POR RICARDO RIVAS, periodista – académico
Cuando arribé por primera vez a la República Popular China por motivos académicos, la primera sorpresa recibida fue cuando –desde el Aeropuerto Internacional Beijing – Capital (Běijīng Shoudū Guójì Jīchang) quise enviar la infaltable selfie. No pude. Revisé una y otra vez el celular. Pensé que se había caído el servicio de Whatsapp, que se había derrumbado Facebook, que mis followers dejaron de seguirme o que me habían bloqueado en Twitter, pero no. Todo estaba bien. Simplemente, no se puede hacer. En consecuencia, decidí enviar por mail el valioso recuerdo cuando llegara al hotel, luego del checkin. Tampoco lo conseguí. En la conserjería me informaron –con una enorme sonrisa y leve reverencia– que “todo está bien”. La respuesta fue correcta. Sin embargo, nada estaba bien para este periodista y profesor universitario como tampoco lo estaba ni está para los millones de viajeros que, desde todo el mundo, llegan al Imperio del Centro, donde el turismo receptivo crece 5,9% cada año, equivale al 16,6% de la economía turística global y explica el crecimiento del 10,5%, cada 12 meses, en la cantidad de turistas internacionales, según datos oficiales.
El viajero descubrirá, no sin esfuerzos que, si dispone en su móvil de la aplicación Skype con abono podrá comunicarse con quien quiera hacerlo. Si quien lo guía en sus recorridas chinas es eficiente, le propondrá que pida a sus contactos que –donde se encuentren– bajen las apps de Wechat (el Whatsapp chino); Weibo (el Twitter chino); QQ (el Messenger chino); QZone (el Facebook chino), para resolver el incordio. De la misma forma, si la idea es escuchar música, podrá bajar QQMusic o Kugou Music (los Spotyfi chinos); y, si quiere ver una película, tendrá a mano YouKu (el Youtube chino). De Gmail tendrá que olvidarse hasta que vaya en busca de otro destino. La lista de aplicaciones chinas que ofrecen los mismos servicios que las tiendas Apple o Play Store, en algunos casos muy superiores en prestaciones y rendimientos a los usuales en Occidente, es extensa.
El deseo de compra de todo viajero en busca de posibles mejores precios para adquirir dispositivos informáticos o teléfonos celulares, también debió ser contenido. Ordenadores, tablets o móviles diseñados y producidos en China para su mercado interno, al salir de ese país, no servirán de nada y no podrán ser adaptados a los protocolos transnacionales para que los usuarios puedan bajar en ellos el paquete de productos Google, por ejemplo. Los proveedores de servicios chinos –dadas las restricciones gubernamentales en el Gigante Asiático– desarrollaron sus propias versiones de las plataformas tecnológicas ya mencionadas aunque adaptadas a los gustos del mercado interno en ese país milenario. Sin embargo, todas ellas disponen de aplicaciones que pueden ser bajadas y operadas fuera de China, sin inconvenientes.
Las dificultades señaladas son las que en un futuro inmediato podrán enfrentar los usuarios de dispositivos Huawei que dejarán de recibir las actualizaciones de software como consecuencia de los efectos que produce la llamada guerra comercial entre los Estados Unidos y China.
El avance de líderes nacionalistas que se verifica en los últimos años en los países centrales es de una gravedad formidable. La Gran Muralla Digital China que someramente se describe más arriba podrá extenderse a otras regiones. Será directamente proporcional al rechazo que esos gobernantes exhiban contra la globalización a la que responsabilizan de la casi totalidad de las dificultades que se presentan en su país. El concepto de Estado-Nación renace recargado. La idea del Estado-Región cuyo desarrollo se apoyó en el de la internet y el crecimiento de las redes retrocede. Los nacionalistas limitan en sus posibilidades operativas los desarrollos tecnológicos instalados. Lo glocal [tecnología global limitada en su uso a lo local] podría imponerse. La internet podría mutar en Intranet “por razones de seguridad nacional”. Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin están en eso.