y que uno realmente es lo que hace. Y que eso que hace cambia todo. Enton­ces si el derecho humano número uno es cambiar de idea, vamos a cambiar de idea. Vamos a ser un poco más inte­ligentes, vamos a salir a cui­darnos, vamos a hacer que nuestra sociedad y nuestra vida tenga sentido en torno a una sociedad y no en torno al mercado. Vamos a hacer que las razones por las cua­les alguien sea gobernante no sean solamente las de las razones financieras, para que no sea solamente para que, con la idea del FMI incluso hoy en vigencia, saber dónde viene la plata, dónde va, para equilibrar y mantener, sino al contrario, para desbor­darnos en la generosidad del hacer para dar y reconsti­tuirnos como oportunidad.

–¿Y te parece que esos debates están presentes hoy en día en la escuela de arquitectura?

–No. Y deberían estar. Yo creo que nosotros vivimos en un momento donde el consumo anestesia demasiadas cosas y donde la producción de los bienes que consumimos está relativamente lejana. Por lo tanto, no percibimos el impacto negativo que tienen esas producciones. Por ejem­plo, en Paraguay hay mucha gente que se cree industriales de motocicletas, por ejemplo, cuando en realidad ellos son ensambladores de motos chi­nas y lo que sí fabrican indus­trialmente es discapacidades por accidentes de tránsito por la gente que adquiere ese tipo de cosas, son industria­les del dolor y de la limitación humana, pero no son indus­triales en términos económi­cos. Aun así, eso hace que el no tener un caballo o no irnos caminando a la esquina sea muy difícil de respirar a los chinitos allá y ese aire viciado no se queda geográficamente, por la visión política, en sus fronteras, sino que a nosotros nos toca respirar y nos cuesta todavía entender que estamos ante un nuevo mundo y todo el mundo intenta todavía un nuevo orden. Busca la jerar­quía dentro de una instancia que entiende que existe y yo creo que no existe, que debe­mos volver a fundarla.

PALABRA CLAVE

–¿Cuáles te parece que son políticas públicas impres­cindibles para empezar a mirar el futuro desde una perspectiva de conviven­cia mejor que este contexto que te ocupa?

–La palabra clave para los próximos años es conviven­cia. La convivencia es la pie­dra angular desde donde nosotros podemos aspirar a producir los cambios. Nin­guna sociedad en el planeta vive en una democracia. Nosotros vivimos bajo la tira­nía de las mayorías. Es decir, la mayoría que logra impo­nerse sube, hace el ejercicio del poder e impone su agenda como mayoría. Está legiti­mada por el mayorazgo y no le importa el resto de la socie­dad porque no tiene su punto de vista. Entonces, si nosotros queremos aspirar a sobrevi­vir en una sociedad mejor, la convivencia es la llave para poder abrir esa convivencia, que se vea la necesariedad del otro.

Nosotros vivimos con piloto automático en nues­tra sociedad y resulta ser que nos relacionamos con 10 o 20 personas, pero llegamos al lugar de trabajo y ya está limpio. Salimos del lugar de trabajo y desaparecen mági­camente nuestros desechos. Nos subimos a nuestro vehí­culo que contamina el aire de todos, pero que a mí me tras­lada en silencio y con sonidos. Y ejercito una serie de activi­dades que me aíslan absolu­tamente de quien soy, que soy en los otros. Yo no puedo tener ningún vínculo afectivo, por­que somos seres emocionales que razonamos, si ni siquiera nos conocemos y ni siquiera entendemos la importan­cia del otro, es imposible que podamos construir esos puentes. Ahora, vivimos ante la maravilla de un ser que tiene en su capacidad de hacer el potencial de estar ejer­ciendo hoy este Antropoceno. Este momento donde incluso la acción material del hom­bre define absolutamente este tiempo en términos de qué comemos, qué respira­mos, cómo nos relacionamos, etc. En este Antropoceno, vinculado por la capacidad de información que como nunca antes tuvimos, nos debemos sentir próximos y cercanos, y debemos llegar a ser los más chinos de los guaraníes, por­que somos y porque tenemos que ser capaces de trascender nuestra condición local para alcanzar esa universalidad.

“Es la acción del hombre la que puede imaginar y transformar la materia en un monumento, en un instrumento que sirva al amparo de la vida de las personas y al amparo de la imprevisibilidad de los actos humanos para poder acompañar esa protección y para poder constituirnos mejor como sociedad”.

“Si yo sé que a vos algo te hace falta y yo te lo puedo dar, ese es el sentido de la interrelación. Y cuando se produce ese bienestar en el otro, se acciona una rueda de reciprocidad que se va coronando y que va teniendo distinto significado. Por eso intento no el hecho de asumir la austeridad como herramienta o que el bajo costo sea el norte, sino que siempre de lo que se trata es de poder visualizar esta condición”.

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