En esta edición de “Expresso”, emitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe a Agustín Barúa Caffarena, psiquiatra placero y autor del libro “Ejedesencuadrá: del encierro hacia el vy’a. Transgresiones para una salud mental sin manicomios”, ganador del segundo lugar del Premio Ensayo Pensar Nuestra América con Categorías Propias 2023, realizado en Argentina. Barúa Caffarena objeta el régimen de encierro y de psicofármacos a los que son sometidos los “disidentes psíquicos” de parte de la medicina tradicional al tiempo de cuestionar la división tajante entre lucidez y locura.

Fotos: Nadia Monges

–ADS: ¿Por qué tienes un consultorio en la plaza y no en otro sitio como los doctores?

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–ABC: Yo vengo de la salud comunitaria, no de la salud hospitalaria. Trabajé mucho en psiquiatría bañadense, pero como no me pude reinsertar en ese tipo de instituciones en un momento dado me intenté alquilar un consultorio y me reaburrí, me reangustié y ahí me pregunté ¿dónde me siento cómodo pensando con la gente? Me vinieron los bancos de plaza. Los bancos de plaza tienen una potencia que son espacios de intimidad pública como paradoja de libertad. Yo creo que nuestra sociedad asuncena necesita más habitar el espacio público, menos shopping y más encuentro con la diferencia. Yo intento que mi clínica aporte a eso, es una clínica que cuestiona todo esto de los manicomios, los encierros, llenarle de psicofármacos a la gente. Entonces me parece que es una forma también en la que el médico cede poder. No es mi consultorio, mi diagnóstico, no es tu banco, no es mi banco, es el espacio público.

–La medicina está históricamente encuadrada en la relación poder-paciente.

–Hay una relación entre el saber y el poder, un saber que construye asimetría, un saber monólogo, un saber que te dice quién sos, qué es tu cuerpo, qué es tu deseo, lo que podés, lo que no podés. Nos cuesta mucho como médicos escuchar lo que a nosotros no nos interesa. Siempre estamos dirigiendo, censurando y aquí no solamente yo escucho a la persona de una manera X, que es mi forma de trabajar, sino también escuchamos el mundo porque aquí viene un vendedor ambulante, viene un vendedor de marihuana, viene un policía, viene una marcha estudiantil secundaria, viene un movimiento italiano que prepara mesas de comida, o sea, es hacer clínica en la vida, desde la vida.

–¿Qué es el manicomio desde una perspectiva problemática?

–Nosotros decimos que más que el sustantivo manicomio hablamos del adjetivo manicomial. Cuando una relación se vuelve manicomial, hay un grupo que sabe qué son y qué hay que hacer con los sufrimientos psíquicos y otro grupo que supuestamente no sabe nada de eso. Entonces, decía Franco Basaglia, que es un maestro italiano nuestro: “Separaciones siempre hay, pero las separaciones manicomiales son tajantes, irreversibles, indiscutibles”. ¿Cómo es que la psiquiatría inventó y avala un dispositivo que barra la confiabilidad de una persona porque uno de los hospitales psiquiátricos no sale más porque la gente siempre va a darse un goce diciendo “ese estuvo dos veces en el neuro”. Entonces, ¿cómo es que consideramos que eso es terapéutico? El sufrimiento psíquico tiene un plus estigmatizante porque la normalidad no es una cuestión sanitaria, es una cuestión moral. La persona normal psíquicamente es una persona adecuada, buena, no solamente sana. Hay un plus, hay un extra. Hay manicomios eléctricos como el electroshock, manicomios químicos como llenarle de psicofármacos a la gente sin conocerle, así como manicomios simbólicos como pegar rótulos a las personas.

OTRO ABORDAJE

–¿Cómo desencuadras eso?, ¿cuál es el camino?

–Y tiene muchas patas Yo pienso, por ejemplo, que primero hay que poder repensar otro tipo de abordaje que no esté centrado en lo represivo. La salud mental o la psiquiatría hegemónica está pensada siempre primero desde el miedo. El manicomio es una cárcel psiquiátrica. Después es necesario repensar la relación cordura-locura. Necesitamos la cordura para cuidarnos porque la cordura es la que te hace mirar una avenida antes de cruzar, pero demasiada cordura ya te vuelve desconfiado y aterrorizado, te vuelve normópata. Y necesitamos la locura para tres cuestiones humanas muy sensibles que son cambiar, crear y arriesgar. Imaginate una humanidad sin eso. Pero si sos solo locura, te morís. Entonces es como otra forma de pensar cordura-locura. Que los sistemas de salud tengan más base territorial comunitaria y que no solamente sean hospitalocéntricos. O sea, tiene muchas patas que sería interesante darnos el tiempo para conversar esa complejidad.

–Con la cantidad de pacientes es imposible que la gente médica se ocupe de la gente paciente.

–Porque están muy naturalizados los formatos de maltrato institucional. La duración de la entrevista, la cantidad de pacientes, la carga horaria de las guardias. El modelo de educación médica mayoritaria en Asunción es un modelo de venganza. “Vos querés ser médico, yo soy médico. Si querés ser uno de nosotros, tenés que recibir maltrato, aprender a maltratar y podrás ser uno de nosotros y maltratar a los que vienen”. Entonces hay un código de embrutecimiento muy fuerte, muy insensibilizante.

–¿Por qué con los avances que hubo seguimos tan ceñidos a un modelo tan antiguo de reclusión de enfermos mentales?

–Yo creo que la psiquiatría es una producción de la sociedad. La sociedad asigna a la psiquiatría la misión de ser policía de la normalidad. Policía de la adecuación. Cada sociedad jerarquiza algunas cuestiones como más valoradas y desprecia a otras. Y eso tiene tres ordenadores discursivos: el discurso médico nombra enfermedad, el discurso jurídico nombra delito y el discurso religioso nombra pecado. Clasifica y segrega. Entonces yo creo que todavía la psiquiatría no ha podido generar una reflexión sobre ese mandato social tan fuerte de vigilancia y control. Siempre se dice que es lo mismo cuidar que custodiar. Todavía sigue siendo mucha custodia. Y hay que recordar también que esta psiquiatría se enmarca en un modelo de medicina en el cual se parte la mente y el cuerpo. Y el cuerpo es el que importa, la mente no importa.

–¿Hasta qué punto culturalmente se ha convertido en un estigma el tener un familiar con problemas mentales?

–Eso está muy impuesto. O sea, yo siempre veo, por ejemplo, cuando sigo la noticia política, que todo el espectro de izquierda y derecha se insulta tratándose de loco. O sea, ahí casi no hay discusión sobre este tema de la diversidad psíquica. Nosotros decimos diversidad psíquica en el sentido de que nuestra apuesta como corriente en salud mental es validar, acompañar y comprender la heterogeneidad humana más que disciplinar, más que normatizar.

–Estamos ante un problema de la escuela de psiquiatría también.

–Es la concepción, es la teoría, son las metodologías que no están problematizadas. Incluso se entiende que hacer salud comunitaria es como inferior y que el hospitalario es superior. Nosotros necesitamos complementariedad. Hay cosas que se pueden trabajar en el hospital y hay cosas que se pueden trabajar en comunidad y necesitamos articularnos.

–¿Quién es la policía de la normalidad?

–Ese es un punto central. En el libro comienzo hablando de que la normalidad psíquica es el primer triunfo de los manicomios. Es como una especie de servicio de normalidad obligatoria. Todo el tiempo estamos en vigilancia de cómo se viste, cómo se peina, si su tono de voz es bajo o alto, etc. Y es muy complicado porque es un magma represivo donde estamos inmersos como sociedad. En vez de partir de la idea de que yo te acepto como sos, yo te juzgo a ver si das el canon o no. Y eso es muy tensionante. Y ahí tiene un rol muy específico la psiquiatría.

–¿Qué descubriste como potencial respecto a tu método?

–Nosotros decimos que necesitamos que el espacio público esté más habitado, que sea el lugar donde nos encontramos en la diferencia. La clínica placera apunta a dialogar con el espacio público. Lo segundo es que necesitamos estar menos aislados, acompañando el proceso de padecimiento mental. Está la secuencia conflicto-preocupación-aislamiento. Conflictos siempre hay, preocupación tenemos más o menos sobre nuestros conflictos, pero el aislamiento podemos reducirlo. Si siempre estamos encerrados a través de ladrillos, a través de cemento, ¿por qué no hacerlo de manera más abierta? Promover una cultura del desaislamiento, del desocultamiento.

CORDURA-LOCURA

–¿Qué mirada tenés sobre cómo la comunidad convive con la “gente loca”?

–Cada quien convive con su propia locura. Yo creo que nuestras sociedades son muy normópatas. Todos queremos ser los normales. Tenemos mucho miedo. Este es el adicto, esta es la persona trans, esta es una puta, aquel es comunista, fácilmente se estigmatiza y se deja fuera. Ese es un problema grande porque yo creo que todas las personas somos mezcla de cordura y locura. Y todas las corduras tienen problemas, no son solamente ventajas. Y las locuras tienen ventajas, no son solo problemas.

–¿Por qué es importante que la gente perciba esos hemisferios?

–Y primero porque creo que vamos a vivir más tranquilos. Y la tranquilidad no es cosa menor porque la gente siempre dice lo que yo quiero es estar tranquilo. Esa tranquilidad tiene que ver con aceptarse y no tratar de encajar en un mandato, de que hay que ser siempre de una forma equilibrada. Yo siempre digo que el piso de los normópatas en Asunción es ser amable y trabajador. Si tenés menos que eso, ya te complicás. A mí me parece que primero es estar tranquilo, segundo es ser quien sos.

–¿La educación hace que se tenga mayor comprensión de la otredad?

–Yo creo que mayoritariamente nuestra educación es autoritaria. Cuando comenzaron a caerse los techos de las escuelas, yo dije “a ese nivel de literalidad llega el derrumbe del modelo educativo”. Los centros estudiantiles siguieron siendo reprimidos, los gremios docentes no son suficientemente atendidos, hay enfrentamientos entre familias y docentes que se descalifican unos a otros. Igual la educación es autoritaria y no está pensada para la realidad cotidiana. ¿Nos importan las infancias y la adolescencia? Si les estamos metiendo en lugares que se están derrumbando.

–¿Tiene algo que ver nuestra historia con ser tan represivo con el otro?

–Yo veo en los bañados de Asunción cierta socialidad. Veo en las comunidades campesinas. Yo estoy trabajando ahora en Edelira, Itapúa. Hay comunidades campesinas autoorganizadas agroecológicas sensibles. Veo por ejemplo cómo hasta muchas veces las comunidades indígenas que están en las veredas de las instituciones públicas en Asunción todavía se cuidan. Eso no está perdido. Hay una urgencia que aparece en clave de solidaridad y caridad. pero en general está muy lastimado en nuestro territorio social. A mí me gusta mucho una definición de comunidad que da un antropólogo simbólico: “El sentimiento de sentirnos nosotros”. Qué interesante ese sentimiento porque en realidad a veces estamos en colectivo, pero no somos comunitarios.

–¿Cuáles son los movimientos sociales más interesantes que ves en Asunción?

–En los últimos años, yo te digo el movimiento estudiantil secundario, el movimiento estudiantil universitario y el movimiento de mujeres feministas. Todos son jóvenes. Los sujetos colectivos en Asunción y Área Metropolitana más significativos para mí tienen como una discusión de sociedad que problematiza y que tiene una propuesta. Tiene una marca juvenil y yo creo que eso tiene que ver con la pulsión adultocéntrica. A mí me preocupa fundamentalmente la ausencia de debate. Es un problemazo. Yo creo que se da a nivel familia con los monólogos adultos. Yo trabajé una investigación en Humaitá a partir de una crisis suicida en un colegio. Trabajamos con el grupo de sobrevivientes y les preguntamos cuál era su demanda. Dijeron dos cosas. Queremos un trato igualitario porque también somos personas y, segundo, queremos una escucha sensible. Y escucha sensible era no que yo te cuente como adolescente que saqué diez, sino que escuches lo que yo te quiero contar y que te abras cuando vas a conversar conmigo. Esas son las demandas que creo que dramáticamente nos están diciendo con los suicidios, con el uso complicado de drogas, con los embarazos adolescentes, con la accidentalidad vial. Hay muchísimos emergentes. Y ahí es que me preocupa mucho que se quiera abordar eso poniendo cámaras o poniendo las mochilas transparentes, el guardia de seguridad, la reja, el pitbull.

MIEDO

–¿Cómo hacemos para no necesitar esos dispositivos?

–Yo creo que es un problema de miedo y un problema de falta de introspección. ¿Quién tiene miedo? El mundo adulto, esta adultez adultocéntrica. No solamente creo que somos muy miedosos, sino que no sabemos que somos miedosos. Operamos me parece de manera compensatoria como bravucones, como un envalentonado, como hiperafirmado. Y el miedo es un derecho humano y también pedir ayuda. Yo creo que en el mundo adulto asunceno no tenemos derecho a pedir ayuda. Todo es como competitivo, exitista y con un miedo a la fragilidad. Y eso tiene mucho que ver con nuestro machismo, sobre todo masculino, donde siempre estamos en competencia. Imaginate que los varones ni siquiera en Asunción podemos abrazarnos tranquilos entre nosotros. Todo es como sitiado, cómo hablo, cómo te miro. Si te miro mucho, ya te he dado demasiada pelota. Hablamos y nos reímos y jamás podemos llorar hasta que estemos en pedo. Yo por eso creo que la borrachera masculina tiene la potencialidad también de sanar. No es solamente un problema, sino que a veces los varones solo lloramos en pedo.

–¿Qué es la erótica social?

–Nosotros comenzamos a pensar la erótica a partir de una situación muy simpática. Trabajando en psiquiatría bañadense, una vez veo que una compañera de trabajo va llegando a la unidad con una vecina tomada del brazo que la saca de la casa. Cuando vuelve le digo ¿por qué le agarrés del brazo a la vecina? “Le estaba trayendo para nuestra actividad”, me dijo. Pero no le secuestres, que participen si quieren venir y generamos una discusión sobre qué es participar. Y en esa reunión otra compañera muy callada comenzó a hablar muchísimo y de Monchi Maestre, que era una novela colombiana de la que todo el Bañado era fanático. En ese contexto entramos a la reunión y todo el equipo dijo que la gente del Bañado no iba a nuestras actividades porque eran haraganes. Y nosotros nos preguntamos por qué la gente del Bañado se va a lo de Monchi y a nuestras actividades no vienen. Y dijimos que como equipo de salud tenemos que aprender a mover las caderas y ahí nació la idea de la erótica social, que es poner en valor las prácticas de la alegría de la gente, de los sectores populares, para promover la participación.

HUMOR Y JUEGO

–¿El enemigo es la inhibición?

–El enemigo es el aburrimiento. Debe haber más humor y juego. Yo creo que en general en Asunción tenemos fuertemente una marca hiperhumorística. Somos muy bromistas, pero creo que es un humor muy angustiado muchas veces. Porque es un humor primero compulsivo, hay que reírse. Alguien dice algo angustiante y se hace un chiste para silenciar. Entonces yo suelo decirle a la gente en las instituciones que abran las ventanas humorísticas, que de por sí son espacios donde hay demasiados chistes, todo el tiempo chistes. Se hizo un chiste y paramos a pensar por qué ese chiste. Porque si no se tapa mucho con el humor. Yo creo que también es una especie de compensación que tenemos por nuestra falta de derechos.

–Un humor que tapa un dolor no es tan humor, ¿no?

–Es un humor angustiado. Yo creo que es legítimo. Por eso hacemos chistes, por ejemplo, en los velorios ante la muerte. Chistes de la derrota de fútbol, el humor con víctima, todo el tiempo el humor cruel. A veces nos cuesta. Parece que el chiste tiene que ser cruel; si no, no es gracioso. De alguna manera el humor es un bálsamo para una situación.

–¿Qué nos dejó en la cabeza el covid?

–Un momento impensable. Se pensaba que ya se tenía la cura de todos los males. Nos paralizó dos años. Lo voy a pensar en clave Asunción. A mí me interesa mucho situarme en Paraguay, pero en el fondo estoy pensando en Asunción. Por un lado puso en valor la importancia del otro. O sea, si el otro se cuida, yo estoy cuidado. En nuestra idea de libertad tu libertad termina donde comienza la mía. Es como una libertad competitiva. Y entonces se marcó otra idea de libertad. Yo no soy libre si vos no sos libre. Si vos no estás cuidado, yo estoy en riesgo también. Puso de resalto la importancia de la solidaridad. Que le hayamos dado pelota es otra cosa, pero lo puso. Igual nos costó mucho. Que los paraguayos que estaban afuera que se queden encerrados en los refugios. Nos asustó muchísimo porque no estábamos tan entrenados para lo solidario colectivo. Puso en valor también lo que las mujeres lograron como logran todo casi todo el tiempo, gestionar la urgencia. Y cuando se decía “epyta nde rógape” se decía que como persona jornalera no importás. Y algunos grupos sociales fueron particularmente lastimados, la infancia fue lastimada, la ancianidad fue lastimada, porque son personas que ya viven luego muy encerradas. Lo que ya tenía deuda de cuidado se agudizó más. Y después emergieron algunas cosas para mí interesantes como, por ejemplo, este grupo Cambachivache, que puso en valor el intercambio, el trueque, en lugar del intercambio monetario. O sea, otra forma de economía. Y también se inventaron otras formas de cuidado que tienen mucho que ver con la salud mental comunitaria.

–¿Cómo estamos con nuestros viejos?, ¿cómo los está tratando la sociedad?

–Creo que primero no tenemos políticas públicas para la tercera o cuarta edad. O sea, ser anciano y caminar en Asunción es súper complicado. No hay rampas, no hay veredas. Hay enormes escaleras. También hay como una cosa muy terrible, que es como el endiosamiento de los cuerpos juveniles. Entonces hay como toda una estética antianciana. Es como el chiste que yo le hice a tu compañero cuando me dijeron “señor”. Es como que todos estamos asustados de envejecer. Creo que es un sector claramente desprotegido.


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