Una buena parte de la sociedad argentina, desde los últimos días, tiene en sus pensamientos y pasiones puestas en la selección nacional de futbol que mañana -martes13- se enfrentará con la escuadra de Croacia en la semifinal de Qatar 2022. Messi, el más grande, “el dios de estos tiempos”, según el derrumbado ex director técnico de España, Luis Enrique, lidera los sueños de millones de levantar la copa e imprimir otra estrella en la camiseta albiceleste. ¿Por qué no? “Ahora, que estamos en el baile, queremos seguir bailando”, dijo Lionel Scaloni después de vencer a Países Bajos, en la noche catarí. Soñar, es tan humano como ilimitado.

¿El eventual y deseado éxito futbolístico, podrá ser asumido como el triunfo de todos? Sueños. “En la vida, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”, decía el atribulado príncipe Segismundo -hijo del rey Basilio, de Polonia- en el segundo monólogo de “La vida en sueño”, excelsa obra de teatro estrenada en 1635 por Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). El heredero de aquella corona, en cautiverio por orden del monarca, a lo largo de los tres actos en que fue estructurada esa creación, se cuestiona e interroga por el sentido de la vida, pero en particular, sobre la libertad que le es privada por su propio padre temeroso de que lo despojara del poder y se hiciera del reino. Nada nuevo. Ni siquiera en el siglo 17.

Un par de días antes de superar a Países Bajos -donde reina Máxima, una mujer argentina casada con el rey Guillermo de Orange- en la misma semana que pasó, otras y otros, como Segismundo, Messi y Scaloni, cada uno en su tiempo y de cara al mañana, también transitaron, transitan y transitarán la experiencia de los sueños, aunque sin llegar al onirismo. En la tarde de aquel día, como lo anunciamos desde esta columna una semana atrás, los integrantes del Tribunal Oral Federal (TOF) 2, los jueces Jorge Gorini, Rodrigo Giménez Uriburu y Andrés Basso, informaron públicamente que a la ex presidenta Cristina Fernández (2007-2015), actual vicepresidenta, la condenaron a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos porque la consideraron penalmente responsable de cometer el delito de “administración fraudulenta en perjuicio de la administración pública”. La segunda al mando, sin embargo, no será detenida por dos razones: 1) Porque tiene fueros parlamentarios que lo impiden; y, 2) porque no se trata de una sentencia firme ya que tiene el derecho de apelar dicha condena ante la Cámara de Casación Penal y, en el caso de que ese tribunal de alzada la confirmara, podrá atacar la sanción impuesta ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación que será la que finalmente decida. Pasará tiempo. De todas formas, la mencionada apelación, no podrá ser presentada hasta marzo 2023 cuando el TOF 2 haga públicos los fundamentos de la pena aplicada. Como sucede en cualquier estado democrático de derecho consolidado -en la Argentina la institucionalidad cumple cuatro décadas ininterrumpidas- a pesar de una oleada previa de intensas declaraciones para anunciar vigilias y movilizaciones populares “para defender a Cristina”, nada pasó.

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Los organizadores de tales acciones testimoniales, ante el escaso apoyo alcanzado regresaron a sus casas cabizbajos. La soledad coyuntural de la señora Fernández se palpa. Las encuestas de Federico Aurelio -histórico mensurador de los humores sociales para con el peronismo, al igual que Julio, su fallecido padre- claramente señalan que la vicepresidenta apenas supera el 20% en la intención de voto. Incluso, algunos de sus allegados sostienen que “ya fue”. ¿Será así? Conocida la sentencia que la condena, Cristina F., a través de las redes, luego de notificada de la pena impuesta y denostar del Poder Judicial al que calificó de “mafia” y ser un “poder paraestatal”, anunció que -en el 2023- “no voy a ser candidata a nada, ni a presidenta, ni a senadora”. En su alocución, consideró también que “la condena real [que le imponen jueces, empresarios y medios -lawfare] es la inhabilitación perpetua para ejercer cargos electivos, cuando todos los cargos que ejercí fueron por el voto popular” y sostuvo que “esta es la verdad de la milanesa”. En ese contexto, recordó que “el 10 de diciembre del 2023 no voy a ser vicepresidenta, así que pueden dar la orden de que me metan presa” porque “no voy a estar en ninguna boleta”, añadió con contundencia dialéctica. Vale reiterar que, pese al tono de renunciamiento épico con el que se expresó la vicemandataria, para que Cristina Fernández sea encarcelada, no están dadas las condiciones y, si esa situación no fuera suficiente, es atinado recordar que el venidero 19 de febrero, cumplirá 70 años. Las y los septuagenarios, pueden acogerse al beneficio de cumplir prisión domiciliaria.

De todas formas, su detención no parece, hasta el momento de escribir esta columna ser inminente en el corto o mediano plazo. Por otra parte, existen antecedentes en la historia reciente que posibilitan pensar que su encarcelamiento es improbable. De hecho, el ex presidente Carlos Menem (1989-1999), con algunas condenas e inhabilitaciones en su haber por delitos cometidos cuando ejerció la presidencia, hasta el último suspiro fue senador nacional y, por si algún simbolismo faltara, por ser el más mayor de los senadores, en repetidas oportunidades tuvo a su cargo el honor de izar la Bandera Nacional en el Senado en los momentos previos a cada oportunidad en que la Cámara Alta sesionara. Sin dudas, se trata de un antecedente concreto que aporta a la reflexión porque, en alguna oportunidad, cuando ello sucedía, Cristina F. -como Menem- también era senadora de la Nación o, hasta que el ex mandatario falleció, presidía el Senado. “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, puntualizó en 1857 el barón John Emerich Edward Dalberg-Acton (1834-1902), Marqués de Groppoli, historiador, político y escritor inglés quien, además, agregó que “los grandes hombres son casi siempre hombres malos”.

La contundencia de los pensadores. Pero, más allá de lord Acton y algunos otros que se expresaron en la misma línea antes y después, vale recordar algunos datos de la historia reciente. Menem, en 1989, con promesa electoral de “revolución productiva” y “salariazo”, triunfó con el 47,51% de los votos. En 1995, luego de la reforma constitucional que se concretó un año antes, cuando ya la sociedad sabía del incumplimiento de sus promesas, del achicamiento del Estado a través de la privatización de las más relevantes empresas públicas, del consecuente desempleo, de la destrucción de la producción nacional, de los continuos cierres de empresas, de la corrupción estructural creciente, fue reelecto presidente con el 49,95% de las voluntades electorales. Dos puntos porcentuales más que en el ‘89. Cristina Fernández -acompañada de Amado Boudou en la vicepresidencia- en el 2011, fue reelecta con el 54% de los votos. Poco más de 8 puntos porcentuales más que en la elección anterior. Desde el 2008, era objeto de reiteradas denuncias por presuntos actos de corrupción. Amplios sectores populares, como sucediera con Menem, votaron al binomio Fernández-Boudou. Éste último, en el 2018, fue condenado a 5 años y 10 meses de prisión por intentar apropiarse de Ciccone Calcográfica, una imprenta privada habilitada para imprimir billetes. Cometió los delitos de “cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con el ejercicio de cargos públicos”. Desde el 2011 está con prisión domiciliaria que ganó por “buena conducta” carcelaria y por haber hecho varios cursos.

Entre ellos, uno de electricidad, otro para organizar eventos y uno de computación en la cárcel. Sobre los tres, luego de largos procesos recayeron condenas judiciales de encarcelamiento e inhabilitaciones para ejercer cargos públicos. Conocidas ampliamente sus acciones ilegales por la sociedad ya que, siempre, fueron reveladas por el periodismo, sin embargo, ganaron elecciones. Lo incomprensible, no pocas veces, también es parte de la historia.

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