Aún faltan más de tres meses para el inicio de los Juegos Olímpicos de París-2024, pero la polémica ya está servida tras conocerse la posible presentación en la ceremonia inaugural de la cantante francomaliense Aya Nakamura, lo cual fue calificado de humillante por ciertos grupos políticos.

  • Fuente: AFP
  • fotos: AFP/ Gentileza

La hipótesis de que Nakamura inter­pretara una canción del ícono francés Edith Piaf durante la ceremo­nia de apertura prevista el 26 de julio a orillas del río Sena indignó a la extrema derecha, que lo calificó de “humillación al pueblo francés”. Esto a su vez pro­vocó en las calles parisinas movilizaciones de repudio contra los ataques racistas sufridos por la cantante.

Asimismo, el presidente francés, Emmanuel Macron, defendió la posible presenta­ción señalando que “su lugar está por supuesto en una cere­monia de apertura o de clau­sura de los Juegos”, ya que “habla a muchos de nuestros compatriotas”.

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A pesar de la línea divisoria tajante que a menudo se ha pretendido establecer entre el deporte y la política, a lo largo de la historia no han sido pocos los hechos y las figuras que trascendieron sus respec­tivas disciplinas para conver­tirse en símbolos de reivin­dicaciones sociales o hechos políticos, algunas veces en contra de sus propias volun­tades.

De los primeros Juegos Olím­picos en Atenas en 1896 a Tokio-2020, esta es una selec­ción de deportistas que han escrito la leyenda olímpica por sus récords, sus proe­zas y por sus vidas fuera de lo común.

JESSE OWENS, UNA BOFETADA A HITLER

El 4 de agosto de 1936 el nuevo Estadio Olímpico de Berlín está lleno de banderas con la cruz gamada. Un atleta negro esta­dounidense, de 22 años, acaba de ganar el oro en el salto largo con 8,06 metros. Pero sobre todo derrota al ídolo local, el ale­mán Lutz Long, un blanco alto de ojos azules, reduciendo a la nada la esperanza del régimen nazi de demostrar la superioridad de la raza aria. Furioso, Hitler aban­dona el estadio, mientras que Long felicita deportivamente a Owens lanzándose a sus brazos. En total, el último de los once hijos de unos aparceros de Ala­bama, nieto de esclavos, logra con gran superioridad otros tres oros (100 m, 200 m y relevo 4x100 m) con varios récords del mundo, convirtiéndose en el héroe de los primeros Juegos televisados.

A su regreso a casa, en unos Estados Unidos aún muy segre­gacionistas, no fue recibido por el presidente Franklin Delano Roosevelt. Tuvo que esperar a 1975 para ser recibido con hono­res en la Casa Blanca. “Jesse Owens ha logrado una proeza que ningún hombre de Estado, ningún periodista, ningún gene­ral habría podido lograr: forzar a Adolf Hitler a salir del estadio”, destacó el entonces presidente Gerald Ford. Tras Berlín, el cam­peón deja su carrera deportiva y tiene que encadenar peque­ños trabajos. Murió en 1980 a los 66 años víctima de un cáncer de pulmón.

FANNY BLANKERS-KOEN, CAMPEONA Y MADRE

En 1999 fue elegida la mejor atleta del siglo XX, junto a Carl Lewis en categoría masculina. Esta neerlan­desa (1918-2004) polifacética reconvertida en velo­cista, hija de un lanzador de disco y peso, es la única atleta en haber ganado cuatro medallas de oro en una sola edición olímpica, en Londres-1948, igua­lando la gesta de Owens, al que conoció en el esta­dio de Berlín y del que guardó su autógrafo como un tesoro durante toda su vida.

Blankers-Koen ganó los 100 m, 200 m, 80 m vallas y el relevo 4x100 m cuando tenía 30 años y siendo madre de dos hijos, lo que le valió el sobrenombre poco afortunado de “ama de casa voladora”.

Su regreso a Ámsterdam fue triunfal. “No he hecho más que correr rápido, no veo por qué la gente hace tantas historias”, declaró sorprendida mientras se paseaba en un carruaje en medio de la muchedum­bre alborozada.

Durante su carrera, batió o igualó doce plusmarcas mundiales en atletismo en siete disciplinas diferen­tes. Se retiró casi con 40 años y falleció en 2004.

WILMA RUDOLPH, LA PERLA DEL GUETO

Con una carrera de superviviente, sigue estando considerada como la mayor influen­cia de las atletas negras estadounidenses.

“Fue un ícono”, dijo de ella Ollan Cassell, histórico dirigente del atletismo norteame­ricano. “Fue para las mujeres lo que fue Jesse para los hom­bres”.

Nacida en 1940 en un gueto de negros en Tennessee, antepenúl­tima de una herman­dad de 22 niños, a los cuatro años contrajo una doble neumonía, la escarlatina y la polio.

“Mis médicos me decían que no podría caminar nunca más. Pero mi madre me aseguraba que lo con­seguiría. Creí a mi madre”. Gracias a una prótesis, masajes diarios, el amor familiar y una mentalidad de hierro, la joven enferma se convirtió en la mujer más rápida del mundo.

Ganó una primera medalla olímpica en Melbourne en 1956, con un tercer puesto, pero decepcionada por no haber logrado el oro trabaja duro y cuatro años después, en Roma, hace el triplete 100 m, 200 m y 4x100 m. En el relevo logra la proeza de dar la victoria a su equipo pese a correr con una torcedura de tobillo.

Se convierte en una estrella mundial. Los italianos la llaman la Gacela Negra, los franceses la Perla Negra y los ingleses Tennessee Tornado.

De regreso a los Estados Unidos, recibió un home­naje abierto a todos. Una novedad en el país.

Poseedora de varios récords mundiales, se retiró en 1962 cuando estaba en la cima de su carrera. Murió de cáncer en 1994.

ABEBE BIKILA, EL MARATONIANO DESCALZO

Predestinado, nació el 7 de agosto de 1932, día en el que se disputó el maratón en los Juegos de Los Ángeles.

Este hijo de un pastor etíope, anti­guo miembro de la guardia impe­rial, fue el primer atleta del África negra en ganar un oro olímpico, en 1960. Su llegada al Arco de Constantino de Roma fue todo un símbolo, 25 años después de la invasión parcial de Etiopía por la Italia fascista de Mussolini.

Siempre entrenó descalzo. En Roma probó varios pares de zapa­tillas, pero ninguno le convenció, ya que le provocaban ampollas. Corrió sin calzado y ganó con una superioridad insolente pulveri­zando el récord del mundo.

Convertido en héroe en su país, este peso pluma (1,77 m, 57 kg), “capaz de correr desde el amane­cer al anochecer”, realizó, pese a sufrir poco antes una operación de apendicitis, un doblete histó­rico en Tokio-1964. Esta vez con unas zapatillas. Murió en 1973 a los 41 años víctima de una hemo­rragia cerebral luego de haber sufrido unos años antes un acci­dente de tráfico que le dejó en una silla de ruedas. A su funeral asistieron 65.000 personas, entre ellas el emperador Hailé Sélassié.

BOB BEAMON, EL SALTO DEL SIGLO

México-1968 entró en la his­toria por el gesto de Tommie Smith y John Carlos, excluidos de por vida de los Juegos tras levantar el puño en el podio de los 200 metros para denunciar la discriminación que sufrían los afroamericanos en Estados Unidos. Pero fue otro estadou­nidense, Bob Beamon, el que realizó la mayor gesta depor­tiva, pulverizando el récord del mundo del salto largo en 55 cm, con un salto de 8,90 m.

El calificado “salto del siglo” sobrevivió más de medio siglo hasta que fue batido en 1991, pero sigue siendo récord olím­pico. Beamon subió al estrado con los calcetines negros arre­mangados y visibles, y tam­bién levantó el puño en un gesto similar.

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