Por Óscar Lovera Vera, periodista

Ulises le tenía aprecio a la jefa policial, ese sentimiento se tradujo en lo que él consideró un conducto para desistir de matarse y entregarse seis días después de dispararle a Natalia. Su amiga, la periodista –con la que se había confesado–, logró que renuncie a la infamia cobarde y afrontar su responsabilidad.

La comisaria Ledesma confiaba en que Ulises estaba convencido de entregarse, pero no podía poner su confianza solo en eso. Necesitaba hacer algo más.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Viernes 13 de abril, cuatro días después del disparo, 9:20. La comisaria Ledesma recibió un mensaje en WhatsApp, era un número desconocido.

“Hola comisaria, soy Ulises Núñez ¿puedo llamarte? Tengo ganas de hablar contigo”.

La policía asintió y pocos minutos después su teléfono estaba sonando.

“Hola, ¿Ulises?”, dijo interpelando Ledesma.

“Sí, soy yo, comisaria. Estoy arrepentido de lo que hice, quiero entregarme y quiero ir a Paraguay…”.

Para ese entonces, Ulises había comprado boletos para ir en un bus hasta la Argentina, su idea era huir definitivamente, pero no llegó muy lejos.

La policía de Homicidios recibió una oportuna alerta de los funcionarios de la Dirección de Migraciones sobre la compra de boletos y el trámite en el puesto fronterizo durante la mañana del miércoles. Ulises salió del país antes que descubrieran lo que había hecho, cuando aún el cuerpo seguía siendo inspeccionado por los médicos de Medicina Legal.

“Estoy arrepentido de lo que hice, quiero entregarme y quiero ir a Paraguay, solo confío en vos. Yo sé que te fallé comisaria porque vos siempre me trataste bien cuando yo te llamaba, entonces quiero contarte todo esto y quiero garantías. Te pido que te contactes con mi hermana, con ella vamos a coordinar, yo me voy a entregar”.

El encuentro se pactó en el puesto fronterizo de Puerto Falcón, Ulises aguardaba oculto en algún paraje de Clorinda a la espera de que su hermana le dé el visto bueno para acercarse al punto donde se entregaría.

Ledesma trató de mantenerse en comunicación siempre, presentía que si dejaba de hacerlo, Ulises cambiaría su decisión.

“Ulises, ¿ya comiste, tomaste agua? ¿Tenés heridas?”, preguntó la oficial en un mensaje de texto.

“Sí, ya comí, comisaria, y sí, también tengo heridas. Una en la mano”, respondió al instante Ulises.

“¿Le pusiste algún remedio a eso?”, respondió la oficial, intentando siempre sostener la comunicación desde la distancia.

“Sí, tengo una pomada y eso le estoy colocando”, contestó el hombre, su mano tenía una leve quemadura tras haber arrojado combustible al automóvil de Natalia.

Ulises se comprometió a contactar a la Policía para darle indicaciones y, finalmente, entregarse. Cuando vuelva a contar con señal de internet, enviaría su ubicación exacta y cerrarían el acuerdo.

El viernes 13 iba cerrando sus horas, lo terrorífico que envolvía esa mítica fecha se iba disipando, convirtiéndose en algo esperanzador. El sospechoso del ataque a la mujer se entregaría sin resistencia.

La oficial Ledesma se contactó con los policías de Homicidios y les narró lo que estaba sucediendo. El trato fue que ella iría vestida de civil –para no asustarlo– y se encargaría de colocarle las esposas, luego se sumarían ellos para escotarlo hasta la capital.

Sábado 14 de abril. 4:45. Puesto de Aduanas de Falcón.

La comisaria Ledesma miraba su reloj de pulsera en forma constante, estaba impaciente y los tics de nervios comenzaron a notarse. Se acomodaba el cabello, lo llevaba suelto, natural, blanquecino y grisáceo. El paso del tiempo dictó su sentencia con benevolencia y casi nunca se dejaba ver así por las estrictas resolutivas que pesaban en la institución. Cabello recogido, bajó la gorra que portaba el escudo policial, el formalismo y la disciplina eran innegociables.

Aquel día lucía como una persona común, vestía un suéter marrón claro y jeans, calzaba unos deportivos blancos. Ledesma intentaba no llamar la atención, lo que menos quería es que Ulises tenga una impresión fuerte al verla y opte por escapar.

Un bus de corta distancia se acercó al estacionamiento, a unos treinta metros de la oficina migratoria. Después de que el conductor haya liberado el aire de los frenos, abrió la puerta para que desciendan los pasajeros. Un hombre fue el último en hacerlo y ahí estaba él. Sus anteojos grandes eran inconfundibles para Ledesma; prácticamente cubría todo su rostro. Su media mirada –debido a sus grandes párpados– buscaba el horizonte, el camino hacia la oficina donde tramitar su ingreso al país. Ulises se preocupó de hacer los trámites formales, la policía se acercó lentamente y lo saludó.

“Hola Ulises, acá estoy, como me pediste”, saludó la jefa policial, mientras él la miraba fijamente e intentaba descifrar la siguiente reacción.

Sea cual sea, la decisión estaba tomada. Ulises se entregaría tras recibir el sello de ingreso al territorio paraguayo.

Apenas le colocaron las esposas, Ulises se aferró a Ledesma, no se despegó de ella y comenzó a llorar, sin consuelo.

“Perdóname, comisaria, yo te fallé. Siempre me trataste bien, por más que yo te llamaba durante la madrugada, por varios minutos, yo te fallé…”, eso retumbó en la comisaria, se cuestionó si en algún momento Ulises dio motivos para que ella se percate que algo andaba mal y que necesitaba ayuda de un profesional. Se cuestionó si su sentido, su olfato policial había fallado o aquello era algo incontenible y bien oculto que el joven lo llevaba por dentro.

Para Ledesma, lo más insólito fue la fotografía que le pidió, esa la desencajó de aquel profundo análisis que hacía consigo misma.

“Comisaria, ¿podemos hacer una selfie, como aquella vez que te fuiste por primera vez a la radio?”. Ambos iban sentados en la parte posterior de la patrullera que los conducía hasta el Departamento de Homicidios sobre la calle Azara, en la capital.

Finalmente, la comisaria accedió al particular pedido de Ulises, pero la fotografía fue tomada una vez que llegaron a la celda donde aguardaría el inicio de su proceso.

LA HUELLA QUE QUEDÓ MARCADA

Ulises tenía una obsesión con mujeres trabajadoras del sexo. Siempre se sintió rechazado y buscó refugio en ello, gran parte de su salario lo destinó a momentos de placer que frecuentemente eran satisfechos mediante la información que le llegaba a un grupo de WhatsApp.

Esta enfermiza fascinación se remontaría a la niñez de Ulises. Creció en el seno de una familia solidaria, con el precepto de la religión católica; su madre fundó en su casa un albergue transitorio al que llamó Hogar de los Entusiastas. Un sitio donde “doña Teo” –como conocían a su madre en el barrio– daba un plato de comida y cama a aquellas mujeres trabajadoras del sexo. En su mayoría eran madres y no tenían con quién dejar a sus hijos, pues en ese lugar obtenían cobijo. La premisa de doña Teo se basaba en sus creencias religiosas; todas las mujeres pueden arrepentirse de esa vida pecadora y dejar de comercializar el sexo, optando por otro estilo de vida. Ella daba esa contención día a día, fue ahí que Ulises creció y se formó como persona, con el paso del tiempo algo de eso se distorsionó.

También, en este mismo sitio es donde Ulises conoció a Natalia y se enamoró, quiso que sea su novia y le ofreció salir de esa vida, insistiendo una y otra vez. Quizás ese pensamiento que tenía estaba desfigurado por algo que él no aceptaba: la voluntad de cada persona de optar por el destino que le convenga.

Ulises sobrevive en el penal de varones del barrio Tacumbú a esperas de la fecha para su juicio. Su imputación por feminicidio lo podría condenar a treinta años de cárcel. Cuentan que hasta hoy Natalia se le aparece en sus sueños, pero él asegura que sus sueños “no son feos…”.

Fin.

Lea aquí la primera parte: https://www.lanacion.com.py/gran-diario-domingo/2020/05/31/la-ultima-cita-pactada-parte-i/

Lea aquí la segunda parte: https://www.lanacion.com.py/gran-diario-domingo/2020/06/07/la-ultima-cita-pactada-parte-ii/

Etiquetas: #-

Dejanos tu comentario