La Fiscalía realizó ayer diversos proce­dimientos en la zona de la laguna Antequera del barrio Santa Ana de Asun­ción, donde fue hallado el cuerpo sin vida que presun­tamente pertenece a José Miguel Ozuna, el niño de 12 años que había desaparecido de su casa ubicada en Barrio Obrero, de Asunción. Tam­bién se realizó la autopsia y confirmaron que se trata de un adolescente, pero solo con los estudios de ADN se podrá confirmar la identidad.

La fiscal Fátima Girala, quien investiga la desaparición de José Ozuna, informó ayer que el estudio antropológico determinó que se trata de un preadolescente, pero que se deberá realizar aún la prueba de ADN para determinar la identidad. La fiscal informó también que con las placas radiográficas se determinó que no hay indicios de que el cuerpo haya recibido heri­das de arma de fuego o arma blanca.

El viernes a la noche, familia­res confirmaron que se tra­taba de niño por la ropa que llevaba. Sus restos fueron enviados a la Morgue Judi­cial de Asunción, donde se realizaron ayer los estudios pertinentes.

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Una pobladora fue quien alertó sobre el cuerpo en estado de descomposición flotando en una zona del río Paraguay. Entonces se solicitó la ayuda de buzos para buscar todas las partes del cadáver, específica­mente el cráneo que ayudaría a confirmar la identidad del niño. En tanto que la Fiscalía indaga sobre la manera en que falleció la persona.

“La ropa se reconoce, pero no podemos confirmar que sea él hasta tanto no hayan los estudios científicos para su identificación”, dijo la fiscal del caso, Fátima Girala.

DESAPARECIDO

A casi tres meses de la des­aparición de José Ozuna, el viernes a la noche se encontró el cuerpo sin vida de un adolescente en zona de la laguna Antequera en el barrio Santa Ana de Asunción y que pertene­cería al niño, pero recién con las pruebas de ADN se determinará la identidad. José tenía 12 años y salió de su vivienda el 24 de junio pasado, vestido con un con­junto de color verde mate con capucha y desde enton­ces no se sabe qué pasó con él. El menor sufría de epi­lepsia y recibía medicación diaria a causa de la enfer­medad. Según sus familia­res, el niño no entablaba conversación alguna, emite palabras sueltas o entre­cortadas y solo responde a su apodo.

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