La vida de Britney Spears, aparte de su éxito en la industria de la música, está marcada por conflictos familiares y personales que parecen no tener fin. Los primeros días de septiembre de este año, Spears realizó una confesión en una serie de audios a través de su cuenta de Instagram en la que se declaraba atea.
El motivo detrás de esto es por las expresiones que dio uno de sus hijos a la prensa británica. El menor habría dicho que la cantante no les ha prestado la misma atención a ellos en comparación con otras áreas de su vida. Las dificultades con sus niños inició cuando ellos eran solo unos bebés, ya que en el 2007, el mundo fue testigo del colapso que dio paso a que su padre fuera su tutor legal hasta el 2021.
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Tras acabar una de sus pesadillas y al casarse con Sam Asghari, la princesa del pop auguraba una vida renovada, pero no, era solo el comienzo de nuevas turbulencias, a raíz de unos videos filtrados mostraban que la relación de la artista con sus hijos adolescentes, Sean Preston, de 16 años, y Jayden, de 15, no es tan buena como ella siempre ha defendido.
Los adolescentes fueron entrevistados en la cadena ITV, donde hablaron “sin pelos en la lengua” sobre cómo es la relación que llevan/llevaban con su madre. “Creo que ella ha tenido problemas para prestarnos atención y mostrarnos el mismo amor, y no creo que le haya mostrado lo suficiente a Preston y me siento muy mal por eso”, dijo Jayden.
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Además, reveló todo acerca de los traumas emocionales que sufrieron en el pasado y que ambos anhelan la mejoría mental de Spears. “Hemos pasado por tanta presión en el pasado que este es nuestro lugar seguro ahora, para procesar todo el trauma emocional que hemos tenido… tomará mucho tiempo y esfuerzo. Solo quiero que mejore mentalmente”, enfatizó.
Por ello, llegó la respuesta de la intérprete de “Toxic”. “Honestamente, mi papá necesita estar en la cárcel por el resto de su vida. Pero como dije, Dios no habría permitido que algo así me sucediera, si existiera un Dios. Ya no creo en Dios por la forma en la que mis hijos y mi familia me han tratado. Ya no hay nada en lo que pueda creer. Soy atea”, se escucha en el audio que compartió en su red social.
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Dios nos habla a todos
- Emilio Agüero Esgaib
- Pastor
Una característica fundamental de Dios es que Él es un Dios que se comunica, que se revela y que tiene un mensaje para el ser humano.
No es un Dios inalcanzable o que nos creó y nos dejó librado a nuestra suerte. Él habla y eso es evidente.
La Biblia, que es su palabra y su mensaje, nos cuenta que desde el primer momento en que creó al ser humano se comunicó con el. Le dio propósito, tareas, identidad y todo aquello que el hombre necesitaría para ser feliz y pleno en este mundo.
También le dio un mandamiento, uno solo, y le dijo que no podrían comer del árbol del bien y del mal porque de hacerlo morirían.
Este árbol y este mandamiento tenían un propósito y era el de dar al hombre la posibilidad de elegir, en su libre albedrío, si le obedecería a Él o elegiría tomar sus propios caminos.
Dios es un Dios de amor y el amor debe de ser elegido no impuesto. Él quería que el hombre decida. Lastimosamente su creación prestó más sus oídos a la serpiente que contradijo la orden de Dios que el mismo mandamiento de Dios y así vemos cómo desde esa historia y comienzo esto ha marcado la línea de la humanidad y es que: Dios habla, pero dudamos de la voz de nuestro Creador y prestamos más oídos a otras voces, de nuestra mente, de nuestras circunstancias, del pecado y hasta del mismo demonio que a la voz de Dios.
Pero Dios no se quedó callado. Cuando Caín envidió a su hermano Abel y decidió matarlo en Génesis 4:6, 7 le advirtió que el pecado, la tentación estarían a la puerta acechándolo pero que el tenía la decisión de obedecerlo o no. Caín desoyó la voz de Dios y mató a su hermano.
Así podemos ver en la historia de la humanidad que Dios nunca dejó de hablar al ser humano. Un versículo clave y lema del pueblo de Israel está en Deuteronomio 6: 4- 6 “Oye Israel: Jehová tu Dios uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón”. Shema Israel. OYE ISRAEL.
Dios quiere hablar contigo y así durante miles de años usó jueces, luego profetas e incluso reyes que hablasen al pueblo para instruirlos, advertirles o reprenderles y que vuelvan a la voluntad de Dios. Por lo general, según nos relata la Biblia, el hombre obedecía solo después de sufrir las consecuencias de su desobediencia y se volvían a Dios mientras el profeta vivía y una vez que este moría poco a poco el pueblo se descarriaba de vuelta de la voluntad de Dios hasta la siguiente desgracia fruto de su desobediencia.
Así, a través de los patriarcas, los jueces, profetas, reyes, y muchos de estos, gente de origen sencillo Dios habló a la humanidad y quedaron registradas en el libro que conocemos como la Biblia.
Luego Dios habló a través de Juan el Bautista que venía a pedir a los seres humanos que purifiquen sus intenciones, se arrepientan de sus pecados para estar preparados y recibir al Salvador que venía detrás de Él.
Finalmente, vino Jesús mismo, Dios hecho hombre, a hablarnos de Él y a decirnos que el que vio a Él vio a Dios y el que e
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XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)
- Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Uno de los discípulos pidió a Jesús que les enseñara a orar. Y Él les enseñó el Padre Nuestro y después les hizo un discurso sobre la importancia de la oración.
El Padre Nuestro es, sin dudas, la mejor oración que tenemos pues nos fue entregado por el propio Dios que se hizo carne. A veces me asusto cuando algunas personas, aunque con muy buena intención, atribuyen poderes casi mágicos a otras oraciones y colocan en un segundo plano la oración del Padre Nuestro. No digo que no tengamos bellísimas oraciones, muchas de ellas hechas por santos, y que nos ayudan a rezar mejor, pero ninguna se puede comparar con aquella que nos dio Jesús.
Nos decía santa Teresa De Ávila, que quien quisiera hacer una hora de buena oración, bastaría hacer en este tiempo un Padre Nuestro, meditando en sus palabras, y esto sería suficiente. Seguramente esta es una mujer que aprendió a rezar con Jesús.
El Padre Nuestro es una oración completa. Allí damos gloria a Dios, no porque Él tenga necesidad de nuestras alabanzas, sino porque para nosotros es fundamental reconocer su gloria a fin que podamos descubrir quiénes somos y hacia dónde debemos ir. En el Padre Nuestro nos abrimos a la acción de Dios y expresamos nuestra confianza en su gracia.
Decir “hágase tu voluntad” es muy comprometedor, pero es el único camino para nuestra real felicidad. Dentro de esto “hágase”, le presentamos nuestras necesidades: el pan cotidiano, el perdón, la protección. Pero después de darnos esta maravillosa oración, Jesús insiste mucho sobre la importancia de orar.
El tema central de su discurso es la perseverancia. Nuestra oración debe ser perseverante. La debemos hacer con insistencia. No basta decir: ya le pedí una vez, ahora solo me resta esperar. Es en la constancia de la oración que reside su eficacia.
El ejemplo que nos da Jesús del hombre que en la madrugada insiste con el vecino hasta que se le atienda, si no por amistad, al menos para no ser más molestado, es muy claro. También nosotros debemos pedir y pedir, llamar y llamar hasta que el Señor nos escuche.
Con todo, es importante tener claro que existen tres clases de cosas que podemos pedir a Dios:
a) cosas que colaboran para nuestra salvación, para nuestro crecimiento como personas.
b) cosas que son indiferentes para la vida en Dios, pero que nos ayudarán a ser más felices en ciertas situaciones.
c) y otras cosas que, aunque no nos demos cuenta, nos harán daño o al menos colocará en peligro nuestra salvación.
En cuanto a las primeras, podremos decir que Dios es el primer interesado en nuestra salvación. Este es el regalo que Él más nos quiere dar, y no negará a nadie que lo pida.
En cuanto a las segundas, dependerán de nuestra insistencia, de las motivaciones que tengamos. Del cómo las pedimos. Del cuánto realmente son importantes para nosotros. (Como un padre de familia siente placer en regalar a su hijo, en alguna oportunidad especial, alguna cosa, que sabe que lo desea mucho porque siempre lo pide, aunque no sea esencial para su vida, así también Dios hace con nosotros).
Mas, si nosotros le pedimos una cosa que no nos hará bien, o nos puede hacer daño, es natural que Él no nos conceda, aunque pasemos toda la vida insistiendo. Dios es nuestro padre y por sobre todo nos quiere defender y proteger. Así como a un niño pequeñito que pide a sus padres un cuchillo afilado, ellos por cierto le negarán, aunque él pida entre lágrimas, también a nosotros, porque nos ama, Dios algunas veces no nos atiende.
Pero no nos olvidemos, orar no es solo hacer listas de pedidos. Es también agradecer, reconocer los beneficios, conocer todo lo que ya hizo Dios y alabarlo. Y por, sobre todo, oración es diálogo, no es monólogo. Debemos estar también dispuestos a escuchar a Dios, a contemplarlo, a dejarse tocar por Él.
La oración debe volverse en nuestra vida “respiración de amor”.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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“Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11.6)
- Emilio Agüero
- Pastor
Si quiere agradar a Dios, tenga fe, y si va a agradar a Dios, no importa a quien desagrade. Por otra parte, si no va a agradar a Dios, no va a importar a quién le agrade. Agradar a Dios es lo más importante.
Confíe en Dios, no en el hombre. El hombre es finito y está contaminado de maldad y limitaciones. Casualmente, el versículo que nos habla de confiar en Dios y no en el hombre está en el centro de las Escrituras.
El capítulo más largo de la Biblia es el Salmo 119, con 176 versículos. El capítulo más corto es el Salmo 117, con tan solo 2 versículos. Entre ambos salmos está el Salmo 118, y en el verso 8 dice: “Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre”. Así que Dios puso como centro en su Palabra que confiemos en Él más que en los seres humanos.
La fe que viene de Dios nunca termina. La obra que Él empieza siempre la acaba (Fil 1.6). La fe es un don de Dios, no se logra por esfuerzos humanos ni tampoco se puede heredar fe, porque la fe es personal. Claro que estamos llamados a inculcar la fe en nuestros hijos, a instruirles en los consejos divinos, pero, allá al último, es de Dios que viene esa fe salvadora. A nosotros nos toca ser humildes y abiertos, el orgullo impide que esa fe fluya. El apóstol Pedro dijo que Dios resiste al soberbio y da gracia al humilde (Stg 4.6).
En la Biblia, vemos cómo Dios quiere bendecir al hombre, pero la incredulidad del ser humano lo lleva a una rebeldía e irreverencia hacia su Creador. Faraón hizo, en reiteradas ocasiones, caso omiso al llamado de Dios, hasta que llegó un momento en el cual Dios mismo lo endureció, no sin antes darle varias oportunidades.
La incredulidad en Dios es la matriz de todas las rebeldías hacia Él. Jesús dijo en Juan 16 que el Espíritu Santo convencería al hombre de pecado, por cuando no había creído.
El pecado que lleva al infierno, según Jesús, es la incredulidad, o sea, la negación de Dios y de Cristo. Israel cometió todo tipo de pecados contra su Dios por la incredulidad, y esto es así porque, cuando el filtro de la fe en Dios, del concepto de lo bueno y lo malo, según la moral bíblica, es quitado, la persona está totalmente preparada para aceptar cualquier tipo de engaño como verdad.
De hecho, el libro de 2 Tesalonicenses 2.10-11 dice que la última generación antes del juicio será una generación que no amará la verdad sino que recibirá la mentira. C.K. Chesterton decía: “Cuando uno no cree en Dios, no es que ya no cree más nada, sino que ahora está preparado para creer cualquier cosa”.
La fe en Dios dignifica nuestras vidas, sin fe llegamos a la conclusión de que solo somos una bolsa de células sin identidad, propósito, valor ni transcendencia en esta vida. Vinimos de la nada, somos una casualidad y nuestro destino es la nada eterna, el panorama que presenta es absolutamente desolador.
Sin embargo, la fe en Dios nos da identidad, responde preguntas trascendentales del ser humano como: de dónde venimos, a dónde vamos, qué hacemos acá, cuál es nuestro propósito y, después de la muerte, la vida eterna. Más allá de que uno crea o no en estas cosas, lo cierto es que ambas cosmovisiones son totalmente contrarias y una da todo y la otra nada.
Adán y Eva no creyeron en la Palabra de Dios. Él les había dicho que no comieran del fruto prohibido, pero ellos creyeron la voz de la serpiente que les decía que, lejos de morir, serían como Dios. Y su incredulidad los llevó a la perdición.
Hoy día sigue el mismo espíritu. Creemos que somos dioses para nosotros mismos, pero estamos perdidos; morimos de a millones y nadie tiene el verdadero control de su vida. Pero Jesús dijo: “Creed en Dios y creed también en mí”, y al incrédulo Tomás le aconsejó: “No seas incrédulo sino creyente”.
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Dios es el dueño del tiempo
- Emilio Agüero Esgaib
- Pastor
Dios es el dueño del tiempo. Él no está sujeto a nuestro tiempo, y mucho menos a lo “apurados” o “poco apurados” que estemos. Él tiene sus propósitos, y sus propósitos van totalmente ligados a su tiempo, no al nuestro. Para nosotros, según nuestro tiempo, algo podría parecer que se tarda mucho; en otros casos, podríamos opinar que se dio muy rápido, pero la verdad de las cosas no está en nuestros criterios en relación con el tiempo sino con el de Dios. Él es el parámetro correcto y sus providencias las reales, no las nuestras.
La Biblia dice que Él es el que “muda los tiempos y las edades” (Daniel 2.21). Él es el que determinó un tiempo para todo. La Biblia dice que “todo tiene su tiempo” (Eclesiastés 3.1-4; 11).
La Biblia siempre habla de los cumplimientos proféticos que se darán “en el tiempo de Dios” (Gálatas 4.4).
Pero podemos dividirlo en dos partes, de manera básica: el tiempo de Dios (kairos) y el tiempo humano (kronos, de donde deriva la palabra “cronológico”, la sucesión del tiempo).
Es llamativo que la Biblia no ponga énfasis en la continuidad del tiempo tal como lo entendemos nosotros, el kronos; es más, no hay vocablo hebreo para ese concepto, sino para la importancia de determinados momentos de la historia o de la vida de una persona con la cual Dios trata, y este trato es siempre misterioso, en el sentido de que no podemos saber de una manera exacta lo que Dios está haciendo, a no ser que Él nos lo revele y veamos las señales.
Así como lo expresa la Biblia, el “tiempo” de Dios, más que un lapso cronológico, es considerado como “oportunidades” (Eclesiastés 9.11-12).
Jesús vino predicando y diciendo que “el tiempo se ha cumplido” (Mr 1.15 y Gálatas 4.4) pues la vida y obra de Jesús señalan la crisis decisiva de los propósitos de Dios (Efesios 1.10) y marcan el fin de una época y el comienzo de los “postreros días” (Hechos 2.17). Entonces, todo lo que ocurre desde el nacimiento de Cristo hasta que él regrese son “los postreros tiempos”. ¿Cuándo será eso? Nadie lo sabe, ni los ángeles, es un misterio, pero se está acercando, solo podemos guiarnos por las señales.
Para Dios, es lo mismo mil años que un día (2 Pedro 3.18), Él es eterno, es un presente continuo, por eso su nombre es “Yo soy el que soy”. Él está en su kairos, donde el kronos, o el tiempo del ser humano, no tiene injerencia. ¿Quién podrá decir a Dios que está retrasado o llegó antes de tiempo? También Dios se toma un tiempo para dar oportunidad a los rebeldes a que se arrepientan.
Vemos que con la humanidad antes del diluvio se tomó 120 años (Gn 6.3).
Con Canaán, casi 500 años. Con el pueblo que salió de Egipto, 40 años. Con Nínive (pueblo extremadamente perverso), dio un buen tiempo y, aun habiendo llegado ese tiempo, les dio una última oportunidad enviándoles al profeta Jonás, y llamó al arrepentimiento por 40 días, se arrepintieron y Dios los perdonó. Así también hubiera sido con Canaán, Amalec, Sodoma y Gomorra y cualquier otra civilización que Él juzgó y condenó porque sus pecados habían llegado al colmo.
Así también es como Dios maneja el tiempo que tiene para cada uno. A veces decimos: “Ya es la hora para hacer esto o aquello”, y pregunto: ¿con base en qué decís eso? Vemos en la Biblia que Dios se toma tiempo para formar a sus hijos y que ese tiempo es particular para cada uno. Dios obra en nosotros de manera misteriosa, y solo Él sabe con exactitud lo que está haciendo.