Nathan Seastrand es un joven documentalista norteamericano residente en nuestro país que en su cuenta en las redes sociales se identifica como un yankiguayo. Este querido y popular personaje de las plataformas virtuales comparte sus diversas vivencias y viajes al interior del país mostrando sus costumbres y bellezas ocultas. En esta entrevista nos cuenta un poco sobre su vida, su trabajo y sus proyectos en un país que ha adoptado como hogar, donde ha establecido una familia y donde asegura que encontró la vida plena que buscaba.

Seastrand recibió a La Nación/Nación Media en su residen­cia ubicada en la ciudad de Limpio, donde entre rondas de tereré habló sobre su vida y estudios en su natal Salt Lake City, en el estado de Utah; su llegada al Paraguay como misionero mormón y su vida actual en nuestro país, donde se casó con una paraguaya, tuvo un hijo “yankiguayo teete” de apenas un mes de edad y donde alterna su tra­bajo para una firma de abo­gados de los Estados Unidos con sus labores como docu­mentalista e influencer.

Como muchos que se han adentrado a ese agreste terri­torio alguna vez, Nathan fue cautivado por la magia del Chaco. Durante la charla nos cuenta que acaba de terminar un documental sobre cultu­ras indígenas del Paraguay y que su próximo proyecto audiovisual estará íntegra­mente dedicado a la cultura ayoreo, su historia y actua­lidad.

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–Nathan, muchas gracias por recibirnos. Mi idea es hacer una charla más bien informal, conocerte un poco y lo que estás haciendo. Tu trabajo en las redes está teniendo muy buena recep­ción entre la gente.

–Sí, a mucha gente le gusta por suerte. Entonces, a mí me gusta si a la gente le gusta. Eso para mí solo es un plus, por­que yo haría esto incluso sin la aprobación de la gente.

–¿Hace cuánto tiempo lle­gaste al Paraguay y cuál fue el motivo de tu viaje?

–Mi historia en Paraguay empezó en 2014. Yo fui un mormón antes. Como es tra­dición de los mormones, ellos mandan a los jóvenes de 18 años a varios países para predicar el Evangelio. Yo crecí en un hogar muy mor­món. Mi papá es, podríamos decir, como un pa’i de los mormones en Estados Uni­dos. Yo crecí en una familia muy religiosa y muy grande. Somos nueve hijos y yo soy el sexto. Y todos hablamos varios idiomas. Todos cono­cemos el mundo. A mí me tocó Paraguay. La Iglesia escoge eso. Ya no voy a hablar mucho de la misión porque eso ya no tiene mucho que ver con mi vida actual porque yo soy un exmormón ahora. Yo salí de la Iglesia hace tiempo.

TECHAGA’U

–¿Y llegaste y ya te que­daste?

–Después de mi misión volví a Estados Unidos. Y seguí mi vida normal, pero me di cuenta de que extrañaba muchísimo Paraguay. No sé qué tenía Paraguay real­mente, pero era como que algo no me llenaba en Esta­dos Unidos. Sentí que capaz mi futuro está en Paraguay, con esa gente que demasiado yo llegué a amar. La gente me enseñaba sobre la comida, la cultura, la naturaleza, todo lo que a mí me gusta de Para­guay y yo iba como amando eso. Después volví acá otra vez por un tiempo y me fui de nuevo a Estados Unidos y volví y me fui de nuevo... Des­pués yo dije “voy a mudarme por tiempo completo a Para­guay”. Y eso es lo que hice. Ahora vivo acá desde hace años y tengo mi señora y mi hijo.

–¿A qué te dedicás aparte de filmar y recorrer luga­res?

–Acá desde mi laptop tra­bajo para una firma de abogados en Estados Unidos porque con esto de las redes, de los documentales, no se gana mucho dinero. Ojalá un día en el futuro me pueda generar un ingreso para la vida. Mientras, en mi tiempo libre me dedico a la búsqueda de la cultura antigua de Paraguay, todo lo del monte, el Chaco, todo eso que me gusta.

–¿Sos abogado?

–No, soy como un asistente en la parte de finanzas. No es mi carrera. Lo hago por­que me financia para seguir en estas aventuras. La gente siempre escribe, vas a ver comentarios sobre mis cosas como “¿De qué tra­baja este tipo?”, “¿Él vive de vacaciones?”. Ellos no saben que yo estoy acá cinco horas al día trabajando en algo totalmente aparte para poder financiar lo que es esto porque realmente es mi pasión.

–¿Cuántos años tenés y con quién trabajás en lo audio­visual?

–Tengo 28 años y la idea con mi hermano es hacer un tra­bajo de tiempo completo en el que sí generemos dinero como documentalistas. Pero eso no pasa del día a noche, ¿verdad?

–¿Qué es lo que más te impactó del Paraguay cuando llegaste?

–Yo creo que acá hay una linda hermandad entre la gente, amistad, amor. La gente es más humilde y más sencilla en el sentido de que vas a lle­gar a la casa de alguien, te va a invitar una sopa, una chipa, te van a hablar, te van a abrir la puerta, te van a invitar a tomar tereré o una cerveza. Obviamente, eso no durante mi misión, eso es más ahora (risas). Y me gustó mucho la cultura. En Estados Unidos hay una vida muy distinta, una vida muy basada en tra­bajo, en el día laboral, en qué es lo que estás haciendo para ganar dinero. Acá la vida es como más desacelerada. Es mucho más lenta, pero capaz se disfruta un poco más. En el Paraguay sentí que volví a mi esencia de ser humano. Yo siento que acá vivo más a pleno lo que es la vida que siempre he querido vivir, que no hubiera podido vivir allá.

–¿Cuál es tu formación académica?

–Estudié sobre la conserva­ción de la naturaleza y los animales, una carrera que en inglés se llama Wildlife Management, en la Univer­sidad Brigham Young (BYU) de los mormones. Entonces esas dos cosas hemos podido juntar en esta carrera. Mi her­mano es un fotógrafo fantás­tico. Yo tengo talento como fotógrafo y videógrafo, pero mi hermano es el genio de eso. Yo soy más de la parte de conocimiento del monte y los indígenas.

TRABAJO DOCUMENTAL

–¿Cuáles son los trabajos audiovisuales que reali­zaste en Paraguay?

–Mi hermano y yo acabamos de terminar un documental completo para el cual visita­mos seis comunidades indí­genas. Ahora estamos viendo la forma de distribuir acá en Paraguay o capaz en Esta­dos Unidos. Ahora estamos a punto de empezar otro documental que se va a tra­tar netamente de los ayoreos, que es realmente mi punto de interés más grande. Los ayo­reos son la gente que más me llama la atención y he estado con ellos por mucho tiempo también. Y vamos a enfo­carnos mucho en ellos y más que nada en su historia desde antes de la guerra del Chaco hasta ahora. Ellos tienen una historia que casi parece una película de terror. Su historia está llena de guerra, violencia, matanzas, genocidio. Su his­toria es increíble, tanto que parece una ficción.

–¿Cuál es tu objetivo al decidir contar estas his­torias?

–Creemos que nadie nunca ha hecho justicia a esa histo­ria en el sentido de que nadie realmente ha presentado esa historia en audiovisual en una forma que capte la esencia de lo que es el Chaco, el aisla­miento de la gente que vive en el medio de la nada. Ese senti­miento de estar tan profundo en el monte que ya parece que no estás en Paraguay, es como enteramente otro mundo. Es increíblemente hermoso que todavía exista eso, esa conexión con la naturaleza. Nosotros crecimos en un país donde esas son cosas de pelí­culas, de Indiana Jones. Pero yo tampoco considero que vine acá para salvar el monte o salvar los indígenas. No es nuestra intención, pero que por lo menos podamos con­tar algunas historias, hacer nuestra parte de captar lo que es la esencia y lo que existe ahora mismo.

–¿Cómo se llama el docu­mental que terminaron recientemente?

–Se llama “En busca de miel”, porque la idea primero es ver cómo los indígenas sacaban miel del monte, que es algo muy fuerte acá en Para­guay, que hay esta miel muy natural y virgen que sale del monte. Cada grupo indí­gena tiene su diferente rela­ción con esa miel, su forma de sacarla, su clase de abeja, hasta el sabor de la miel varía según la zona del monte en que están. Esa es como la parte superficial de la pelí­cula, pero en realidad la miel es como una metáfora. Está­bamos buscando la cultura original de ellos y queríamos ver en cada etnia que visita­mos hasta qué grado su cul­tura antigua se ha perdido y cuáles son las comunida­des que han mantenido una fuerte conexión con lo ances­tral y cuáles son los que ya se están uniendo mucho más con la cultura popular de Paraguay en general. Visi­tamos a los tomárâho, por ejemplo. Para nosotros es el grupo que más ha cambiado. Estuvimos con los guara­níes en Canindeyú, los aché en Mbaracayú, paî tavyterã de Amambay, los enxet y los ayoreos en el Chaco.

–¿Cómo fueron recibidos en las comunidades?

–A veces bien y a veces mal. Muchas veces las personas de la ciudad vemos a estos gru­pos como un museo viviente. Yo he intentado mucho evi­tar esa forma de pensamiento y mejorar eso tras los años, porque te das cuenta de que son nada más y nada menos que un grupo de gente que intenta vivir como en cual­quier barrio. Y obviamente va a ser raro si alguien llega acá a mi casa a fotografiar todo. Algunos caciques eran muy amables, pero otros nos tenían como sospechosos. Y el dinero afloja todo y siem­pre con mi hermano cuando estamos haciendo un presu­puesto para estas películas guardamos un dinero para abrir caminos con la gente.

–Quizá habría que consi­derar también que se está entrando a un sistema de alianzas como siempre hicieron con otros pueblos a través del intercambio de mujeres, regalos y bienes.

–Sí, sí. A veces uno puede pensar que esto le quita la esencia de lo lindo cuando te mues­tra un ritual por ejemplo. Así que realmente el intercambio de bienes, de dinero es parte de su cultura que debería ser incluido casi en el documen­tal.

ANÉCDOTAS

–¿Podrías contarnos algu­nas anécdotas simpáticas o no tanto que pasaron durante los viajes?

–Hay cosas simpáticas y cosas de terror también. Una vez nos encontramos con un yaguareté en Mba­racayú. Estábamos saliendo del monte en la noche solos porque fuimos atacados por un enjambre de abejas. Yo tenía veinticinco picadu­ras, mi hermano también. Estábamos muertos. No queríamos quedarnos en el monte. Entonces él y yo decidimos salir. Los aché nos imploraron no salir como es muy peligroso en la noche, pero nosotros no podíamos seguir allí. Las abejas no les picaban a ellos, pero a nosotros sí. Primero nos perdimos en el monte y tuvimos que caminar 17 kilómetros. Yo estaba con­trolando desde mi celular cuánto caminamos. Y en la noche nos encontramos con un yaguareté que estaba al lado del camino, que nos hizo un rugido de adverten­cia. Nos miraba. Yo pensé que íbamos a morir. Pero el yaguareté por suerte se fue al monte otra vez y después seguimos caminando todo el tiempo mirando a nues­tras espaldas.

–Tremenda aventura...

–Sí. Otra vez en la comunidad María Elena (Fuerte Olimpo, departamento de Alto Para­guay) estábamos nadando con mi hermano y entramos al río Paraguay. Todo normal y de repente vimos un yacaré enorme al lado de nosotros. Así y muchas otras cosas por­que el Chaco es impredecible, que vos no sabés lo que va a aparecer. Otra vez en el Chaco Norte estábamos con los ayo­reos, donde hay rumores de que aún hay ayoreos silvíco­las. Estábamos en el monte y nuestro guía se pasó toda la noche dando vueltas a la fogata con su lanza. Él nació en el monte y fue silvícola hasta los 30 años, pero estaba cagado de miedo. Cuando estábamos en el monte él nos dijo que nos calláramos un momento y escuchamos una paloma, pero que no era una paloma. Parecía el sonido de un hombre imitando a una paloma y de la misma forma le respondieron del otro lado del monte, sonaba como acá y allá. Sabemos que los ayoreos silvícolas suelen comuni­carse con sonidos de anima­les para que el hombre blanco no les descubra. Es una de sus formas de esconderse. Yo no tengo pruebas de qué era eso, pero nuestro guía estaba muy asustado y nos dijo que si él moría nosotros debíamos pagarle a su familia.

–¿Cuáles son tus planes para el futuro?

–Queremos volver y hacer más cosas con ellos. Lo que pasa en el Chaco Norte no pasa en ningún otro lado, es el más salvaje de Paraguay y yo quisiera que la gente de Paraguay sepa de estas cosas. Es un placer poder compartir estas cosas para que sean más reconocidas, los indígenas son los más ignorados y yo siento que ellos tienen una linda his­toria para contar.

–¿Algún pensamiento final que quieras com­partir para ir cerrando la charla?

–Solo agradecimientos. Yo agradezco a la gente de Para­guay por permitirme a mí, un yanqui loco, vivir acá y estar entre la gente. He disfrutado demasiado mi tiempo acá en Paraguay. He podido traer a mis padres, a mis hermanos, mis hermanas. Yo me casé con una paraguaya y tengo un hijo que ahora es un yankiguayo real, no trucho como yo (risas). Él sí va a ser un yanqui para­guayo. Estoy viviendo una vida feliz y plena acá en Paraguay.

–¿O sea que tus planes son instalarte definitivamente acá?

–Sí, mi futuro está acá. Obviamente seguiré viajando para visitar a mi familia, pero Paraguay ya es mi hogar.


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