• Por Víctor Pavón

El viceministro de Eco­nomía, Javier Cha­rotti, dijo días atrás que los factores que posibili­tan disminuir la pobreza en el país están el crecimiento económico, la creación de empleos y el control de la inflación. El viceministro tiene razón.

Sin embargo, los tres facto­res deben ser profundizados para no tener que caer en el error de considerar que para bajar la pobreza se requiere del intervencionismo estatal. La realidad es que la inter­vención estatal termina por mantener a la gente en un círculo vicioso de miseria y dependencia política.

El economista Max Roser, un estudioso de la materia, dice que la pobreza a nivel mundial se encuentra en los niveles más bajos de la his­toria con una clara tenden­cia a la baja. Así, por ejemplo, en la década de 1980 el 44 % de la población mundial vivía con menos de 1,9 dólares por día y en estos últimos años se redujo al 10 %.

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Más importante aún, para comprender a este antídoto contra la pobreza llamado libre mercado es necesario hurgar en la ciencia econó­mica y la filosofía política. Hay dos maneras de asignar los siempre escasos recursos con los que el ser humano se ha debatido desde el inicio de la civilización. La primera forma es utilizando la coer­ción, esto es, la fuerza que se impone mediante la legisla­ción que proviene del inter­vencionismo estatal.

La segunda manera y la correcta, consiste en permi­tir que las personas puedan colaborar entre sí mediante acuerdos voluntarios para producir y comercializar los bienes y servicios necesarios para mejorar las condiciones de vida.

Resulta más justo y eficiente para todos que cada quien se organice junto con otros para colaborar, comerciar, vender, comprar y producir y así enseñar a pescar. Esto es predicar con el ejemplo. El ser humano no está destinado a ser pobre toda la vida o pre­destinado a serlo por algún embrujo o designio del más allá.

Enseñar a pescar se convierte en una poderosa herramienta de conocimiento y motiva­ción. La persona que trabaja aunque sea en la más humilde actividad es capaz de valo­rarse elevando su autoes­tima.

De este modo el individuo se vuelve productivo para sí mismo y su familia, aunque ello signifique contar con una pequeña ganancia. Una per­sona que acepta su realidad y no le culpa a los demás de su situación para no convertirse en un resentido, pronto se percata de que no hay mejor conducta que la del trabajo diario, el estudio y la disci­plina. Nada es gratis. Es tener la actitud de saber que todo puede cambiar para bien en la medida que nosotros pri­mero cambiamos.

Aquella actitud se encuentra relacionada con la educación. Pero, para ello la educación empieza primeramente en el hogar y luego en la escuela. La educación a la que me refiero es la de la libertad y no la sim­ple instrucción. La educa­ción de la libertad promueve valores de convivencia respe­tuosa y para el trabajo.

El capitalismo de libre mer­cado mediante el orden social de la cooperación y la divi­sión del trabajo logró elevar las tasas de ahorro e inver­sión, crear bienes y servicios a bajos precios y calidad como nunca antes en la historia. De esto no hace más de trescien­tos años, aunque sus prime­ros pasos se dieron desde la Edad Media y el Renaci­miento.

Fue así que el ser humano fue escapando de las hambrunas, la miseria y las injusticias que lo azotaban desde tiempos inmemoriales.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universita­ria en Paraguay, sus defec­tos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la república”.

El economista Max Roser, un estudioso de la materia, dice que la pobreza a nivel mundial se encuentra en los niveles más bajos de la historia con una clara tendencia a la baja.


Resulta más justo y eficiente para todos que cada quien se organice junto con otros para colaborar, comerciar, vender, comprar y producir y así enseñar a pescar. Esto es predicar con el ejemplo. El ser humano no está destinado a ser pobre toda la vida o predestinado a serlo por algún embrujo o designio del más allá.

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