Upper Darby, Estados Unidos AFP

Visto de afuera, este taller de la peri­feria de Filadelfia se parece a cualquier otro, pero la sorpresa espera en su interior: hay solo un hombre revolviéndose entre motores, llantas y carrocerías. El resto son mujeres.

Se llama Girls Auto Clinic y es una rareza en un ambiente dominado ampliamente por los hombres.

Con el trasfondo de una música de rock, Sue Swee­ney, la mujer que comanda el equipo con una bandana en la frente, inspecciona un automóvil ayudada por otra mecánica que le pasa las herramientas.

“Trabajaba en la industria automovilística, pero detesté todas mis experiencias pro­fesionales”, explica la chis­peante fundadora del taller, Patrice Banks.

“Tenía la impresión de que si un hombre no me acompa­ñaba cuando iba al mecánico por algún problema con mi auto me estafaban”, dice.

En el 2012, a los 31 años de edad, Patrice decidió abando­nar el laboratorio de ingenie­ría en el que trabajaba y con­vertirse en mecánica.

En los comienzos, planeó montar un taller reservado a mujeres que funcionara una vez por mes. Pero resultó tan exitoso que rápidamente el proyecto se modificó.

El año pasado abrió la Girls Auto Clinic, y en el local con­tiguo un salón de manicura sumamente frecuentado por la clientela del garaje, mayori­tariamente (75%) femenina.

“Quería crear una empresa en la que las mujeres se sin­tieran bienvenidas y eman­cipadas”, cuenta sonriendo Patrice Banks, que editó recientemente un libro para dar cuenta de su experiencia.

“Si formamos la mayor parte de la clientela, no debería­mos sentirnos maltratadas o incomprendidas”, afirmó.

Según estadísticas del Depar­tamento de Transportes, en Estados Unidos el número de mujeres y de hombres que conducen vehículos es parejo, pero apenas el 3% de los pues­tos de trabajo en mecánica automovilística son ocupa­dos por personal femenino.

DEBÍA ESTAR “EN LA COCINA”

En la Girls Auto Clinic, nueve de los diez empleados son mujeres, llamadas “She-canics”. “Puedo venir aquí vestida como quiero, ser yo misma y nadie va a obser­varme ni decirme si tengo un aspecto suficientemente femenino o demasiado mas­culino”, explica Sue Swee­ney, que durante 23 de sus 42 años trabajó en un medio en el cual debió padecer todos los clichés imaginables.

Un ex colega le dijo un día que debía “estar descalza y embarazada en la cocina” y no en un taller mecánico. Sin embargo, “bro­mas” y sarcasmos nunca la desalentaron. “Es formida­ble”, dice de ella su patrona Patrice Banks, mientras Sue Sweeney instala un motor en un auto. La iniciativa no nació sólo para luchar contra los prejuicios sexistas. También se mueve con una lógica eco­nómica.

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