“Entra en este Panteón donde un viento de fantasía y audacia sopla con usted. Por primera vez también entra una cierta idea de libertad y de fiesta”, dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, tras alabar a una “heroína”. El féretro que simboliza a Baker pasó bajo la inscripción “A los grandes hombres” a la entrada de este templo laico erigido en pleno barrio latino, tras un último espectáculo por las calles de la capital francesa.
Artista de music-hall, resistente contra los nazis, militante antirracista. Joséphine Baker se convirtió en la primera mujer negra en entrar en el Panteón de Francia, 46 años después de su muerte, por una vida de lucha por la “libertad”. Pese al frío y la lluvia, París fue una fiesta. Miembros del Ejército del Aire portaron a hombros el cenotafio a lo largo de más de medio kilómetro de alfombra roja entre aplausos, mientras se escuchaba la vida de Joséphine Baker y sus éxitos.
“Aquí estoy de nuevo, París. Hace mucho tiempo que no nos veíamos”. Estas palabras de la canción “Me revoilà Paris” abrieron la ceremonia de ‘panteonización’ de la artista, cuyos restos seguirán en cambio reposando en Mónaco.
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La “Venus de Ébano” nació el 3 de junio de 1906 en Saint Louis (Estados Unidos) como Freda Josephine McDonald y, pese a haber crecido en la pobreza y la segregación y haberse casado ya dos veces a los 15 años, logró tomar las riendas de una vida única.
Baker, que saltó al estrellato en Francia por sus números de revista durante los “Años Locos” jugando con los fantasmas coloniales, aprovechó esta fama para trabajar como agente de contraespionaje para el general Charles De Gaulle durante la ocupación nazi. Y, pasada la Segunda Guerra Mundial, se unió a la lucha antirracista, siendo la única mujer en pronunciar un discurso junto a Martin Luther King el 28 de agosto de 1963, durante una marcha por los derechos civiles en Washington.
“Francia me ha convertido en lo que soy y le estaré eternamente agradecida”, aseguraba la artista nacionalizada en 1937, que también plasmó sus valores al adoptar a 12 niños de diferentes partes del mundo y formar su “tribu arcoíris” en el castillo de Milandes (sur).
“Heroína de guerra”
Joséphine Baker, que ya recibió en vida la Legión de Honor francesa y la Cruz de Guerra, se convirtió en la sexta mujer en entrar al Panteón, como la física Marie Curie en 1995 y la artífice de la ley del aborto en Francia Simone Veil en 2018. Solo una, Sophie Berthelot, no entró por méritos propios, sino para acompañar a su homenajeado marido.
“Heroína de guerra. Combatiente. Bailarina. Cantante. Una negra defendiendo a los negros, pero primero que todo una mujer defendiendo al género humano (...) Libró tantas batallas con libertad, ligereza y alegría”, loó Macron en el discurso que repasó su vida.
En la nave del Panteón, ante dos imágenes de Baker, una de ellas con el uniforme del ejército del aire francés, un público heterogéneo la homenajeó: su familia, políticos, actores, músicos o Alberto II de Mónaco, cuya madre Grace era una amiga.
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Durante la ceremonia, a la que se invitó también a organizaciones antirracistas, se proyectaron imágenes de la irrepetible vida de esta vedete, famosa también por su canción “J’ai deux amours” (Tengo dos amores): “Paris, Paris, Paris...”.
Con la entrada a hombros de esta atípica artista en el Panteón, reservado casi exclusivamente a hombres --políticos, héroes de guerra o escritores--, Macron rompe con el habitual perfil de los “inmortales”, a menos de cinco meses de la elección presidencial. Y aunque el Elíseo aseguró que no hay ningún mensaje político con este símbolo, que conecta con luchas recientes por una mayor visibilidad de las personas negras y de las mujeres, el jefe de Estado aprovechó el momento para dejar caer uno.
“Entra aquí para recordarnos, a nosotros que a veces nos empeñamos en olvidar”, que “somos una nación luchadora y fraternal”, dijo horas después que el polemista Éric Zemmour anunciara su candidatura a la presidencia con un discurso antimigrantes. La jornada comenzó con el cambio de nombre de la estación de metro parisina “Gaîté” (Alegría), que a partir de ahora sumará las palabras “Joséphine Baker”. “Es un orgullo”, dijo Luis Bouillon-Baker, uno de sus hijos, al que adoptó en Colombia.
Se negó a cantar en Miami
Josephine Baker recibió un telegrama en diciembre de 1950. El Copa City de Miami Beach, un lujoso club nocturno, estaba dispuesto a pagarle mucho dinero para contratarla por varios conciertos. La artista rechazó la oferta. No quería cantar donde no aceptaran a ciudadanos negros como ella.
Esa decisión marcó un giro en la vida de la estrella fallecida en 1975, que será el 30 de noviembre la primera mujer negra en entrar al Panteón de los personajes ilustres de Francia, su país adoptivo. A finales de 1950, la cantante, bailarina y actriz nacida en Saint Louis, Misuri, era un ícono mundial. Tenía 44 años y, tras unos inicios difíciles en Estados Unidos, llevaba décadas triunfando en París, donde vivía desde 1925.
Su fama no evitaba, sin embargo, que fuera discriminada en su país natal. En 1948, numerosos hoteles de Nueva York se habían negado a alojarla con su marido blanco, el francés Jo Bouillon. Ese mismo año, viajó sola y de incógnito por el sur de Estados Unidos, marcado por la segregación racial. Una experiencia indignante para ella.
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Así que cuando recibió el telegrama en 1950, Baker, que estaba en La Habana, dijo que no. Y mantuvo su negativa cuando el gerente del Copa City, Ned Schuyler, la visitó al día siguiente para convencerla. El local no admitía a negros como clientes. De hecho, éstos no podían acceder a ningún establecimiento ni playas de Miami Beach, en Florida, salvo por motivo de trabajo.
“No puedo actuar allá donde mi gente no puede ir”, le dijo Baker a Schuyler, según un artículo de Mary L. Dudziak, experta en la historia de los derechos civiles en Estados Unidos. “Es tan sencillo como eso”. Desesperado por contratarla, Schuyler cedió y firmó un documento que garantizaba el acceso a todos los clientes, sin tener en cuenta su raza.
Una gira histórica
En enero de 1951, durante su estreno en el Copa City, Baker declaró: “Ésta es realmente mi primera aparición en mi país natal en 26 años”, según Dudziak. “Las otras veces no cuentan. Ahora es distinto. Estoy feliz de estar aquí y de actuar en esta ciudad bajo estas circunstancias, en las que mi gente puede verme”.
Sus conciertos en Miami Beach fueron un éxito. Aclamada por la prensa, emprendió una gira por Estados Unidos en 1951. En cada ocasión, exigió y obtuvo lo mismo: un público no segregado y una estancia en los mejores hoteles. La artista aprovechó el tour para apoyar con su dinero y su voz batallas locales contra la discriminación racial.
En Los Ángeles, hizo detener a un blanco que se negaba a desayunar junto a ella. Faltaban 13 años para la Ley de Derechos Civiles de 1964 contra la segregación racial. “Gracias a su fama y su riqueza, hizo cosas en la vanguardia del movimiento por los derechos civiles que muy pocos habrían podido hacer sin peligro de sufrir daños físicos o represión estatal”, explica Matthew Guterl, profesor de la Universidad Brown y autor del libro “Josephine Baker and the Rainbow Tribe”.
Acusaciones
En octubre de 1951, Baker abandonó el selecto club Stork de Nueva York tras denunciar que los camareros la ignoraban por ser negra. Esa polémica le hizo perder contratos. Y poco después, la acusaron de ser comunista, un arma habitual para acallar a las voces críticas en Estados Unidos durante la época del macartismo.
La cantante abandonó el país y no regresó en la siguiente década, pero las autoridades estadounidenses la mantuvieron bajo vigilancia y presionaron a otros Estados para que no la contrataran. En plena Guerra Fría, una estrella que exponía el racismo en la nación norteamericana era un enemigo.
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Baker, que tenía pasaporte francés, siguió viajando al extranjero y denunciando la segregación. No era fácil silenciar a una persona que se había jugado la vida como espía de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Eso “demostró el nivel de dedicación que tenía por tener una voz y utilizarla para proteger a su gente en su país”, asegura Dudziak. El 28 de agosto de 1963, fue la única mujer en pronunciar un discurso junto a Martin Luther King Jr. durante la Marcha en Washington por los derechos civiles.
“Entré en los palacios de reyes y reinas, y en las casas de presidentes”, dijo Baker desde el estrado. “Pero no podía entrar en un hotel de Estados Unidos y pedir una taza de café, y eso me enfurecía. Y cuando me enfurezco, ya saben que abro mi bocaza”.
Del cinturón de bananas a la inmortalidad
Joséphine Baker superó el imaginario racista que la había convertido en una famosa artista negra para consagrarse como mujer libre, heroína de la resistencia, adalid de la fraternidad universal y, ahora, “inmortal” en el Panteón de los grandes personajes de Francia.
La “Venus de Ébano”, nacida en la pobreza en Estados Unidos, se convirtió en una adulada diva, se unió al servicio de contraespionaje durante la Segunda Guerra Mundial y lideró una lucha internacional contra el racismo, adoptando además a 12 niños de todo el mundo.
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Sin plumas ni lentejuelas, sino vestida con el uniforme de la Francia Libre, habló tras Martin Luther King y su famoso “I have a dream” en 1963 en Washington. La marcha por los derechos civiles fue el día “más feliz” de su vida.
“Nunca supe si este trabajo la satisfacía por completo y si no quería ser más bien una personalidad política”, aseguró su amigo y mandamás del espectáculo en Francia Bruno Coquatrix. “Ella quería nada menos que la reconciliación de toda la humanidad (...) y se dedicó a su profesión de ‘vedete’ de revista para ganar dinero, para ganar esta batalla”.
Mujer negra
Freda Josephine McDonald nació el 3 de junio de 1906 en Saint Louis, en Estados Unidos, de una madre amerindia negra y de un efímero padre de origen español. Creció entre miseria y segregación. Colocada como criada, dejó la escuela para casarse a los 13 años. Un fracaso.
A continuación, se unió a una compañía de artistas callejeros y dos años después de su primer matrimonio se casó en 1921 con Willie Baker. La joven abandonó su marido para probar suerte en Nueva York, pero conservó su apellido. Baker logró integrar dos compañías en Broadway, antes de que una productora la convenciera de viajar a París con Sidney Bechet, músico de jazz.
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El 2 de octubre de 1925, la bailarina afroestadounidense se convirtió en la vedete de la “Revue Nègre” (La Revista Negra) en el teatro de los Campos Elíseos y aceptó con reticencias aparecer con los pechos desnudos. Esa noche, deleitó a los asistentes con su “danza salvaje”. Con un decorado de sabana, la artista interpreta un extraño charlestón en un arrebato de la batería de jazz, con una inmensa sonrisa.
“Impulsada por fuerzas oscuras que desconocía, improvisé, embriagada por la música, el teatro recalentado y lleno hasta los topes bajo el calor de los focos”, recordó. El público se sorprendió al descubrir a esta mujer negra que jugaba con los fantasmas coloniales. En 1927, la artista brilló en el escenario del “Folies Bergères” vestida con un simple cinturón de bananas, acompañada de una pantera viva.
“Estrella escandalosa”
“Ella es consciente de encarnar ‘la salvaje’, pero inventará su propia forma de ocupar este molesto lugar”, explica la directora Ilana Navaro en su documental “Baker, primer icono negro”. “Alrededor de sus riñones, las bananas, símbolos racistas por excelencia, se transforman en trofeos fálicos”.
La primera canción que interpretó --”J’ai deux amours, mon pays et Paris” (Tengo dos amores, mi país y París)-- en 1930 en el Casino de París, la consagró como una diva. “Si quiero convertirme en una estrella, tengo que ser escandalosa”, defendió con su acento estadounidense Baker, que llegó a pasear con una serpiente alrededor del cuello o con una cabra con correa.
A esta mujer libre se le atribuyeron aventuras con hombres y con mujeres. Su representante Giuseppe Abatino, un siciliano que vivió con ella diez años, le organizó una gira mundial. Pero en Estados Unidos, la acogida fue tibia. En 1937, la “Princesa Tam-Tam” se casó con el empresario Jean Lion y se nacionalizó francesa. “Francia me ha convertido en lo que soy y le estaré eternamente agradecida”, afirmó.
“Una raza humana”
Como mujer negra y casada con un judío, Joséphine Baker fue un objetivo para los nazis. Desde entonces, su compromiso político pasó a ser fundamental. Cantó para los soldados en el frente y se convirtió en agente para el general Charles De Gaulle, obteniendo, entre otras cosas, informaciones sobre las intenciones de Mussolini.
La subteniente Joséphine Baker hizo llegar a Londres informes escritos con tinta invisible en sus partituras, lo que le valió la Cruz de Guerra. Esta militante por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos se sumó a la Liga Internacional contra el Racismo. Y en 1966 participó en la conferencia Tricontinental celebrada en Cuba.
Para demostrar que “solo hay una raza humana”, adoptó, con su nuevo marido, el director de orquesta Jo Bouillon, doce niños de diferentes lugares del mundo. Su “tribu arcoíris” se instaló en el castillo de Milandes, en el sur de Francia, donde fundó la “capital de la fraternidad”. Pero este desmesurado proyecto, que incluía un parque de atracciones, la arruinó, por lo que volvió a los escenarios para intentar salvar su propiedad, en vano. Joséphine Baker murió el 12 de abril de 1975 en París, tres días después de haber festejado sus bodas de oro sobre el escenario.
La resistente que cantaba
“Francia me ha convertido en lo que soy y le estaré eternamente agradecida. Puede disponer de mí como quiera”. Al ofrecer sus servicios en el otoño de 1939 a un oficial del contraespionaje, la estrella de cabaret Joséphine Baker se unió a la resistencia.
“Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Joséphine Baker lleva una doble vida: artista de music-hall (...) y agente de inteligencia impulsada por un feroz patriotismo” hacia su tierra de adopción, explica el investigador Géraud Létang, del Servicio Histórico de Defensa en Francia.
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Nacionalizada francesa en 1937 tras su matrimonio con Jean Lion, un industrial judío, la artista puso a disposición su talento musical en los primeros meses del conflicto para entretener a los soldados franceses y aprovechó las recepciones en embajadas para recabar información para el contraespionaje.
La “Venus de Ébano”, víctima de la segregación racial en su Estados Unidos natal, rechazó en 1940 cantar ante los alemanes en el París ocupado. Y tras el llamado a la resistencia del general Charles de Gaulle de ese mismo año, sirvió de tapadera para Jacques Abtey. El jefe del contraespionaje militar en París al servicio de las Fuerzas Francesas Libres de De Gaulle se convirtió así en su “representante” y viajó con ella, bajo la falsa identidad de Jacques Hébert, junto a otros agentes de incógnito.
Tinta invisible
“Su fama le permite desplazarse, cruzar las fronteras en grupo, ya que una artista implica una compañía, mientras que en Francia se controla a todo el mundo”, explica Létang. Las informaciones recabadas las escribió en tinta simpática, invisible en sus partituras musicales. La artista transportó incluso en ocasiones estas comprometedoras notas en su sostén.
“Es muy práctico ser Joséphine Baker. Cuando me anuncian en una ciudad, me llueven las invitaciones. En Sevilla, en Madrid, en Barcelona, el guión es el mismo. Me gustan las embajadas y los consulados, están llenos de gente interesante”, escribió en su autobiografía “Joséphine”.
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Pero cuando se marchaba de las recepciones, tomaba notas minuciosamente, explicó en el libro. “Siempre paso por la aduana de forma relajada. Los aduaneros me sonríen mucho y me piden efectivamente papeles, pero ¡son autógrafos!”, agregó la bailarina.
A partir de 1941, instalada en el norte de África, la vedette, agotada por esta doble vida, cayó gravemente enferma. Pero retomó en 1943 su actividad artística al servicio de las tropas aliadas, recabando a su vez informaciones para el Estado Mayor de De Gaulle. “Los aliados no dicen todo a las Fuerzas Francesas Libres”, apunta el historiador. En junio de 1944, Baker estuvo a punto de morir en un accidente aéreo frente a Córcega.
Cruz de Guerra
Alistada en las fuerzas femeninas del ejército del aire con el grado de subteniente, desembarcó en Marsella en octubre de 1944. La cantante ofreció conciertos cerca del frente tanto para los soldados como para los civiles. Y tras el 8 de mayo de 1945, cuando los aliados aceptaron la rendición incondicional de la Alemania nazi, la artista actuó ante los deportados liberados de los campos.
En 1946, recibió la medalla de la Resistencia y, a continuación, le propusieron la Legión de Honor en el ámbito civil, pero ella la quería en el militar. “Joséphine Baker tenía una férrea voluntad de no ser una cantante al servicio del ejército, sino una combatiente que canta. Este estatus de combatiente era una búsqueda existencial para ella”, señala Géraud Létang.
Finalmente, se logró una solución. En 1957, a la artista se la condecoró con la Legión de Honor en el ámbito civil, pero también con la Cruz de Guerra con palma de bronce. “Nuestra madre sirvió al país. Es un ejemplo de los valores republicanos y humanistas”, pero “ella siempre dijo: ‘Yo solo hice lo que era normal’”, explicó a la AFP su hijo mayor, Akio Bouillon.
Fuente: AFP.