Con motivo de la festividad de Halloween, un circuito acerca al público a la figura histórica del príncipe rumano en que se inspiró el escritor irlandés Bram Stoker para la creación de su icónico personaje, un vampiro que salía por las noches de su tumba para beber sangre.

  • Blaise Gauquelin y Ionut Iorda­
  • Fotos: AFP

Niklas Schütz, de 10 años, corre con una capa negra por los pasillos de un castillo forti­ficado encaramado en una montaña en Austria. Par­ticipa en una visita guiada nocturna sobre Vlad Tepes, el “verdadero” Drácula.

“Era un príncipe de Ruma­nia, pero no era un vampiro”, dice este escolar que sigue al grupo, linterna en la mano, bajo un cielo tormentoso en Forchtenstein, en el este de Austria.

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La misión de esta forta­leza, que ha preparado un programa especial para Halloween, es dar a conocer la figura histórica eclipsada por el personaje de dientes pun­tiagudos creado por el escritor irlandés Bram Stoker.

El castillo contiene uno de los pocos cuadros que represen­tan como un héroe cristiano a este ilustre antecesor rei­vindicado por la familia hún­gara Esterhazy, propietaria del recinto hasta hace poco.

“Nacido en 1431, durante mucho tiempo quedó en la his­toria como un personaje posi­tivo” que combatió valiente­mente a los otomanos, de los que fue prisionero en su infan­cia, explica Florian Bayer, director de las colecciones.

El castillo de Bran, donde está ambientada la novela de Bram Stoker pero donde nunca vivió el personaje histórico en el que está inspirada la obra, es una atracción turística para el público

BOSQUE DE PALOS

Reinó sobre Valaquia, un principado rumanófono vasa­llo del reino de Hungría. Su nombre de Drácula signifi­caba “hijo del dragón” y estaba desprovisto entonces de cual­quier connotación diabólica.

Se lo debía a su padre que había sido condecorado en la Orden del Dragón (“drak”, en eslavo).

Era un “hombre muy apuesto”, que vestía un “traje medio oriental adornado con diamantes”, con “pelo largo” y una complexión imponente que “inspiraba amor en las mujeres”, cuenta el historia­dor Dan Ioan Muresan.

“Se casó con una prima del rey, dando lugar a una rama de la que desciende la familia real británica”, dice el medie­valista. Al rey Carlos III, ena­morado de Rumania, le gus­taba recordar estos lazos de sangre.

Fue una figura importante, de tenaz reputación sanguina­ria. En Constantinopla se lo conocía como Vlad el Empa­lador, por haber aventajado al mismo Imperio otomano en la práctica a gran escala de esta terrorífica tortura que pri­vaba a las víctimas de entierro.

“La práctica no era solamente militar, también la usaba internamente y contra los mercantes alemanes de las ciudades de la Transilvania vecina, sus rivales económi­cos”, explica el historiador.

En los comienzos de la imprenta, se lo representaba rodeado de un bosque de palos sobre los que agonizaban sus adversarios.

ADAPTACIÓN AL CINE

Siglos después, esta fama ali­mentó el imaginario de Bram Stoker, célebre por la novela gótica publicada en 1897 y ambientada en los Balcanes con obstinadas supersticio­nes vampiristas.

El autor irlandés conservó el nombre de Drácula, pero lo transformó en un anticristo romántico que sale de noche de su tumba para beber sangre.

La obra ha sido adaptada en multitud de ocasiones para el cine, lo que ha convertido al vampiro en un ícono de la cultura popular.

“Hasta los años 1960, no se asociaba el personaje ima­ginado por Bram Stoker con Vlad Tepes”, apunta Bogdan Popovici, jefe de los archivos de Brasov en Rumania, donde se conservan los manuscritos del príncipe, huellas materia­les de su existencia.

“Son los comunistas quienes comenzaron a hacerlo para el mercado occidental con el fin de atraer turistas”, señala.

El régimen del dictador comunista Nicolae Ceau­sescu intentó resucitar a Vlad como héroe nacional a la vez que ingresaba importantes sumas vendiendo el mito.

Pero, paradójicamente, el régimen comunista era cui­dadoso al diferenciar entre el Drácula real del personaje de ficción en su misión de erra­dicar las tradiciones paganas.

LÁGRIMAS DE SANGRE

“Los rumanos nunca se reco­nocieron en esta figura, que sale de un imaginario extran­jero vinculado a una realidad exotizada”, estima Dan Ioan Muresan. “Se explota un poco como atrapaturistas”, agrega.

El castillo de Bran, donde el escritor irlandés ambientó su novela pero donde nunca vivió el príncipe medieval, continúa acogiendo miles de visitantes en busca de escalofríos.

El misterio persiste sobre la sepultura de Vlad Tepes, ase­sinado en 1476 por los suyos tras una conspiración.

Su cuero cabelludo probable­mente fue enviado a Cons­tantinopla para confirmar su muerte, explican los espe­cialistas, enfrentados sobre el destino de su cuerpo.

Según algunos, fue enterrado en un monasterio al norte de la capital. Otros estiman que está más al sur y organizan a hurtadillas misas por la paz de su alma.

Señal de la fascinación que pervive alrededor de su figura, un estudio científico italiano reciente con base en sus cartas manuscritas demostró que, al menos en los últimos años de su vida, sufría hemolacria. Es una condición física que causa que la persona afectada pueda vertir lágrimas de sangre, un detalle que a buen seguro ali­mentará el mito de Drácula durante mucho tiempo más.

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