Lelystad, Holanda AFP

“Esto era un hervidero de peces antes”, suspira el guardia forestal André Donker, con los gritos de las aves migratorias aún en mente y la mirada perdida en el oleaje gris y agitado del Markermeer, uno de los mayores lagos de agua dulce de Europa.

Otrora de gran interés ecológico, esta vasta extensión de agua de 700 km2 del norte de Holanda, gracias a la cual se regula el nivel de la marea en el resto del país, ya no es más que una masa turbia desprovista de vida acuática.

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Por eso, se ha construido hace poco un archipiélago de cinco islotes, siguiendo una técnica innovadora, con un único fin: impulsar el ecosistema del lago. Es una de las “mayores operaciones de restauración de la naturaleza en Europa”, subraya Donker. El ecosistema de la zona quedó fuertemente alterado en las últimas décadas, tras la construcción de un dique que separa el lago del banco de agua vecino, el Ijsselmeer. Los sedimentos que anteriormente transportaban las corrientes empezaron a caer al fondo del lago, por lo que las aguas se volvieron turbias y disminuyeron las poblaciones de aves y peces, sobre las plantas y los moluscos.

El lago Markemeer formaba parte del Zuiderzee, un brazo de mar salado del mar del Norte, construido en 1932. Para llegar al archipiélago, llamado Marker Wadden, hay que cruzar ocho kilómetros de lago desde el puerto de Lelystad. Con gorro de lana para hacer frente a las borrascas del mar del Norte, André Donker alcanza una duna y baja rápidamente.

Una vegetación escasa recubre buena parte de las 700 hectáreas que los holandeses ganaron al agua, inmersos en una batalla permanente contra la marea. Holanda es particularmente vulnerable a las consecuencias del cambio climático, pues buena parte del país está bajo el nivel del mar. Desde octubre, la ciudad portuaria de Roterdam alberga la sede de una comisión internacional para el clima, liderada por el ex secretario general de la ONU Ban Ki Moon y el fundador de Microsoft, Bill Gates.

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