Fernando Moure Blog: https://mourefernando.wixsite.com/blog/

La artista conceptual lleva patrones característicos y extrañamente familiares del espacio urbano y doméstico al espacio expositivo. Su muestra antológica realizada en la segunda mitad del 2022 en la Fundación Texo acaba de ser designada por el capítulo paraguayo de la Asociación de Críticos de Arte como la más destacada del año pasado.

En esta exposición la artista ha construido un discurso apoyándose en objetos que prescinden de parámetros de la representación, muchas veces encontrados e intervenidos; en pinturas abstractas donde se privilegian patrones geométricos o campos de color y en piezas tridimensionales cuyo desdoblamiento paralelo en sombras permiten abordar una tesis de partida para este breve análisis. Y es que tal y como se señala en el título de la exposición, “Ahora o nunca”, la propuesta sugiere un plano confesional o de revelaciones, tangenciales o fuera de plano, dispuesta a revelar cierto estado de ánimo personal y colectivo.

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El interés de esta propuesta de Brizuela es doble: emplazar imaginariamente un espacio urbano y doméstico de cierto perfil distópico, combinado con ecos de una delicada situación existencial o epocalmente dura. La presencia de sus pinturas y objetos hacen algo más que realzar el espacio expositivo: su presencia inefable, absoluta y silenciosa aumenta exponencialmente su impacto estético, provocando un efecto resonante en ideas y sugerencias.

Con este aire de projimidad, producto de la visión y ubicuidad de los objetos, el montaje de la muestra “Ahora o nunca” rememora paradójicamente el ejercicio del distanciamiento social que experimentamos durante la pandemia. Se propone un recorrido que elige ver desde lejos, visionando casi toda la instalación expográfica de una sola mirada desde el acceso, para luego proceder a rodear las piezas de gran formato, lo que asume una contemplación distante, favoreciendo un desvío introspectivo. Esta exposición reúne modos de representar un paisaje emocional-urbano, a menudo desdibujando voluntariamente la legibilidad de sus obras.

Lo consigue mediante referencias al surrealismo, al arte óptico y al minimalismo, indicando un tránsito medial que bebe primordialmente del conceptualismo, un estilo que no es expresivamente cohesivo, y cuya formalidad son secundarios a la idea.

Donde la mayoría de los artistas cita un período formativo de formación artística, la artista repasa intereses plurales actualizando sus intereses, uno interrogador de problemáticas de la sociedad en la que vivimos y en la manifestación de sus síntomas. A mi entender, el concepto amalgamado con la forma consigue rotundas y actualizadoras soluciones en el hacer de largo aliento de Bettina Brizuela.

La consecuencia de gran alcance de sus decisiones tempranas podría ser atribuida al espacio y tiempo en que fueron creadas como testigo del contexto y de las circunstancias vividas. No será un programa, pero visto en retrospectiva la obra de Brizuela parece naturalmente estructurada, orgánicamente armada, como un plan bien pensado.

Como toda creación de interpretación, este texto es una apreciación subjetiva, empapada de mi recuerdo de los años de Bettina como estudiante en la Escolinha de Arte junto a Livio Abramo, hace ya treinta años. A partir del año 2000, Bettina acomete sus obras pintadas de yeso blanco cubriendo objetos domésticos y bienes inmuebles, conquista escalas sorprendentes con esculturas-objetos, realiza transversalmente video-instalaciones con referencias familiares o al hogar de la infancia, ensambla objetos atesorados (algunos rotos, otros encontrados), hasta este ahora en el que se manifiestan búsquedas existenciales y filosóficas en torno a una ciudad y a una sociedad degradada.

Una línea de tiempo sugerente en una constelación expansiva de identificaciones, seguramente incompleta, dada mi lejanía física y la de mis afectos, y debo decir, sobre una obra que me ha sido siempre significativa, reveladora e irónica.

PENSANDO EN IMÁGENES

A Bettina le interesa desde hace tiempo indagar en las ideas de privacidad y de publicidad, esta última entendida como el territorio del espacio público, a través de la reflexión de los objetos que los humanos dejamos en un sitio, en la empatía y gestos que estos generan. Esta pulsión y asimilación de lo visto puede ser considerada de animismo, el dotar de vida a un objeto, o el de crear fantasmas, inscribiendo la huella que deja el pasado en las cosas, en las paredes o en las calles que la rodean.

Partiendo de piezas concretas y reconstruidas en yuxtaposiciones inimaginables, la autora recrea objetos encontrados o de creación propia emulando estadios fictivos, con tal que cuenten una historia, y cuya riqueza formal entran en diálogo fecundo con el teatro, la arquitectura, el diseño o la artesanía. Observando las calles, cuestionando como una filósofa peripatética sus instalaciones, chequeando sus restos o ruinas de la vida urbana, Bettina logra una visión en torno a un urbanismo deshumanizado, instala una imaginería urbana, pero puesta en abismo.

Por circunstancias de la observación o de su interés por el mundo, la decisión de producir un arte inspirado en el hogar o la calle, pero explorando perspectivas semióticas o de significado como en líneas o proyecciones axonométricas. La aparentemente ubicua identificación de lo que está representado, el objeto-signo, es puesto en perspectiva de proyección, de sombra. La dimensión psicologista se acentúa sobre todo con este desdoblamiento, cual caverna platónica, prevenidos de los juegos de la apariencia.

Proponiendo lecturas complejas –diría críticas, aunque en su grado cero de representación–, la creadora se empeña en que sus pinturas de rayas ópticas (en la que incursiona desde hace una década aproximadamente) no lo parezcan, sino que se trasmuten en señaléticas, en pedazo de pared desconchada y rayada de líneas sombreadas, en un teorema de caos.

Imágenes, finalmente, que animen al espectador a buscar algo más sobre sus estratos superficiales. Una invitación al ensueño citadino en su neurosis de calor, precariedad y capitalismo; exponiendo la controversial relación de los asuncenos con su madre urbana.

PERICULOSA MATER ASSUMPTA EST!

El interés de Brizuela por pintar bidimensionalmente o en otras superficies alcanza su apoteosis en las pinturas de grado cero como en los monocromos, en las que se formulan ejercicios de reducción; y en las ópticas donde la repetición de pautas cromáticas del negro y amarillo se abren a otras fértiles exploraciones duotonales. Las pinturas de combinaciones estrictamente negativas o positivas también ofrecen una paleta de espectro diverso, yendo más allá de lo pictórico tradicional hacia una nueva neutralidad. Mientras en sus ensamblajes tridimensionales, la materialidad nos acerca hacia horizontes subjetivos, psicologistas o a sentir intensamente sus rayados verticales o angulados bi o tridimensionales como vaivenes sísmicos.

Habiendo descubierto el poder de la impronta rítmica abstracta, explorada más allá del arte óptico y generativo de referentes locales como Enrique Careaga (1944-2014) o Mabel Valdovinos (1950), Brizuela emprende la nueva empresa de “meditar” y especular en el significado prosaico de estas señaléticas urbanas, dando espacio a derivas filosóficas producto de la geometría plana o del espacio. Saliendo a la calle y reapropiándose de trofeos-ornamentos del subdesarrollo, la artista los vuelve a emplazar instalados bajo un viaducto, en el jardín de un centro cultural o los representa pintando cajas, rejas, celdas.

Por norma, cuando vemos una señalética confiamos en la transparencia de su significado y creemos que su elocuencia puede superar al lenguaje verbal, confiando en su primera capa visible, en su “textura” visual. Cuando comenzó a trabajar con rayas, inspirada, ¿espantada? ante el peligro o la alarma, o bien proyectando encierros, se dio quizás cuenta de que esta herramienta cromática tan popular se vuelve interesante donde posa “su” imagen, situándola en diálogo con el espacio.

Un volumen vertical pintado de amarillo y negro de aristas helicoidades, elevado como una portentosa secuencia de ADN, sugiere, desde una materialidad lúdica, el crecimiento descontrolado del miedo y la locura. Una integración total del arte con referencias al cuerpo humano y al diseño, resueltos en el patrón cromático del negro y amarillo.

Las jaulas-celdas objetuales, pintadas o proyectadas, sirven como colofón para meditar en el carácter subjetivo de la percepción, la inestabilidad de las narrativas o para fabular, vía metonimia o desplazamiento semiótico, al signo mismo. La visión de las cárceles reverbera hacia interpretaciones de cancelación y censura, o en ecos endogámicos de amos, herederos y sus agentes.

Con la exposición “Ahora o nunca”, Bettina Brizuela sublima, en posición reactiva, a nuestra polis deshumanizada y vampirizada. Sus trabajos no solo advierten del “estado de la cuestión” de una sociedad, también comentan el paisaje espiritual en que vivimos. Con esta confesión, este arte nos devuelve consciencia, nos conjura a no dejar pasar el olvido o la indolencia, porque seguir permitiéndolo es la continuación del crimen.

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