Nunca fue una cuestión de argumentos. De exponer, debatir, acusar, alegar y rebatir. Siempre fue una cuestión de números. Sumar los votos requeridos en la Cámara de Diputados para elevar la acusación contra la fiscala general Sandra Quiñónez ante la Cámara juzgadora: la del Senado. El juicio político es un procedimiento que está implícito en su nombre. Aunque la lógica de su inclusión en la Constitución Nacional de 1992 ordena la fundamentación de las causales en hechos debidamente comprobados, el peso de la decisión política, muchas veces arbitraria, es la que define la suerte del que está siendo juzgado.

La mejor conceptualización de cuanto afirmamos está gráficamente explicada en la actitud que asumió ayer el conglomerado variopinto de la oposición amarillista que trata de captar la atención del público por la vía del alboroto chirriante, de la exageración y del espectáculo. Apelaron a un recurso exclusivamente político: dejar sin quórum la sesión convocada para presentar y analizar el libelo acusatorio contra la máxima autoridad del Ministerio Público. Solo se cumplió con la primera parte.

Todo fue un show montado para que los impulsores del juicio político puedan ganar algún rating en esta obra teatral de poca monta. Mientras el país se ahoga en necesidades, especialmente los sectores populares. Diputados que fueron gustosamente cencerreados por la reina madre del enjambre, Kattya González, quien desde hace semanas viene explotando sus abscesos fascistas, con un discurso jacobino para sus adversarios y de complicidad graciosa para sus compañeros en esta causa que no tiene una intención moralizadora de la justicia, sino la de exhibirse en las vidrieras de las ofertas electorales, haciendo malabares y contorsiones.

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Se dispuso amedrentar a sus pares –como un número más de su circo de una estrella, en su doble sentido–, amenazándolos con que serán escrachados en los medios de comunicación si no se alineaban a su obsesión de enjuiciar políticamente a la fiscala general. Una amenaza similar a la del desaparecido general Lino César Oviedo cuando dio por sentado que, si llegaba a la presidencia de la República, iba a “alinear como velas a los dueños de los diarios”.

Acorralada por el tiempo, y por una concertación opositora divida en dos concertaciones –así, como suena– donde sus chaces son ínfimas, por no decir nulas, el lunes decidió abrir el telón de sus varietés, declarando que el miércoles 16 iba a actuar a teatro lleno, haciendo la salvedad del mal tiempo: si es que no llueve. Y llovió nomás. De los 53 asistentes que precisaba solo alcanzó 41. Pero los medios adoradores de “The Yellow Kid” –personaje que dio vida al periodismo del mismo color– vieron el vaso casi lleno y no casi vacío.

Así procuran convertir la derrota en victoria. “No fuimos nosotros los que no conseguimos los votos para enjuiciar a la fiscala general, fueron ellos los que no tuvieron quórum para archivar el pedido”. Ni con tamaña falacia podrán manipular a una ciudadanía que comprendió perfectamente lo sucedido. Somos un país de paradojas, de contrastes, de realidades inverosímiles, donde, ya lo dijimos, del mismo plato comen el ratón y el gato, y ahora venimos a romper una sociedad establecida por siglos: la del pan y el circo.

Mientras en la Cámara de Diputados los clowns se disputaban la titularidad del espectáculo, el pueblo está sufriendo una crisis económica sin precedentes durante toda la transición democrática. Asunción está prácticamente sitiada por los camioneros, negociaciones paradas, automovilistas particulares que se convocan para cerrar calles, el costo de la canasta familiar ascendió hasta las nubes –nunca tan certera esta expresión popular, el precio de los combustibles en permanente alza y el poder adquisitivo de las clases trabajadoras cada vez más devaluado, los que llevan a una situación de crispación social que a los aprendices del histriónico político poco o nada importa. De alguna manera alguien debería soplarle a esta oposición desorientada que está siendo funcional a la estrategia de desviar la atención de lo necesariamente urgente. Con un discurso de corte demagógico –ya avizoraba su derrota– la diputada Kattya González divulgó un extenso video donde reclamaba el corte de los cupos de combustibles en ambas cámaras del Congreso de la Nación. Cupos que, de hecho, nunca debieron tener. Lo de demagógico viene a cuento de que su propuesta solo tiene la intención de llamar la atención. Es un grano de arena en la playa. Y ella lo sabe.

Una verdadera propuesta debió analizar alternativas para que el precio del combustible se estabilizara o pudiera, incluso, tener una tendencia a bajar. Pero para eso se necesitan de cualidades y condiciones que van más allá del vocerío vacuo y las estridentes superficialidades. Cuando se agudiza la falta de pan, estos diputados montaron una carpa de circo.

Y aunque hubo muchos números, no tuvieron los números. No es un juego de palabras. Es la exacta definición de lo que aconteció ayer en la Cámara de Diputados. Ya volverán a la carga. El show debe continuar.

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