Rob Lachenauer

Él había sido mi mentor durante 30 años. Él murió ayer.

Él era CEO de la firma donde comencé mi carrera como consultor, y durante los primeros 15 años nuestra relación fue formal, distante. Su liderazgo era menos sobre directivas y más acerca de explorar temas atemporales –constantemente recordándonos “considera esto”–. Él buscaba la claridad de liderazgo en el otro lado de la complejidad: ¿Cómo, a pesar del ruido a nuestro alrededor, ayudar a las personas a sacar lo mejor de sí mismas? ¿Cómo construimos equipos sólidos a partir de personas fuertes? ¿Cómo discutir los salarios sin dañar la cultura de nuestra firma? ¿Cómo mantenemos una pasión genuina por nuestros clientes mientras crecemos?

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Su enfoque expresaba profunda confianza en que nosotros, como socios de la firma, interpretaríamos sus historias y preguntas y las aplicaríamos correctamente. Él esperaba que eleváramos nuestro nivel. El éxito de su firma es ejemplo de cómo el dirigir tratando a los demás como adultos puede funcionar mejor que cualquier moda gerencial.

En muchas formas, valoré más su mentoría después de que ambos dejamos la firma. Almorzábamos y simplemente hablábamos –conversaciones más profundas y sin agenda–. Él compartía sus más recientes aventuras, sus observaciones, sus perlas de liderazgo. Para entonces, yo era el CEO de mi propia firma, enfrentando las mismas situaciones de liderazgo que él había analizado antes. Yo era todo oídos. Cuando una vez le dije que lo consideraba un gran mentor, él solo sonrió.

PASAR CONOCIMIENTOS

Aunque las compañías suelen brindar orientación y mentoría a los empleados de alto potencial, una vez que llegamos a cierta edad, esa guía tiende a desvanecerse. Probablemente no hallaré otro mentor en mi carrera, pero el que tuve me ofreció su sabiduría con la expectativa implícita de que yo encontraría mi propia forma de compartirla.

No estoy seguro de si ya soy digno de pasarle sus conocimientos a otros. Siempre me sorprende cuando personas más jóvenes dicen que me consideran un mentor. “Rob, cuando dijiste esto, cambió la dirección de mi vida. Quiero darte las gracias por eso.” Muchas veces “esto” son comentarios que, francamente, no recuerdo haber dicho.

TIEMPO DE RELEVO

Sin embargo, es tiempo de que tome el relevo. Las lecciones que he obtenido de mi mentor –y de otros que brindaron invaluable orientación en el camino– ya son parte de mí. Ninguno de mis aprendizajes de los mentores son cosas que ellos exigieran que aprendiera o que me forzaran. Sus reflexiones casuales a partir de los duros golpes de la experiencia fueron la fuente. Brindan chispas de conocimiento, incluso genialidad, derivada del desordenado contexto de su vida. Ellos pusieron esas perspectivas en la mesa, no las impusieron.

Los grandes mentores no le dirán qué hacer; encuentran formas de sacar lo mejor de usted. Mi mentor me enseñó a no microgerenciar, sino a ofrecer perspectivas que provoquen razonamientos. Espero que yo instintivamente haya hecho lo propio por mis colegas a lo largo de los años. Sin embargo, ahora es momento de que hacerlo incluso con mayor intención, en almuerzos, en reuniones y en pláticas casuales de “considera esto”.

(Rob Lachenauer es el CEO de BanyanGlobal Family Business Advisors).

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