El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, es una persona maleable. Sin carácter ni códigos. El único aspecto lineal de su conducta es el discurso cargado de exacerbado resentimiento. Como si los paraguayos le debiéramos algo. A él y a su familia por los efectos de aquel golpe de Estado que derrocó a la dictadura que les había protegido, privilegiado y beneficiado con una fortuna de origen sangriento.

Porque el régimen de Alfredo Stroessner fue de terror. De cárceles, exilios, torturas, desapariciones y asesinatos. En todo lo demás, su comportamiento es errático, zigzagueante, sin una orientación firme y segura que demuestre convicción y proyecte credibilidad. Al contrario, pisotear sus propias palabras y promesas es lo normal en su vida política. Desde aquellos días de campaña en que afirmaba que iba a conformar un gobierno con los mejores colorados y coloradas y, luego, terminó copando su gabinete con los radicales enemigos del partido que le llevó al poder, la Asociación Nacional Republicana (ANR). Sobresalen los recomendados del Partido Democrático Progresista (PDP), de la senadora Desirée Masi. Es, en resumen, un hombre sin personalidad propia y definida, lo que le convierte en un sujeto manipulable por aquellos más astutos y ladinos que le susurran al oído exactamente lo que él quiere escuchar. Las circunstancias evidencian que es una víctima consentida de su propio entorno.

En las últimas semanas ha incorporado el discurso, los gestos, el tono de voz y hasta los adjetivos zafios, incultos, de la cabeza visible del movimiento Fuerza Republicana, Nicanor Duarte Frutos, director de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), quien, con su fuerte presencia en el proyecto oficialista, viene a confirmar aquel refrán de que entre los ciegos el tuerto es rey.

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Un personaje disociador, agresivo, intolerante y autoritario que articuló una alocución con fines meramente destructivos, exhibiendo una absoluta incapacidad para controlarse y debatir desde la racionalidad serena y la argumentación sólida. Solo se dedica a tirotear con disparos contradictorios, incoherentes e irreflexivos. Carentes de cualquier autocrítica. Como si sus palabras fueran la verdad revelada, incontrovertibles y de validez absoluta.

Y así va trastrabillando contra la irrefutable realidad y la contundencia de los hechos que desmienten sus atrabiliarias peroratas. Pero él parece no inmutarse por el torcido lenguaje del engaño, la simulación, la infamia y la intriga. Con esos atuendos se siente completo. Aunque pretenda aparentar al revés. El mismo desteñido ropaje de irascibilidad desequilibrada con que empujó a su partido (Colorado) a la llanura en el 2008.

En medio de ese círculo de irredentos mediocres, la toxicidad de Nicanor Duarte Frutos se expande a su velocidad máxima. Mario Abdo Benítez es su aventajado discípulo. Tampoco habría que insistirle mucho para que avance en ese derrotero insalubre de destilar odio, exudar rencores y ejercitar venganzas en contra de sus adversarios. El jefe de Estado ya venía con la materia prima para fermentar el discurso de la discordia, mientras proclama en vano el nombre de Dios.

El hilo conductor que une al director de Yacyretá y al mandatario, ya lo reseñamos, es el resentimiento social, la negación de su propia clase y la inocultable animosidad respecto a quienes lograron sobresalir mediante el esfuerzo y la dedicación, sin necesidad de recurrir a los privilegios y canonjías de la política. El mismo veneno se está inyectando el precandidato oficialista, Arnoldo Wiens, cuyas primeras declaraciones fueron de ataque en contra del líder de movimiento Honor Colorado, Horacio Cartes, con quien, aseguró, no piensa abrazarse después de las internas del 18 de diciembre, buscando congraciarse con la prensa amiga del poder de turno.

Es decir, las cadenas mediáticas de Natalia Zuccolillo y Antonio J. Vierci. Justificaba así el ex pastor menonita los motivos que le impulsaron a abandonar su llamado vocacional. Nunca fue un llamado real. Solo fue un medio de subsistencia y un pretexto para dar su salto a la política. Y, lo peor, la política de la peor ralea, la que prioriza sus propios intereses por encima de las necesidades del pueblo. Fue uno de los brazos ejecutores –sino el principal– de los mayores casos de corrupción dentro del gobierno de Abdo Benítez.

Los discursos de Abdo Benítez Jr., de Duarte Frutos y de Wiens –y allá en el fondo la opaca e intrascendente voz de Juan Manuel Brunetti– son indicadores de que no piensan respetar el resultado de la voluntad popular de las internas simultáneas de diciembre de este año. Todo induce a pensar que, definitivamente, es Euclides Acevedo el plan “B” de este gobierno. Nunca fueron guiados por los mecanismos de la democracia. Solo por sus intereses particulares. Su única obsesión es seguir lucrando a costa del Estado.

Aunque piensen que el pueblo no tiene facultades de discernimiento, están equivocados. El ciudadano, en las últimas municipales, ha certificado que ya sabe votar. Y sabe a quiénes botar y repudiar con su voto. De ahí la desesperación de quienes pretenden seguir usurpando el poder para satisfacer sus propias ambiciones materiales y concupiscencias más desordenadas. Pero nada dura para siempre. Y esa lección todavía no aprendió este gobierno que se está yendo irremediablemente.

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