Gabi Matos cambia el pañal de Ravi mientras le habla en tono dulce. Pero el pequeño no llora ni se mueve: es un “bebé reborn”, muñecos hiperrealistas que han desatado una tormenta mediática, social y hasta legislativa en Brasil. Confeccionados artesanalmente con silicona o vinilo, estos muñecos que pueden llegar a costar miles de dólares muestran un asombroso nivel de detalles: venitas, lágrimas, saliva. Algunos maman y hacen pipí.
En Brasil, el éxito de los “reborn”, creados en Estados Unidos a principios de los 1990, creció en los últimos años, mientras a nivel global, el mercado movió 200 millones de dólares en 2024, según Market Report Analytics. “Siempre me gustaron los bebés y las muñecas, desde muy pequeña. Cuando descubrí este arte me enamoré”, cuenta Matos, una joven de 21 años que reside en Campinas, ciudad vecina de São Paulo.
A los 9 años su padre le regaló el primero. Ahora tiene 22 a los que da de comer, baña, duerme y cuida cuando enferman, como hacen los niños con las muñecas. Sus rutinas de “mamá” las comparte con sus 1,3 millones de seguidores en YouTube. En sus videos, los comentarios solían ser de admiración.
Pero desde hace unas semanas, se dispararon los ataques. “Me dicen que tengo que internarme en un centro psiquiátrico, porque creen que los tratamos como si fueran nuestros hijos de verdad, lo cual no es cierto”, dice esta youtuber apodada Gabi Reborn. “Es triste”.
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La polémica comenzó con un encuentro en abril de coleccionistas de bebés “reborn” en un parque de Sao Paulo. Videos de ese evento se viralizaron, junto al de una escenificación de un parto “reborn”, donde se extrae a uno de estos bebés de una “bolsa amniótica”, con cordón umbilical incluido. Desde entonces, este universo desconocido para la mayoría quedó en el ojo público.
Las redes sociales explotaron y se multiplicaron los debates televisivos. El fenómeno dividió a Brasil entre quienes lo consideran un pasatiempo inofensivo y quienes lo ven como un comportamiento preocupante. “Dejen que esa gente críe ‘bebés reborn’. Si procrean, ¡va a ser mucho peor!”, escribió en Instagram la actriz Luana Piovani, un mensaje que fue replicado miles de veces.
Alana Generoso, otra apasionada como Matos, comenzó su colección hace 22 años, hasta abrir su propia tienda. Su “Maternidad Alana Babys”, en Campinas, simula una sala de recién nacidos, donde se exhiben los “reborn” en incubadoras reales.
Antes de entregar el muñeco a su “madre”, empleadas con batas blancas lo sacan de una incubadora, lo pesan, lo colocan en un coche con su canastilla y emiten su certificado de nacimiento.
“Aquí no compras una muñeca común, compras sueños”, dice Generoso, de 46 años. Para ella, la polémica surge del desconocimiento. “A la tienda vienen muchos niños, y adultos con una vida normal”, dice. “¿Hay casos de personas que cuidan los muñecos como bebés reales? Sí, pero la mayoría, no”.
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El asunto llegó al ámbito legislativo. Varios proyectos proponen desde ofrecer ayuda psicológica hasta sancionar a quienes traten de utilizar a los “bebés” para obtener por ejemplo una atención preferencial en los servicios públicos.
En el Congreso federal, un diputado llamó la atención la semana pasada al presentarse en el hemiciclo cargando una muñeca, a la que llamó su “nieta”.
El legislador, Manoel Isidório, un pastor evangélico, dijo que jugar con ellas no era “ningún pecado”. Por su parte, los concejales de Rio de Janeiro crearon el insólito “Día de la cigüeña reborn”, para honrar a quienes fabrican los bebés hiperrealistas.
Coleccionar estas réplicas como hobby es completamente normal, apunta la psicóloga Viviane Cunha. “Se considera un trastorno cuando hay perjuicios sociales, emocionales o económicos. Si, por ejemplo, la persona falta al trabajo porque ‘el bebé tiene fiebre’, y se lo cree, ahí necesita ayuda profesional”, explica.
Cunha relaciona el fenómeno con la soledad, considerada pandemia por la OMS. “Creo que la muñeca surge de una búsqueda de algún vínculo emocional, una conexión”.
Por su parte, Matos denuncia una polémica de sesgo sexista. “Se normalizan los hobbies masculinos, como los videojuegos, volar cometas, jugar a la pelota. Nadie dice que (los hombres) sean demasiado mayores para hacer estas cosas, pero las mujeres no pueden cuidar a sus muñecos sin que la gente piense que estamos enfermas”, lamenta Matos.