Esta semana, los Cuadernos de Barrio y las Crónicas desde el Alma tienen un propósito especial: Por un lado, Toni Roberto habla de su amiga Bea Bosio y ella, de él. Son como cartas enviadas a través del espacio con un mensaje de afecto mutuo. ¡Que los disfruten!

Por Bea Bosio

beabosio@aol.com

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¿Cómo se va acunando la memoria que forja en nuestra ruta afec­tiva las esquinas del alma? Es la primera pregunta que le hago a Toni Roberto en la Plaza Walt Disney, lejos de su querido barrio General Díaz, donde comenzó a mirar el mundo desde su más tierna infancia. El maestro de los Cuadernos de Barrio tiene un GPS preciso con mil his­torias de vida en la retina, de cada zona de Asunción y con ellas va deleitando a los que siguen su programa radial –y hoy también tele­visivo– y leen sus columnas los domingos. Pero ¿Cómo inició ese archivo de recuer­dos y experiencias urbanas?

La historia se remonta a aquel paseo dominical que Toni hacía con su bisabuela desde su casa sobre la calle Alberdi entre Segunda y Tercera, rumbo a la iglesia que en aquel entonces se llamaba Beato Roque Gon­zález y que con los años se canonizaría en San Roque: Cada casa era una histo­ria viva. Narrada en la voz ancestral de un pasado col­mado de vivencias.

Toni creció en la casona familiar de esa bisabuela, donde convivían varias generaciones que fueron imprimiendo la pertenencia a sus venas. Aunque su padre era exportado directamente de Europa, las mujeres de su familia estaban llenas de anécdotas criollas de diver­sas épocas: Recuentos de la Guerra Grande, de la Revo­lución del 47 y del glorioso Chaco. Riñas, amores, renci­llas. La humanidad inmersa en la Historia que es de lo que se trata la vida misma. De tierra adentro se suma­ban las vivencias de la que­rida China, oriunda de Cara­guatay, que vivió cuarenta años en la casa.

–Mi guaraní es al estilo “caraguataygua” –dice con un dejo de ternura cuando la nombra.

En esa casa de infinitas terrazas, Toni fue constru­yendo su imaginario visual como quien avista desde un barco los confines de la tierra: Los balcones que miraban a Sajonia y desde el punto más alto el borde del río en lontananza. Los años modificando el pai­saje a medida que se ele­vaba el Palacio de Justicia, y la antena del Canal Nueve, que se llenaba de luces para anunciar las fiestas. En medio de ese mapa urbano le gustaba deambular por las calles de su zona. Aven­turarse al sur para explo­rar los confines de Barrio Obrero, o seguir la magia de la calle Alberdi que en línea recta tenía al viejo Cabildo como promesa. El camino al Colegio Cristo Rey por Segunda. El saludo al paso al gran Remberto Giménez y al recordado doctor Ber­nardino Gorostiaga.

Así fue crecer en ese barrio donde se proyectó al mundo a través de dibujos, histo­rias y acuarelas. La magia del centro en un barrio repleto de vida y anécdo­tas. El alba marcada por las formaciones marciales del Liceo Militar Acosta Ñu y la risa de niños jugando en la Escuela Básica General Díaz. Sonidos y luces. Ima­gen y sombras.

Los primeros cuadernos. Los pinceles y los trazos que delineaban todo lo que veía. La infancia viajera, ges­tando el alma de artista: Un mundo de historias peque­ñas e inmensas que llegan al alma porque no solo nos conversan, sino que incluso –y desde lo más profundo de la memoria colectiva– tam­bién nos habitan.

*Bea Bosio es columnista en los Domingos del Diario la Nación, además de ejercer la docencia universitaria. Tiene un poemario en for­mato de fotos y epígrafes de viajes y vivencias titulado “Postales del Alma”.


Por Toni Roberto

tonirobertogodoy@gmail.com

Caminar por los recuerdos del alma llenos de poesía, un momento donde se encuen­tran dos voces, dos viven­cias, un diálogo, muchas preguntas y sintéticas res­puestas de Bea Bosio. La cita se da en una arbolada placita de nuestro actual barrio, sentados en un banco de madera. Fluyen las anécdotas. Es que des­pués de casi un año y medio de escribir ininterrumpi­damente los domingos valía la pena sentarnos, hacer un paréntesis. Ella con sus crónicas yo con mis cuadernos.

Una entrevista mutua en una siesta de julio en plena pandemia. La primera pre­gunta, el origen, la infan­cia, a partir de ahí ya no necesité hacerle más pre­guntas. Fue fluyendo solo, con gran maestría diciendo: “Yo creo que empecé a escribir ni bien empecé a escribir, en rea­lidad cuando aprendí a las letras.

Ya hacía mis primeros poe­mas y juntaba las primeras palabras que había apren­dido. Es algo que me viene desde muy de chiquita. Tengo recuerdos de haber escrito mis primeros poe­mas en el primer grado. Me gustaban las rimas y me llamaba mucho la aten­ción el tema del sonido de las palabras. A eso se le suma el idilio eterno de mi familia con la literatura. Soy bisnieta, nieta,

hija y sobrina de gente que escribía. Desde chi­cos nos inculcaban la lec­tura. Celebraban las letras. Yo escribía cuentos desde nena. Creo que siempre fue una manera de viajar. De poder escribir una historia y escaparme a otro mundo de alguna manera”.

Siguen las preguntas con poéticas respuestas. De fondo las viejas hamacas de la plaza bañadas tími­damente por los rayos del sol se dejan ver entre las sombras de los altos jaca­randás del lugar, y Bea me cuenta: “Siento que vengo de un matriarcado muy fuerte. Entonces es como que siempre se hablaba de

las mujeres de mi fami­lia y sus historias. Teresa Lamas, mi bisabuela, recordaba historias de mujeres particularmente de su familia en sus libros. (Tradiciones del Hogar, La Casa y su Sombra) Aunque no la conocí, conocía sus historias de memoria. Esas narraciones eran enrique­cidas con otras que con­taba mi abuela. A eso se le sumaba el influjo de mi querido tío Hugo (Rodrí­guez Alcalá) con toda la poesía tan presente en su vida. Tenía esta cosa mágica cuando hablaba y un humor mechado con un vocabulario tan rico que me hacía amar el idioma. Me gusta mucho mi lengua y aunque aprendí otras en el camino, la de mi cora­zón es el español, que es tan rico. Mi abuela era muy exigente con la corrección del lenguaje y nos incitaba siempre a buscar y cono­cer el diverso significado de las palabras”, dice refi­riéndose a su abuela la his­toriadora y escritora Bea­triz Rodríguez Alcalá.

Con respecto a la rima y a la métrica nos cuenta: “Estu­dié declamación con Glo­ria España y es ahí cuando vi esa manera de ordenar las palabras en poesía y me pareció un juego fascinante. Una forma de música. Mis primeros poemas eran totalmente infantiles, tan­teando con las palabras : ‘Una medusa que se llamaba Pelusa’ por ejemplo. Bási­cos pero en seguida encon­tré el apoyo de mi madre que siempre iba guardando todo lo que escribía y me incitaba a seguir formándome en las letras.

Hice el taller de cuentos con mi Tío Hugo (Rodrí­guez Alcalá) y eso me con­tactó con un mundo de muchas mujeres que escri­bían, donde a pesar de ser la más pequeña, me sentí siempre muy a gusto. Aun­que estudié derecho y soy abogada, las letras siguie­ron siempre un curso para­lelo en mi vida. Cada vez que podía estaba inscripta en algún curso que me for­mara en la materia, como en la maravillosa Ponti­ficia de Chile, que tenía una biblioteca inmensa. Viviendo afuera y alejada de las leyes locales, incur­sioné en el guión televisivo por unos años. Pero al final terminó ganando el amor que sentía hacia el lenguaje poético, donde tengo más espacio de jugar con las metáforas.

Desde ahí comienzo a escri­bir artículos para revistas, blogs, y empieza a profe­sionalizarse la escritura en diversos proyectos. Al final es como una exten­sión mía este asunto de las letras. Para mí escribir es más bien una compulsión. Una forma de catarsis y de percibir la vida y los senti­mientos. Cuando volví al país luego de casi 20 años de ausencia, el doctor Juan Manuel

Marcos me invitó a su cáte­dra de Literatura Para­guaya en la Uninorte y fue un gran honor y desafío.

Y cuando me llamaron para participar del Equipo del Gran Diario de la Nación fue realmente la culmi­nación de un gran sueño. Tener un espacio desde donde poder viajar con las letras todos los domingos. Que Maravilla!”.

Podíamos haber conver­sado más pero a las 15:00 pasa a buscarla su madre, la historiadora Beatriz Gon­zález de Bosio, a la plaza, y Bea sigue su camino. Yo la veo marcharse y me quedo pensando que me sentí muy cómodo y que fue como una sesión de psicoanálisis al aire libre este encuentro, recorriendo mis “Cuader­nos de barrio”, ella desde sus “Crónicas desde el alma”, que por hoy en esta charla se convierten en “Cuadernos del alma”.

*Toni Roberto Godoy, ade­más de ser un talentoso artista visual y colum­nista dominical en este diario, también lleva el programa “Cuadernos de Barrio” los sábados por la tarde por Canal GEN y Universo 970 AM.

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