Augusto dos Santos, analista político

Juanito Díaz Bordenave me dijo una vez, protegidos ambos del sol bajo el arbolito frente a la puerta de su casa, que las autoridades son seres humanos con enormes dificultades para entender el rol de la comunicación. Sin embargo, tienen una ventaja, porque la mayor parte de las veces un problema en la gestión de sus proyectos se atribuye a “un problema comunicacional”. Y esto sería el título de una telenovela, “Lo que callan los comunicadores estatales”.

Nadie reportó un problema comunicacional en las operaciones contra el jefe mafioso Javier Rotela y tampoco en la operación posterior en Canindeyú. Una de las razones es obvia y la otra es menos visible. La primera es que realmente hubo una previsión importante y se puso al frente del sistema a dos voceros de primer nivel en la materia, Cardozo (PN) y Urdapilleta (FF. AA.) con meses de organización previa.

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La lección es siempre la misma, nunca habrá “un problema comunicacional” cuando se encargan previsiones comunicacionales con relación a un tema que será noticia, aún cuando este tema es espinoso y riesgoso como el caso Tacumbú. Y nunca lo habrá por una razón muy sencilla, una operación o emprendimiento o proyecto planificado, que incluya a la comunicación en su proceso de planificación, nunca tendrá un “problema de comunicación” por una sencilla razón: al obrar de esta manera, es un plan que no ha cometido errores de gestión.

Sucede que en el 90 por ciento de los casos, la burocracia paraguaya sigue operando como en aquellos tiempos cuando los cierres de diarios eran de una vez por día, no había redes y la dictadura prohibía la crítica. El escenario sigue siendo igual en gran medida: tenemos una gran idea, la organizamos, la planificamos, la chequeamos jurídicamente, la presupuestamos, la ponemos en plan de ejecución y diseñamos su lanzamiento. El día previo al lanzamiento se enviará el plan al área de comunicación “para que le de un gran ruido”, esa es una misión imposible y solo conducirá a un nuevo fracaso.

Ministros, directores de entes, gerentes de burocracia en general no terminan de darse por enterados que un tuit no cambiará el humor de las personas en relación con aquello que provoca temor porque nunca fue bien explicado. No se trata de ninguna actitud de soberbia de estas personas, sencillamente son ignorantes en relación a cómo funcionan los procesos en el imaginario social que pueden o no ser incididos por una comunicación.

Ningún proyecto que se oriente a provocar cambios en reglas básicas de relación entre el Estado y los ciudadanos, a generar nuevas culturas, a incidir en cuestiones estructurales como salud, educación, seguridad, puede explicarse con una gacetilla de prensa. Peor aún, cuando los proyectos tienen relación con la conmoción de prácticas históricas, ellos necesitan largos y pacientes meses de comunicación, un buen trabajo no solo periodístico, sino requerirá del talento de una agencia publicitaria, de procesos de aterrizaje en formadores de opinión, de audiencias públicas e incansables charlas con decisores.

¿Cuándo fue que se perdieron estas buenas prácticas?

Especulando podríamos pensar que son varias las causas, siendo una de ellas histórica: la ausencia de conocimiento de la burocracia sobre cómo funciona la comunicación, sumado al desconocimiento del vínculo entre la comunicación y el comportamiento social (marche una ensalada de Noelle Neuman).

Las otras razones podrían ser el sobredimensionamiento del rol de las redes sociales (ignorancia que se superará con un buen repaso sobre los fundamentos de la vieja y peluda agenda Setting), el sobredimensionamiento de las matemáticas congresuales y quizás también haya un poco de antipatía hacia todo lo que representa ese espacio que genera críticas por su naturaleza, como es el sistema de comunicación.

Para quienes conocen cómo funciona este sistema resultan especialmente injustas la mayor parte de las adjudicaciones en relación al mentado “problema de comunicación” por otra razón que es muy potente: el posicionamiento de los grandes medios de comunicación en relación al Gobierno. Ninguna comunicación logrará que el diario X le ofrezca un reporte favorable a la gestión de gobierno porque sencillamente (y esto no es una novedad) se arrastra un histórico confrontacional entre el sector que ganó las elecciones y tales medios.

Sin embargo, no hay nada que no pueda aliviarse dimensionando la comunicación en la importancia que tiene para la construcción de una opinión pública alimentada con transparencia y la gobernabilidad. Basta con que las autoridades lo asuman.

(Un homenaje a los extraordinarios catedráticos y trabajadores de la comunicación institucional que hace décadas investigan y ejercen estos procesos).

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