Por Bruno Ortigoza.

No había más apacible domingo que aquél 1 de agosto del 2004. Cielo abierto a plenitud, un sol radiante y el clima invernal que invitaba a las familias a compartir una reunión era el combo perfecto que se completaría, muy probablemente con una ronda de mate. Y como es tradición en Paraguay, los domingos sí o sí se acude a la tienda del barrio a comprar pollo, los que siempre están listos para llevar.

Muchos optan por el asado, otros por enfaenarse en la cocina para degustar el plato de mamá mientras alegra la casa alguna cumbia, algún recuerdo de Los Iracundos en el icónico programa Diferente, emitido en Cardinal y conducido por Charles González Palisa o un contagiante sonar de polkas.

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Pero otros tienen como paseo obligado ir al supermercado, lo cual hicieron 400 personas ese domingo, quienes buscando algo para compartir fueron al Ycua Bolaños de Artigas y Santísima Trinidad.

“Ese día hacía frío legalmente pero cuando ingresamos al super, el clima era bastante cálido, aunque después de todo lo ocurrido caímos en la cuenta de que el calor del recinto era algo más de lo normal”, nos cuenta Rossana Cristaldo, quien nos visitó a la redacción de HOY para recordar aquella jornada. En efecto, ese calor raro era el preludio de lo que ocurriría a las 11:23 AM. Era el anuncio del triste desenlace del cual ya habrían estado avisados los dueños del local y que les sirvió para desactivar las alarmas anti incendio.

“Las calderas ya estaban descompuestas y progresivamente iban generando incendios localizados. Los Paiva ya estaban en conocimiento de los desperfectos y ese domingo se hicieron de tiempo para poner a salvo la recaudación”, afirma.

Un infierno de cuatro paredes

La profecía bíblica habla de que, en el tiempo final, las almas que no se entregaron al supremo hacedor irán al lago de fuego y azufre. Pero el 1 de agosto, aquella profecía quedó minimizada ante el terror que sacudió al mundo entero. Una explosión de magnitudes inimaginables no daría a nadie tiempo siquiera de buscar una salida, las que hasta hoy aseguran fueron cerradas ex profeso por una cuestión procedimental.

La imagen de aquella triste jornada sigue viva en el recuerdo colectivo, aunque no se puede soslayar que a medida que pasa el tiempo, dicho recuerdo va tomando una tonalidad amarilla, como las fotografías impresas que con el correr de los años son presas de la humedad y el desgaste.

“Pero no tiene que quedar en el olvido. Hoy el dolor es más tolerable ciertamente como todo proceso que cumple su tiempo, pero sigue siendo tan sensible el impacto en cada día como hoy”, refiere Rossana, una de las pocas sobrevivientes que dice que el 1 de agosto es su segundo cumpleaños.

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Después de 117 operaciones reconstructivas, hoy ella es una de las voces que embandera la lucha por la justicia que hasta hoy no se dio para con las víctimas. Y si sigue buscando ello es en recuerdo a su tía Dalba. “Yo crecí con ella y la vi morir junto con mi sobrinito Elías, que al momento de la explosión estaba en su brazo”, dice mientras no puede evitar sucumbir ante tan espeluznante recuerdo que enciende en llamas sus ojos.

Dalba tenía 33 años y fue una de las 400 personas que no tuvo oportunidad para reaccionar. Así como quienes desde afuera intentaron hacerlo, pero con el impedimento de guerrear contra paredes semejantes a una fortaleza romana, imposibles de vulnerar mientras el fuego despedía una humareda que transportaba mentalmente a las producidas en las cámaras de gas de los campos de concentración.

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“Hoy tengo tantas ganas de ir al cementerio y decirle que aquí estoy de pie. Que sigo viva gracias a ella. Dalba ahora es mi estrella, la que brilla en mi vida desde el 1 de agosto”, asegura. Rossana asegura haber superado sus miedos y traumas. “Pero a las 11:23 es mi momento de soledad, en el que me entrego al recuerdo y lloro por quienes no pudieron salvarse”, dice.

De hecho, hoy ella está en otra dimensión. La vida le dio una segunda oportunidad de vivir y está incluso a punto de formar su familia con Martín, a quien conoció en pandemia y quien no tiene palabras para describirla. “Es una guerrera. Yo tengo tan poco para ofrecerla, pero ella con esa fortaleza es quien al final nos infunde de ganas para vivir”, dice emocionado.

Aquella triste jornada no se olvidará nunca. No fue poca cosa ver morir en pocos minutos a tanta gente y no tener posibilidad de mitigar. Hubo culpables, condenados, absoluciones y mucho de injusticia. El tiempo pasó, uno de los propietarios ya falleció y no habrá acción legal que devuelva esas vidas que como hoy, hace 17 años buscaban tan solo algo para comer en familia y pasar un domingo en paz y armonía, luego del tradicional carrulim que con el incendio supo a hiel.

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