Ricardo Rivas, periodista X: @RtrivasRivas

La projimidad, como concepto, está en crisis. ¿Dónde está mi prójimo? ¿Es la persona que tengo a mi lado sentada en la butaca del metro o en colectivo o acaso aquella con la que hablo o chateo desde el móvil mientras viajo junto a otras personas con las que no soy ni estoy?

Las noches de viernes suelen ser especiales. Procuramos reunirnos con amigos y amigas para compartir sin las urgencias y los tiempos que nos marcan cotidianamente nuestras agendas. Nos juntamos tanto sin horario convenido y temas pactados. Fluimos. Ni la ya casi olvidada pandemia pudo con esta práctica. Resilientes.

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En aquellos tiempos de cuarentena –internet mediante–, iniciamos los ciberencuentros que, sin la calidez de la realidad real –por llamarla de alguna manera comprensible–, nos permitió imaginar una cercanía que no era.

¡Joder con las plataformas! No son escasas las oportunidades en las que pienso que la projimidad, como concepto, está en crisis. ¿Dónde está mi prójimo? ¿Es la persona que tengo a mi lado sentada en la butaca del metro o en colectivo o acaso aquella con la que hablo o chateo desde el móvil mientras viajo junto a otras personas con las que no soy ni estoy?

No tengo respuesta. ¿Nos cambió la vida la internet? No lo sé. Cada persona podrá responder per se o por la otredad a la que suponga, juzgue y sentencie. La acelerada continuidad con la que los más recientes desarrollos tecnológicos se incorporan a nuestras vidas inducen a otras prácticas. En ocasiones inadvertidamente. La inmanencia de la internet (de la red de redes) apabulla.

EL TERCER ENTORNO

Admito que cuando en el último año del milenio y siglo pasados leí y escuché al profe Javier Echeverría Ezponda (76) –relevante catedrático y filósofo español formado en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y en la Universidad de París, Panthéon-Sorbonne– argumentar y sostener con compleja claridad sobre la construcción y constitución del “tercer entorno” como nuevo espacio social como consecuencia del uso masivo de herramientas tecnológicas, quedé atrapado. Esa idea caló hondo.

Amigos y amigas me miraron en silencio. En alguna cara, incluso, percibí cierto grado de perplejidad. Insistí. “Aquella categorización quedó grabada en mi memoria y, con el paso del tiempo, siento que se grabó como interrogante para el que todavía no obtengo una respuesta que suponga adecuada”, comenté.

Alguien propuso descorchar un vino “porque hace frío”. No hubo oposición. La crisis climática preocupa y pega fuerte en el sur del sur. En Mar del Plata –unos 1.750 kilómetros hacia el sur de mi querida Asunción– el otoño pareciera decidido a irrumpir impiadoso. El termómetro se clavó en 10°. Muy fría esta medianoche de viernes. También es silenciosa. Solo nosotros metemos algo de ruido.

El inicio del sábado es inevitable. La vieja mecedora es el lugar exacto para mí. Sillones mullidos completan una suerte de círculo exageradamente irregular. ¿Será un cuadrilátero, acaso? De la cava llegó hasta nosotros –para disfrutar, leer, escuchar, reflexionar e intercambiar pareceres– un Insólito Cabernet Franc de 2018 contenido en copones de cristal. Primereo. Saboreo y me abandono a los sentidos. Percibo que no es una práctica solitaria.

Daniel B, doctorado en Gestión de Contenidos y periodista, con reputación bien ganada de catador, observa la botella ya vacía entre sus manos y comenta –”para que todas y todos” lo sepamos– que a ese vino magnífico “lo embotellaron en 2020, después de añejarlo dos años en barricas de roble francés”. Dani nos invita para que coloquemos nuestros copones al trasluz. Quedé atrapado. Mis ojos descubrieron que se disparaban atractivos reflejos rojo rubí intenso.

El catador se lucía con el relato que bordeaba lo técnico. La pituitaria reacciona con aromas que con exclusividad aportan las barricas francesas. Las fosas nasales se dilatan. Puerta del Abra, casa natal del Insólito, enclavada en la casi mágica zona serrana de Balcarce, 60 kilómetros al oeste de las playas del Atlántico, con el aporte de sabios enólogos “lo hizo posible”. ¡Vinazo!

Siento que es el momento preciso –justo– para retornar al iniio y retomar el debate. “Desde que Marshall MacLuhan propuso la metáfora de la aldea global, los avances científicos y tecnológicos han hecho plausible la audaz idea de una ‘ciudad de la Tierra’ (la tantas veces mencionada aldea global porque desde entonces) la influencia de algunos (...) ha ido creciendo. En las sociedades avanzadas se han convertido en instrumentos de uso común (…) y, más recientemente, los ordenadores. La posibilidad de ver y oír en directo lo que sucede en cualquier otra parte del mundo y la expansión de esas tecnologías por muchos países han hecho real la idea de que todos los seres humanos vivimos en un espacio común, el globo terráqueo, que sería el gran solar de la aldea global. Paralelamente, la globalización de la guerra y la economía, junto con los alarmantes procesos de cambio climático, deforestación, residuos radioactivos y destrucción de la capa de ozono han llevado a muchas personas, empresas e instituciones a pensar globalmente, aunque siguieran actuando localmente”.

Louis Althusser categorizó como sujetos sujetados a aquellos que “huimos de nuestros problemas en vez de afrontar la verdad”

TELÉPOLIS

Levanto la vista y digo: “Es palabra de Echeverría Ezponda”. La tertulia crece en razones para el diálogo y el debate. Casi medio siglo desde MacLuhan hasta el prólogo de “Los señores del aire: Telépolis y el tercer entorno”, recién leído. ¿Qué pensamos hoy? No es sencillo responder.

“¿Será Telépolis –en el caso de que exista– la evolución de la aldea global –también en el caso de que exista– que en 1964 Marshall MacLuhan propuso como idea en un ensayo al que tituló ‘Understanding media: the extensions of man’?”, preguntó Andrés F., quien hizo silencio después de levantar la vista de su celular.

“¿Por qué no?”, respondió Delia G., de sólida formación académica, quien agregó que “una buena parte de nuestras jornadas de trabajo profesional las hacemos en las redes. ¡Laburamos en las redes! Como muchos de nuestros hijos y nietos”. Acuerdo.

Comento, a modo de ejemplo, que en tiempos de pandemia, en cuarentena encerrados en nuestras casas, cuando promediaba 2020, la colega periodista Natalia Zuazo, de quien fui discípulo a distancia en el Knight Center de la Universidad de Texas, sostuvo que porque “internet está tan presente,prácticamente no pensamos en ella (...), ya (que) ni siquiera nos exige conectarnos a un cable, se desmaterializa y desaparece entre las paredes y los muebles de nuestra casa, nos rodea con ese halo mágico llamado wifi, que no vemos pero nos mantiene comunicados mientras chequeamos un email en la terraza o nos acostamos a la noche para ver una película”.

La red de redes está en todas partes. De hecho, ironiza y destaca que “con su omnipresencia que todo lo resuelve, internet se erige como la primera religión común de la humanidad y nos aterra la idea de estar desconectados por más de un segundo. Entramos en pánico si ‘se cae’ la conexión (porque) cuando eso ocurre, nosotros también (imaginamos que) nos caemos del mundo”.

“Estamos en la era del capitalismo de la vigilancia” con la que se procura una arquitectura global para modificar la conducta social, sostiene Shoshana Zuboff

VINCULARIDAD

Luego de esa metafórica descripción lanza una atinada advertencia: “Confiar tanto en cualquier poder tiene sus riesgos”. De hecho, cuando el covid nos rodeó internet no tuvo fallas. Una buena parte de la vincularidad se sostuvo en ese soporte. “Entre los que vivimos y trabajamos conectados cuando la cuarentena, supimos que hubo quienes antes de partir para siempre quisieron despedirse por internet”, apostilló con tristeza, aunque sin aportar precisiones, Fernando M., jurista relevante quien sin dejar de opinar busca y descorcha otra botella de Insólito Cabernet Franc.

“Por internet, por la aldea global, por Telépolis y… por la red menos pensada”, propusimos para brindar con sonriente preocupación. “¡Todo lo bueno y lo malo que pasaba, pasa y –ojalá no–, pero seguramente pasará en la realidad real, pasa en la red”, opina Mariel C., economista que calma su sed solo con agua porque no consume alcohol! Un breve silencio nos avasalló.

El profe Juan T. también lee desde la pantalla de su móvil. Interrumpe el brindis. “La tecnología, pese a sus cosas buenas, implica una cantidad enorme de riesgos. La ONU (Organización de las Naciones Unidas) ha consagrado hace muchísimo tiempo y yo comparto absolutamente (la idea) de que las reglas del Estado de derecho que rigen en el mundo real también deben regir en el mundo de la tecnología y el virtual”, dijo el expresidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos Ricardo Pérez Manrique al diario El Observador, de Uruguay.

El sábado es imparable. Con los primeros minutos del nuevo día, el viernes ya es pasado. Una vez más es posible verificar que pasado, presente y futuro solo son como producción de sentido. Pérez Manrique, entrevistado por la colega Paula Ojeda, precisó entonces que “un derecho que está severamente cuestionado es el derecho a la privacidad de las personas. (Porque) el tráfico de datos es una moneda de cambio permanente y en ese tráfico de datos (en las redes) no solo está dónde vivimos, sino cuáles son nuestros gustos en el arte, cómo nos divertimos, qué noticias nos interesan”.

Preocupado dijo creer que esa situación “es uno de los debates del futuro” y lo categorizó como “uno de los grandes desafíos”. Realidad real, realidad virtual, realidad mixta, la aldea global de MacLuhan, la Telépolis de Echeverría Ezponda, los nuevos espacios en donde la humanidad parece replicarse ad infinitum.

El tecnofeudalismo es lo que “mató al capitalismo”, sostiene el economista ateniense Yanis Varoufakis

VIGILANCIA

No hace mucho, en Punta del Este, escuché personalmente –en este sentido– las advertencias de la doctora en Sociología Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, sobre los avances del “capitalismo de la vigilancia”.

Zuboff sostiene, en un texto trascendente de su autoría con ese mismo título, que ese dispositivo apunta a diseñar una “arquitectura global” para modificar la conducta social para transfigurar la naturaleza humana misma en el siglo XXI de la misma forma en que el capitalismo industrial desfiguró el mundo natural en el siglo XX. En su definición del capitalismo de la vigilancia, previene sobre la instalación de un “nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima gratuita aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción (de datos), predicción (de eventuales consumos) y ventas”.

Precisa que se trata de una “lógica económica parasítica en la que la producción de bienes y servicios se subordina a una nueva arquitectura global de modificación conductual”. Lo que solo es posible a partir de una “mutación inescrupulosa del capitalismo caracterizada por grandes concentraciones de riqueza, conocimiento y poder que no tienen precedente en la historia humana”.

Sobre esas prácticas de extracción y acumulación de datos con los fines señalados, Shoshana sostiene que es “el marco fundamental de una economía de la vigilancia” que todo lo que recoge como datos para el análisis y la planificación de los mercados. Absolutamente todo, los nuevos poderosos lo tienen bien guardados en “la nube” y al alcance de los cliques. Nubes que, bien vale precisarlo, lejos de estar en cielo alguno están bien afirmadas sobre la tierra y poco –más bien casi nada– sabemos de lo que sucede en su interior.

¿Cómo operan los poderosos con esa infraestructura, qué hacen con ella? En 2012, la activista Rebecca Mackinnon, en su libro “Consent of the networked” (Consentimiento de los conectados), con profunda claridad sentenció: “Entendemos cómo funciona el poder en el mundo físico, pero todavía no entendemos bien cómo funciona el poder en el terreno digital. Internet es una creación humana. Las luchas de poder son una parte inevitable de la sociedad”.

TECNOFEUDALISMO

¿Lo sabemos hoy? Me atrevo a sostener que no y, por si algo faltara, es necesario destacar que en cada ingreso al sitio que fuere, voluntariamente (¿voluntariamente?) aportamos nuestros datos para que ellos guarden. “Somos humildes siervos de los señores de la nube: bienvenidos al tecnofeudalismo”, propone Yanis Varoufakis (62), un ateniense economista y académico notable, exministro de Economía de Grecia, desde el título de un ensayo que publica en el diario El País que, de alguna forma, procura operar como disparador para saber por qué el tecnofeudalismo es “lo que mató al capitalismo”.

¿Se podrá matar una ideología? Descreo. ¡Tantos lo intentaron! De todas formas, Varoufakis, si bien va sobre el capitalismo, creo que profundiza en las prácticas sociales que emergen de la inmanencia de la internet de la que ya se ha hecho alguna referencia.

“Este nuevo capital mutante que ha matado al capitalismo vive en la famosa nube, así que llamémoslo capital en la nube”, propone e inmediatamente detalla que, sin embargo, “vive en la Tierra; reside en equipos conectados en red, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, programas, algoritmos basados en inteligencia artificial y en el fondo de nuestros océanos, donde se extienden incontables kilómetros de cables de fibra óptica”.

Explica también que “el capital en la nube no fabrica cosas” porque “está compuesto por dispositivos concebidos para modificar el comportamiento humano”. Y, a modo de ejemplo afirma que “eso es lo que son Alexa de Amazon o el Asistente de Google: un medio de modificación del comportamiento construido precisamente para eso”.

Con paciencia docente explica que se trata de “una máquina, una pieza del capital, a la que entrenamos para que nos entrene para que la entrenemos para que ella decida qué queremos y, una vez decidido lo que queremos, la misma máquina nos lo vende directamente, sin pasar por los mercados” y, por si fuera poco, consigue que sostengamos la enorme red de modificación del comportamiento a la que pertenece con nuestro propio esfuerzo, de forma voluntaria y gratuita”.

REPRODUCCIÓN IMPAGA

¿Cómo? “Cuando publicamos reseñas, valoramos productos o publicamos en la red vídeos, diatribas y fotos”, se coopera para “reproducir el capital en la nube sin recibir un céntimo por nuestro trabajo”.

Vuelvo a Shoshana Suboff: “La sociedad del siglo XXI (es) una colmena controlada y totalmente interconectada que nos seduce con la promesa de lograr certezas absolutas a cambio del máximo lucro posible para sus promotores, y todo a costa de la democracia, la libertad y nuestro futuro como seres humanos”. En consonancia, Yanis Varoufakis afirma que “la máquina, en definitiva, nos ha convertido en siervos de la nube”.

¿Estamos en problemas? Probablemente y en este tema, sí. Pérez Manrique, Suboff, Varoufakis, Zuazo, Makinnon con sus investigaciones y reflexiones parecen demostrarlo.

Sin embargo, es preciso verificarlo para diseñar nuestras prácticas y comportamientos. Por si así fuera, vale recordar a Louis Althusser, filósofo francés, quien definió como sujeto sujetado a aquellos que “huimos de nuestros problemas en vez de afrontar la verdad”. Alexa, apaga el ordenador.

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