Ana Barreto Valinotti y Austin Connors*

Los autores de este artículo evocan un evento histórico que nunca recibió atención: el acto de entrega oficial del Chaco paraguayo por el gobierno argentino el 14 de mayo de 1879. Renuncias personales y compromisos públicos como apuesta a un futuro esperanzador por un político paraguayo que sintió bajo sus pies la ruina entera de su país.

El 14 de mayo de 1879, el sol se mantuvo oculto casi todo el día e hizo fresco. Hacía nueve años que había terminado la guerra contra la Triple Alianza y tres, desde que las fuerzas militares brasileñas de ocupación habían abandonado Asunción. El país estaba en ruinas; en todas las imaginablemente posibles formas. Quizás la falta de recursos económicos o los estragos que habían causado las lluvias el año anterior eran nada frente a la real ruina del Paraguay: la notoria ausencia de sus habitantes.

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Sin embargo, ese 14 –frente a otros 14 celebrados antes o tímida y muy modestamente después de 1870– fue sencillamente extraordinario.

A las 8 y 30 de la mañana partieron del puerto de Asunción, con el coro de una multitud entonando el “Himno nacional” y agitando sus pañuelos, varios vapores que llevaban a políticos, miembros de las fuerzas militares, el cuerpo diplomático extranjero, la élite asuncena y hasta estudiantes del Colegio Nacional junto con las bandas de música, hacia un pequeño poblado –remontando las aguas del río Paraguay– que tenía flameando en el mástil ubicado frente al edificio que hacía de gobernación el pabellón argentino.

La gran comitiva bajó a tierra, llevando consigo papel y pluma; historias de paz y exilios antes de la guerra, pero también profundas cicatrices de la contienda; junto con ellas, piezas de artillería y una reluciente y nueva bandera paraguaya.

En la plaza se encontraban las autoridades representantes del gobierno de la República Argentina, el gobernador interino de los territorios del Chaco, Dr. Luis Jorge Fontana, acompañado del comandante militar D. Alfredo Danel, el cirujano de la guarnición D. Amadeo Mayan y el Tte. D. Lorenzo Zorrilla esperando a sus pares, el expresidente paraguayo Higinio Uriarte, el veterano de guerra Gral. Patricio Escobar y probablemente quien mejor conocía los términos propuestos en el “Acta de entrega y posesión de los territorios del Chaco y Villa Occidental”, el Dr. Benjamín Aceval.

Villa Hayes en 1884. Getty Foundation Collection.

LAUDO ARBITRAL

Argentina y Paraguay, expresados sobre aquella mesa y en esas manos que sostuvieron la pluma para estampar sus nombres, reconocían bajo el laudo arbitral del presidente de los Estados Unidos de América, Rutherford B. Hayes, entregar y recibir respectivamente un gran territorio que estuvo diez años en disputa tras la guerra. Las autoridades argentinas comunicaron oficialmente al vecindario de Villa Occidental que ya no se encontraban bajo leyes de la República Argentina, sino de la paraguaya. Para los paraguayos, el nombre ya pertenecía al pasado: un día antes, el presidente Cándido Bareiro ya había cambiado el nombre del poblado a Villa Hayes.

Terminado el acto protocolar, las autoridades se dirigieron donde se encontraba ondeando el pabellón blanco y celeste. El cuerpo militar argentino se había formado a los pies del mástil y el cuerpo paraguayo estaba contiguo. El comandante Fontana avanzó hasta tomar los cordeles con las manos y procedió a desatarlos. Mientras lo hacía, se dirigió a la multitud en nombre de su país hablando de sentido de patria, pero también de lazos de respeto, lealtad y hermandad.

Bajó entonces la bandera y, una vez doblada, procedió a la entrega del cordel que la sostenía al Dr. Benjamín Aceval. La crónica del periodista de La Reforma menciona las lágrimas de emoción de los soldados argentinos y los ¡viva! del público presente. Aceval, Uriarte y Escobar ataron los lazos de la tricolor al cordel y la izaron mientras sonaba la salva de los veintiún cañonazos.

Benjamín Aceval entonces se dirigió a todos los presentes con un discurso que no solo señalaba la forma “civilizada” en que ambos países habían llegado a la resolución del conflicto –la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia había empezado hacía dos meses–, sino que describía el sueño del progreso expresado en una locomotora y en las líneas telegráficas que atravesarían todo el Chaco conectando ciudades paraguayas con la región y con el mundo. Al suyo le siguieron el de las autoridades, paraguayas y argentinas; viejos y jóvenes; militares y civiles; hombres que habían peleado en la guerra y hombres que habían llegado al Paraguay tras ella.

Y aunque las copas de vino y vasos de cerveza subían y bajaban en nombre del honor, aunque el compartir de los bocadillos dispuestos sobre las dos mesas fue fraternal y el baile a la noche dado en Asunción estuvo vestido de gala, Benjamín, el joven doctor en Derecho recibido en la Universidad de Buenos Aires, sabía que las pulseadas diplomáticas sobre el conflicto del Chaco, lejos de estar del todo resueltas, recién empezaban. Y para ello tomó una decisión que buscó, ante todo, ralentizar el reloj del propio Cronos.

UNA EXTRAORDINARIA DISPUTA

Benjamín Aceval fue enviado por su familia fuera del Paraguay con catorce años para continuar sus estudios secundarios. Nada pudo anticipar en 1860 que al país le ensombrecería la guerra. En su adolescencia pasó por al menos tres colegios: el de Córdoba, el de Corrientes y, finalmente, el Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando el conflicto bélico ya se había iniciado. Fue en el año más difícil de la guerra, en 1869, cuando inició la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Contradictorio año de suma violencia, hambre y enfermedades; mientras Benjamín se acomodó seguro al banco para oír las clases, Emilio, su hermano menor, se preparaba para enfrentar la batalla de Acosta Ñu.

El Colegio Nacional a inicios del siglo XX. Tarjeta Postal/ Grutter Editor. Colección Ana Barreto.

Con muy pocos paraguayos preparados, formados y no fragmentados por la guerra, fue casi natural que apenas llegado a la Asunción, “recién salido de las aulas universitarias”, en 1874 ocupe de inmediato altos cargos vinculados al Superior Tribunal de Justicia. Al año siguiente integró la comisión redactora del Código de Procedimientos Judiciales, un instrumento que permitió agilizar trámites en los que aún se aplicaba el espíritu de las viejas leyes españolas, y posteriormente fue uno de los que abogó por la adopción en el Paraguay del Código Civil de Dalmacio Vélez Sarsfield.

Paralelamente, Aceval también hizo una carrera política junto con el presidente Juan Bautista Gill y, como muchos políticos-intelectuales de su época, asumió en principio colaborar, pero luego dirigir y editar el periódico La Reforma. En 1876 asumió un lugar en el Poder Legislativo como diputado y para fines de ese año el presidente Gill le propuso la cartera de Relaciones Exteriores.

Al asesinato de Juan B. Gill le sucedió como presidente Higinio Uriarte y fue bajo gobierno de este que le fue confiada a Aceval la difícil tarea de demostrar ante un árbitro designado por acuerdo de ambos países, Argentina y Paraguay, la posesión efectiva e histórica del territorio ubicado en la Región Occidental entre las márgenes de los ríos Pilcomayo y Verde.

Benjamín llegó a los Estados Unidos el 3 de agosto de 1877 luego de haber renunciado a su cargo como ministro de Relaciones Exteriores de Paraguay. Es probable que, además de la responsabilidad que había demostrado tener en el desempeño de los cargos públicos, estar muy bien familiarizado con la élite política, con el sistema legal y la cultura de la República Argentina, fue estratégico para el presidente Higinio Uriarte en su decisión de enviar al Dr. Aceval la preparación ordenada, sumamente cuidadosa y metodológica de este en preparar la memoria paraguaya para ser entregada al presidente Rutherford Hayes. Esto explica por qué, en gran medida, el arbitraje resultó favorable para el Paraguay.

El 27 de marzo de 1878, Benjamín Aceval entregó la memoria (el resumen del argumento) y evidencia al secretario de Estado de los Estados Unidos. Lo hizo el último día que establecía el plazo. Si bien esto podría llevarnos a pensar en algo de última hora, esto puede ser tomado como un indicador de la preparación exhaustiva de la posición paraguaya. Su argumento fue organizado lógicamente, traducido al inglés y acompañado de extensos mapas, libros y documentos en los cuales fue valiosísima la participación de un gran conocedor del Archivo Nacional de Asunción, el exministro José Falcón.

El representante argentino, Dr. Manuel García, en cambio, se apegó a la forma establecida de que no era necesaria una traducción documental de la memoria. La República Argentina –con sobrados recursos intelectuales y, sobre todo, económicos– quizás pudo considerar que el arbitraje sería un acto favorable. De hecho, García le escribió al secretario de Estado norteamericano que traducir los documentos era “innecesario y superfluo”. El diplomático argentino estaba familiarizado con el sistema legal de los Estados Unidos y tenía una relación personal con el predecesor de Hayes, el presidente Ulysses S. Grant. Él y su esposa fueron invitados innumerables veces a las fiestas que ofreció Grant, durante las cuales la señora García impresionó a otros invitados con su talentosa voz. Sin embargo, ni sus habilidades interpersonales ni sus argumentos intelectuales convencieron al presidente Hayes en la medida en que sí lo hizo la preparación de Aceval.

El 4 de abril de 1878, pocos días después de que Aceval y García presentaran sus reclamos sobre el Chaco, el canciller boliviano escribió a su homólogo estadounidense. Explicó que, si bien Bolivia no estuvo directamente involucrada en la guerra contra la Triple Alianza, también tenía un reclamo sobre la parte del Chaco en disputa como parte propia de la República de Bolivia y que ellos, inextenso, debían ser considerados por el presidente Hayes en su calidad de árbitro. El Departamento de Estado de EE. UU. no parece haber considerado el reclamo boliviano, ya que no produjo resúmenes de su argumento para el presidente Hayes, como sí lo hizo de Paraguay y Argentina.

Tras siete meses, los cuales para Benjamín Aceval fueron de mucha ansiedad frente al hermetismo de la cancillería norteamericana, al decir del historiador Ricardo Scavone Yegros Estados Unidos tomó la decisión de otorgar título justo y legal de Villa Occidental y el territorio en disputa a la República del Paraguay.

Memoria Paraguaya presentada por el Dr. Benjamín Aceval, fotografiada por Austin Connors. Archivo Nacional Washington DC.

LA EDUCACIÓN, UNA URGENCIA NACIONAL

El Dr. Aceval regresó triunfante a Asunción cuatro meses después. Ya era presidente en 1879 Cándido Bareiro, quien le ofreció recuperar su antiguo cargo de canciller. Es difícil en la distancia, para miradas cortas y corazones llenos de egos, entender cómo, de una manera tan rápida y en la cúspide de una gestión política victoriosa, decidió en cambio aceptar el desafío de sacar adelante el Colegio Nacional.

Quizás para entender es necesario tener el panorama de la desastrosa y desesperanzadora situación educativa en los inmediatos años de la posguerra contra la Triple Alianza. El Estado literalmente no solo no tenía recursos económicos, sino que ni siquiera había personal humano capaz de enseñar. Había un notoria ausencia entre sus habitantes.

Unos meses antes de partir a Estados Unidos, Aceval se había comprometido a integrar una comisión que estudiaría y redactaría las bases para el establecimiento del Colegio Nacional y, además, la forma de financiamiento a través de un impuesto de 4 % sobre las importaciones para asegurar su gratuidad. Benjamín partió a Washington y el colegio dio inicio al año lectivo en abril de 1878.

Para hacerse una idea, vaga al menos, del estado educativo en el Paraguay, basta mencionar que de los 147 mejores estudiantes que ingresaron, solo pudieron aprobar el primer año 18 de ellos. Ricardo Scavone Yegros señala que la profunda preocupación de Aceval permaneció intacta a pesar de encontrarse lejos.

A su retorno al Paraguay, el Colegio Nacional no tenía un rumbo firme y sólido. En parte porque sus mayores ideólogos desempeñaban funciones en el terreno político. Es muy probable que la carga de las responsabilidades en la función pública, desde instituciones de todos los poderes del Estado, haya permitido a Benjamín imaginar cómo recuperar el país que había dejado de adolescente y en parte el diseño de país que lo había acogido en su juventud.

Benjamín Aceval se entregó con enorme responsabilidad al Colegio Nacional, tomando como vara su propia experiencia estudiosa y sacrificada en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Tras cuatro años debían concluir sus estudios los primeros bachilleres y la situación exigía el diseño de una escuela de leyes porque no solo el Poder Judicial y el Poder Legislativo necesitaban mejores hombres, sino que el Chaco, ese pedazo de tierra que había recibido ese 14 de mayo, necesitaría aún una más firme defensa.

Benjamín Aceval. Diccionario Biográfico del Bicentenario/ Luis Verón. Colección Milda Rivarola.

* Ana Barreto Valinotti es historiadora, miembro de la Academia Paraguaya de Historia y del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas; Austin Connors es licenciado en Historia por la Universidad de Duke-EE. UU. y becario Fulbright en Paraguay. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente de los autores y no de las organizaciones a las que pertenecen.

Fuentes:

Scavone Yegros, Ricardo. (2013). Benjamín Aceval. El Lector, Asunción

Connors, Austin W. (2022). A Diplomatic Sequel to the War of the Triple Alliance (1864-1870): United States President Rutherford B. Hayes’ 1878 Arbitration for Paraguay and Argentina. Honors thesis, Duke University


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