Por Óscar Lovera Vera, periodista

En principio pensó que su plan le daría resultado y lograría una venganza completa por lo que había ocurrido, sin dejar ningún rastro. La quería para él, fue obsesivo y paranoico. Detrás de un operador de radio se ocultaba un asesino impiadoso.

La calma en la ciudad de Asunción gobernaba firme ante sus súbitas del departamento Central, impoluta ella dominaba al silencio que arrebató los ensordecedores bocinazos de la tarde, permitiéndose ser el dictador durante el ocaso de aquel lunes 9 de abril del 2018.

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El toque de queda del subconsciente también apaciguó a los policías de la comisaría primera de San Lorenzo, hasta que un revolucionario timbre de teléfono tumbó –a medianoche– la tiranía de la quietud.

“¡Ring, ring! ¡ring, ring!”, sonó insistente el aparato sobre el escritorio principal de la estación de policía, aquel que servía de barricada a los agentes para su danza con Morfeo. Pensaron que se trató de un accidente, eran de las llamadas más comunes a esa hora de la noche, pero no fue así. Un vecino reportó un auto en llamas y la urgencia de los socorristas en ese sitio.

Las luces destellantes del patrullero se detuvieron en las calles Yugoslavia y Primero de Mayo, del barrio San José, y a lo lejos se notaba el humo que se erguía imponente en la oscuridad. No pasó mucho tiempo para que más sirenas estén sonando al unísono y con fuerza por las calles, bomberos y policías rodearon el automóvil que no terminaba por consumirse.

Al llegar, vieron que mucho no podían hacer más que apagar el fuego, los bomberos se percataron que ya no había nada por recuperar. El coche estaba completamente calcinado.

Extinguir el fuego era la misión. Los curiosos se preguntaban ¿a quién puede pertenecer este vehículo?, los bomberos trabajaban con fuerza en medio de la incertidumbre de entender qué pasó y los policías controlaban todo alrededor. El último fogón fue controlado, solo quedaba algo de humo emanando de lo que alguna vez fue un automóvil.

“¡Capitán, venga, mirá esto!”, dijo un bombero tras cerrar la válvula de la manguera para exhibir una escena espeluznante.

Era el cuerpo de una persona, totalmente quemada. Los socorristas no lograban entender cómo habría ocurrido el percance y que aquel ser humano no haya podido escapar del automóvil.

Martes, 10 de abril. 3:25. Un oficial de policía llevó unas hojas en la mano, iba con prisa hasta el Departamento de Investigaciones de Central, una base encargada de investigar todo tipo de delitos en el Gran Asunción. Era aún de madrugada cuando el agente interrumpió el frágil sueño de su jefe, lo hizo con un solo golpe, llamando a la puerta. En sus manos, el agente llevaba la primera pista de la policía, habían logrado identificar a la persona calcinada en el vehículo; a partir de ahí podría investigar si se trató de un accidente o algo más.

“Comisario, lo que me pidió. Es una mujer, su identidad es Natalia Lorena Silveira Alonzo, una joven madre, estudiante de derecho, de apenas 22 años. Ella salió de su casa, ubicada en San Lorenzo, a las 19:00, y le dijo a la persona con quien vive ‘por acá nomás voy a estar’, sin dar demasiados detalles…”, terminó su reporte el agente y se marchó. No decía mucho, no tenía nada de qué tomarse para comenzar la pesquisa… aún.

El dato curioso que notó aquel jefe de policía es que la mujer desapareció durante tres horas, luego no contestó llamadas y tampoco mensajes de texto a su madre Rosa Alonzo.

Martel 10 de abril, 5:00. La hermana de Natalia llegó a la morgue, su madre no soportaba la idea de que su hija haya muerto y decidió que sea otro familiar el que enfrente el procedimiento de reconocimiento. Una gargantilla, un piercing en la lengua y un tatuaje en la muñeca confirmaban que se trataba de ella, ya no había dudas. En medio del dolor no lograban comprender qué pudo ocurrir. Natalia no tenía enemigos, se la consideraba muy buena persona, ¿qué pudo pasar?

BUSCANDO UN CABO SUELTO

Lo único que quedaba era sacar todo lo que se pudiera del coche, algún cabo suelto tuvo que permanecer sin que el fuego cómplice lo eliminara. El número en la matrícula fue el único testigo irreductible, perdió el color, pero no la forma. El código alfanumérico condujo a la policía a una hoja de ruta que hizo la mujer antes de morir.

El jueves 12 de abril, un hombre llamó a una estación de radio AM, era la 970 en la frecuencia. Quería hablar en exclusiva con la conductora de ese espacio vespertino.

“¿Hola Fabiola?”, preguntó aquella voz masculina a la periodista.

“Soy Ulises, vos me conocés…”.

“Claro, Ulises, por la voz, ¿qué pasó?”, respondió la locutora al percatarse que en la voz de este hombre había algo que no estaba bien

“Yo le maté a esa chica y quemé el auto. A Natalia…”, fulminó en su relato. Había cortado la incertidumbre de la comunicadora, y a ella le había costado retomar la conversación por algunos segundos. Aquel hombre era Ulises Eliseo Núñez Cabrera, un joven de 28 años.

El joven fue operador de consolas de sonido en la radio 780 AM, amigo de la periodista a quien llamó, se conocían desde hace tiempo porque trabajaron juntos en aquella estación radial.

“Ya sabía yo, yo… ya le había pillado todo lo que hacía…”, dijo nuevamente Ulises mientras su respiración marcaba cada intervalo de pausa entre ambos.

“¿Y vos ya le habías dicho eso, Uli, que habías pillado lo que pasaba?”, interrogó la periodista intentando comprender qué estaba ocurriendo ante esa confesión.

“No, nunca le dije nada. Porque yo dije ‘a esta la mato’, porque me venía mintiendo desde hace muchísimo”, dijo el hombre, mientras su aliento retumbaba en cada radiotransmisor del país. La entrevista había generado que cientos de personas estén escuchando la confesión del asesinato como si fuera una novela.

“¿Ustedes eran novios y vos le descubriste que te engañó?”, volvió a preguntar la mujer.

“No. Yo le pillé que ella salía con muchísimos hombres, ¿entendés? Con esos tenía contacto”. Ulises era de respuestas cortas y no lograba darse a entender, incompresible sobre qué exactamente había ocurrido. Lo único claro fue que se responsabilizó del cruel crimen.

ELLA ERA MÍA…

Ulises se enamoró de la mujer, consideró que Natalia era “su pareja” y, más allá de eso, la veía como de “su propiedad”. No existía algo formal entre ambos, nunca lo hubo.

Sin embargo, el operador la veía como tal y con el tiempo su obsesión lo llevó a ser posesivo y paranoico.

En su confesión ante la periodista –Ulises– relató que recibió un mensaje de Natalia, diciendo que quería verlo. La hora acordada fue las 17:00. La joven decidió cambiar de horario y fue a las 18:00.

Un nuevo mensaje cambió los planes, Natalia le pidió que lo aguarde una hora más, finalmente aquel nuevo retraso de la mujer reprogramaría el encuentro a las 19:00. Para Ulises nada cambiaría, le quedaba de camino. Ya había tomado la decisión de que esta sería la última cita pactada.

¿AMOR U OBSESIÓN?

Según Núñez, él conformaba un grupo de WhatsApp de hombres que pagan por chicas. Alguien dijo que estaba con ella y esa era la “razón” por la que él sufría los cambios de horario, esa misma persona envió una foto en la que se veía a Natalia bañándose.

El silencio de varios segundos nuevamente se intensificó entre Ulises y la periodista, a quien eligió para confesarse buscando la absolución de sus pensamientos.

“Yo no le dije nada a ella, pero ya estaba con lo mío. Cuando vi la foto ya estaba decidido”, dijo el hombre entre sollozos.

“La conocía hace 2 años, nos veíamos frecuentemente, ella me decía que ‘no había nadie más’, yo no sabía que ella se veía con otros muchachos a la par”, agregó a la sentencia que se iba dibujando a medida que la entrevista ocupaba dos cuartos de hora.

Martes 10 de abril, 19:30. Emocionado y aguardando después de mucho, Ulises logró que Natalia acceda a verse con él. Entregó su turno al siguiente operador de la estación y fue al punto de encuentro. Lo que ocurría después marcaría el inicio más sangriento.

Era un pequeño auto rojo, con los vidrios polarizados. El guarda del motel Bambú, en la ciudad de San Lorenzo, marcó el ingreso a las 20:00 de ese día. Dentro de la habitación una vez más hubo deseo de sangre…

VERTE UNA VEZ MÁS

La salida se registró a las 20:40. El hombre ya tenía planeado todo lo que iba a hacer, pero la habitación no era el lugar. Su plan era no dejar rastros, borrar todo que lo pueda vincular, y así lo hizo.

Parte de su estrategia era entrar y salir en un solo automóvil, eligió una habitación donde en el garaje solo pueda caber un vehículo. Dejó su coche estacionado a pocas calles del motel, donde la oscuridad no lo haga notorio. Natalia lo acercó hasta su automóvil y cuando ella se despidió, él le pidió un favor.

“Esperame un rato, tengo un regalo para vos guardado en el auto…”, dijo Ulises mientras la miró furtivamente a los ojos.

Al volver cargaba un bolso de mano consigo, subió al auto de la mujer y en su cabeza dibujó el siguiente paso: “A esta la reviento y que se acabe todo”.

La detonación del arma –que ocultó en la cartera– se escuchó alrededor, sacudió tan fuerte que en segundos los vecinos intentaron abrir con rapidez ventanas y puertas, movidos por el combustible de la curiosidad.

El disparo fue en la cien, del lado derecho de la cabeza de Natalia; su cuerpo se desplomó sobre sí debido a la potencia del revólver. Ulises la acomodó rápidamente en el asiento trasero para tomar el mando del automóvil y huir antes que lo descubran.

EL OTRO PASO ANTES DE ESCAPAR

La segunda parte del plan comenzó en ese instante. El asesino pensó en una coartada y para él lo ideal era conducir el automóvil de Natalia hasta otro motel, esta vez fue el Roxxxy, también en la misma ciudad. Al llegar, el guarda del local miró su reloj de pulsera y registró el ingreso a las 21:25 horas.

Otro empleado del lugar le abrió la puerta de la habitación número 9, mostrándole que ese era el lugar disponible para que entre con su pareja; lo que no sabía es que aquel cliente llevaba un cadáver en el asiento trasero.

Ulises se dio una ducha, se sacó cada resto de sangre y cualquier otro rastro que pueda comprometerlo, vomitó, pidió una gaseosa y pagó seis mil guaraníes por ella. Se sentó al borde la cama y se calmó. El cuerpo de Natalia continuaba en el estacionamiento.

Eran las 22:00, treinta minutos después del asesinato. Ulises calculó que ya era prudente retirarse y terminar con todo.

Eran las 23:50. Bajó del vehículo y caminó hasta una gasolinera en busca de combustible, sacó algunos billetes de dos mil guaraníes para comprar tres litros de nafta y fue de vuelta hasta el automóvil de Natalia.

Activó la alarma y lanzó la llave a un matorral. Tomó el bidón de auxilio y cubrió con combustible cada parte del coche, y en especial el motor y los neumáticos, sabía que esto aceleraría la combustión. Como parte de su acto final, sacó una caja de fósforos, encendió un cerillo y dejó que la pequeña llama ilumine su rostro mientras ganaba fuerza en la pirólisis. Todo comenzó a arder, dio unos pasos atrás y su respiración marcó el paso de sus pensamientos. Creyó que ahí terminó todo y que su venganza estaba consumada; sin embargo, no se percató de que Natalia seguía viva…

Continuará…

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