El poder de la conciencia

“Es posible que las cosas que estoy diciendo ahora sean oscuras, pero se aclararán en el lugar que les corresponde” es una frase atribuida al polaco Nicolás Copérnico, un coloso revolucionario de la ciencia que se apagaba a sus 70 años, el 24 de mayo de 1543.

El mundo entero recordó ayer a esta luminaria que conmocionó profundamente las bases de la astronomía con su teoría heliocéntrica del sistema solar, que proponía que la Tierra gira alrededor del Sol, una idea totalmente absurda hasta entonces ya que todos creían que nuestro planeta era el centro del universo.

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Fue Copérnico, quien pocos meses antes de sufrir un fatal accidente cerebrovascular, publicaba su libro que dio pie al fin del oscurantismo de la humanidad: “Cada luz tiene su sombra, y cada sombra tiene una mañana siguiente”, decía el matemático y explicaba que “como sentado en un trono real, el Sol gobierna la familia de planetas que giran alrededor suyo”. Para la gran mayoría de los pensadores de la época, y sobre todo de los ciudadanos del planeta, esas afirmaciones eran totalmente descabelladas, ridículas; sin embargo, las notas y pruebas aportadas por Copérnico eran avaladas por sus observaciones científicas.

Fueron casi 25 años de trabajo que se traducían en uno de los hechos más sensibles de la historia de la ciencia, que daría inicio a la revolución copernicana, que sería seguida en principio por unos pocos, pero que prendería con fuerza con otros aportes como los de su colega Johannes Kepler, que propuso tres leyes referentes a las órbitas elípticas de los planetas, a los tiempos y distancias y hasta mencionó la duración del año en los planetas que giran alrededor del Sol.

Casi 500 años en el pasado, Copérnico no contaba con Google para que le solucionara sus dudas, entonces él adquirió tantos conocimientos como pudo, que fueron muchos. Para empezar, hablaba varios idiomas (alemán, polaco, latín, griego e italiano), analizaba cuestiones tanto científicas como humanísticas. Era doctor en Derecho Canónico, médico, y hasta gobernador y diplomático. Y como si fuera poco, además economista, al punto de formular un principio que con el tiempo se llamó Ley de Gresham.

Una mente como la de Copérnico también tuvo la capacidad de plasmar otra frase que sobrevivió a los siglos y que hoy día está más vigente que nunca: “Las naciones no se arruinan por un solo acto de violencia, sino de manera gradual”. Un claro ejemplo de este razonamiento fue la caída del imperio romano, que se creía eterno.

A punto de finalizar el primer cuarto del siglo XXI, cuando la ciencia no solo logró entender el comportamiento de las leyes de la astronomía gracias a personas como Copérnico y el ser humano hasta envía sondas más allá de la galaxia, la ignorancia de los ciudadanos de hoy es igual o mayor a los contemporáneos del polaco.

En este momento se desarrollan guerras en Ucrania con amenaza nuclear, también en Gaza, Irán busca una prueba en la causa de la muerte de su presidente que le permita lanzar más misiles y China que hace “ejercicios” para invadir Taiwán, mientras España rompe relaciones diplomáticas con Argentina y Venezuela no invade Guyana solo porque un portaviones de EE. UU. navega por las cercanías.

Es incomprensible que con tanta ciencia en la actualidad los conflictos sean más graves que antes y a la vez más insólitos. Me pregunto cómo reaccionaría Copérnico si pudiera revivir en esta época y alguien se enoje con él porque no usara el lenguaje inclusivo. O que pasara al lado de una persona que le comenta que es un caballo porque “se siente caballo”. O que las mujeres que dicen ser dueñas de su cuerpo quieren el derecho legal de matar a sus propios hijos. O vea a todas las personas caminando como zombies con una pequeña pantalla en las manos como si no conocieran el camino por donde van. O fuera testigo de cómo los jóvenes desperdician su vida jugando juegos electrónicos que nunca podrán ganar.

Lo más probable es que el pobre Copérnico al ver este mundo quisiera volver a su época lo antes posible. Por entonces, la gente al menos solo era ignorante.

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