La promesa del presidente electo de Argentina, Javier Milei, de devolver su esplendor al país despertó ilusiones en una sociedad que añora la “nación rica” y el “país potencia” de comienzos del siglo XX, aunque la “edad de oro” no sea igual para todos. “Argentina era a principios del siglo XX el país más rico del mundo”, clamó Milei durante la campaña electoral, en la que denostó de la “decadencia” en la que -asegura- está sumida ahora.

“Con las reformas que planteo, en 15 años podemos alcanzar niveles como Italia o Francia. Si me dan 20 años como Alemania y si me dan 35 como Estados Unidos”, dijo Milei, un libertario y ultraliberal que asumirá la presidencia de Argentina este domingo, en un discurso que evoca al del exmandatario estadounidense Donald Trump.

Esas palabras, para el historiador Roy Hora, de la Universidad de San Andrés, no están descolocadas. “Tocan una fibra. Los argentinos sentimos que estamos para jugar en primera”. Desde hace una década, Argentina no ha crecido y se encuentra hoy en una severa crisis económica, con una inflación anualizada de más de 140 % y pobreza que supera 40 % de la población.

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“Éramos los principales exportadores de semillas y carne. Y eso lo perdimos”, se lamentó con la AFP Franco Propato, de 23 años, seguidor de Milei, quien piensa sin embargo que “si nos lo proponemos podemos llegar a ser potencia mundial. Tenemos un país enorme y con muchas capacidades”.

En el periodo que va de 1880 hasta 1929, cuando comenzó la Gran Depresión, Argentina fue un imán, tierra prometida a la que llegaron millones de migrantes europeos. La población se multiplicó por cuatro, al pasar de 2 millones de personas en 1869 a 7,9 millones en 1914, según el censo.

Luna Block, una profesora de educación física de 20 años, sonríe y dice que “la Argentina Grande fue hace mucho tiempo, yo no estaba”. Pero piensa que “es factible” que su país se convierta en potencia mundial, aunque reconoce que “tomará mucho tiempo”.

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Nunca tanta riqueza

Hora destaca que a fines del siglo XIX el ingreso per cápita en Argentina era muy alto. “No tanto como el de Estados Unidos, tampoco como el de Inglaterra, pero cercano al de los países europeos continentales”. Esa riqueza provenía casi exclusivamente de las exportaciones agrícolas y se concentraba en una clase alta terrateniente.

“Nunca antes ni nunca después los ricos argentinos fueron tan ricos”, destacó el historiador. “Pero el crecimiento de la economía, que fue muy potente, comprendió también a las clases medias y bajas, a los trabajadores y a los sectores intermedios. Eso explica tanta migración”, dijo.

Fueron los años en que en Buenos Aires se levantaron palacetes a la francesa y se construyó el espectacular Teatro Colón con materiales nobles importados de Europa.

Paraíso perdido peronista

Pero para el historiador Felipe Pigna, ese tiempo en que Argentina fue llamada el granero del mundo, dictó también su sentencia. “En realidad se trata de la mejor definición de la condena –decretada por el mercado mundial y aceptada con gusto y beneficio por nuestras oligarquías locales– a ser proveedores de materias primas y compradores de productos elaborados, muchas veces con nuestros mismos productos primarios”, escribió Pigna.

Un preludio de las crisis que siguieron cuando el resto del mundo dejó de importar por la depresión económica o porque se había hecho autosuficiente. Y sin embargo, la evocación de la época dorada ha sido recurrente en el discurso político argentino, que también incorporó otro paraíso perdido: el peronista de los años 1940 y 1950, cuando de la mano del presidente Juan Domingo Perón se instauró el Estado del bienestar.

“Es el paraíso de la igualdad, de la justicia social. El que dice que no hay que volver al periodo liberal oligárquico, en general condenado por su desigualdad, denunciado como un momento donde los beneficios quedaban concentrados en la cumbre de la sociedad”, señaló Hora.

“Quienes valoran más la igualdad por sobre la libertad dicen el paraíso tiene que ser el peronista, quienes valoran más una sociedad con mucho dinamismo y oportunidades de mejora tienden a favorecer el periodo agroexportador”, explicó. Entre uno y otro paraíso perdido, Julieta Saravia, una educadora de 83 años, reflexiona: “¿país potencia, otra vez? Por favor, no. Este es un país desordenado, que si se ordena puede llegar a vivir un poco mejor”.

Fuente: AFP.

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