Alice Torres

La mirada y análisis de la licenciada en Letras y especialista en literatura paraguaya Alice Torres sobre el relato de Javier Viveros “Algo más sobre Prometeo”, que es parte del libro “Ingenierías del insomnio” del mismo autor.

En “Algo más sobre Prometeo”, de Javier Viveros, nos encontramos con un relato corto y elocuente en el que la presencia del villano es reivindicada ante los ojos de la humanidad. El cuento –perteneciente al libro “Ingenierías del insomnio”– está cargado de simbolismos y de pasajes connotativos. Proponemos un somero análisis de este texto en el que resuenan ecos del conceptismo barroco y de la riquísima literatura helena. Viveros encara en su relato una reescritura del mito.

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Rescatado de los recónditos escrutinios literarios, aparece Hesíodo, abrumado, laborioso, sin mayores detalles sobre Prometeo. No encontramos aquí una intención de glorificar al titán; el foco está puesto en otro personaje, uno al que la historia ha dejado de lado, uno que ha sido opacado por el protagonista. El estilo narrativo empleado se asemeja al del citado poeta griego: frases formales, sólidas y breves cuya intención no es recordar el famoso mito de Prometeo, sino mostrar otra faceta. El narrador del texto opta por recuperar las emociones, los sentimientos de un ser al que normalmente se lo ve como una criatura monstruosa y que en nada merece la atención del lector. Hay un intento de humanización del águila, se busca la empatía del lector, que este desee que el desenlace cambie. Prestemos atención a algunas de sus oraciones y recursos.

“Prometeo es encadenado por robar el fuego de los dioses”. Fuego y encadenar connotan simbolismos; son vocablos presentes tanto en este relato como en varios otros que tocan la mitología griega. El fuego que es entregado a los seres humanos no es tan solo el cuarto elemento que sirve para dar calor, como dijo Platón; el fuego interior representa las ideas: cuanto más se aguza, más crece; y el fuego exterior está constituido por las acciones, las ideas colocadas en práctica por medio de la conducta. Las cadenas no aprisionan el cuerpo, sino la mente. Prometeo se encontraba encadenado, no obstante, libre, su pensamiento no estaba subyugado (como aquel Jaromir Hladík del cuento de Borges sobre el que Dios opera un milagro secreto).

“Un águila le devoraba el hígado cada mañana”. El majestuoso animal es el más digno del titán Prometeo (el amigo de los mortales). El águila cuya figura iba estampada en las banderas de las legiones romanas, victoriosas en tantas batallas. Era el ave seleccionada por Zeus. ¿Por qué no un buitre? Tal vez se hubiera desempeñado mejor en la cobarde misión de devorar el hígado de un encadenado a una montaña. Entre las peculiaridades de las águilas están: adaptación a todo tipo de hábitat, habilidad extrema para la caza, visión perfecta, rapidez y la construcción de sus grandes nidos en zonas altas. Esopo también la nombra en varias de sus fábulas debido a la majestuosidad que representa. A tal héroe, tal ave. Titán y águila, en pago de su osadía, fueron sometidos a humillaciones: “Empapar de sangre titánica el imperial y blanco plumaje de su cabeza”.

“La primera vez que su poderoso pico rompió la piel de Prometeo y se comió su hígado fue la mejor”. Recordemos que no era el hígado cualquiera el que estaba servido al paladar del águila: era el de un titán. Las primeras veces suelen ser las mejores: la ocasión esperada con ansias, el nerviosismo ante una situación desconocida, las expectativas trazadas con grandes ilusiones; el primer amor, tan idealizado y tan puro; el primer y embriagador beso, el primer sueldo, el primer auto.

“El hígado más puro y exquisito”. “Ni en el comer ni en el beber hay placer si antes no se ha sufrido hambre y sed. Y es habitual que las mujeres no se entreguen inmediatamente a los hombres para que luego, como marido, no las tengan en poco al no haberlas deseado antes largo tiempo cuando eran novios”, afirma San Agustín en sus “Confesiones”. El sabor del hígado revelaba al ave el estado anímico de Prometeo. Ambos, con el tiempo, habían aprendido a sobrellevar de la mejor manera el designio que les fue impuesto. Al relacionar los sabores hepáticos con los días de la semana se produce también una relación con el día a día laboral contemporáneo; el salto del clasicismo a la actualidad hace que el lector se transporte a su mundo real: el lunes, amargo; el martes, seco; miércoles y jueves, mediocres; viernes y fines de semana muy amistosos para con el pico.

“Prometeo y el águila habían labrado un sucedáneo de la amistad, conscientes de que estaban condenados a repetir esa escena ad nauseam”. La locución latina no significa que repetirán la escena hasta las arcadas, puesto que –dado el caso– el animal es el único que podría padecerlas; la repetitiva situación hiperbólica determina que el suceso no acabaría sino hasta llegar al agotamiento de uno de ellos. “El ave comentó al titán”. La prosopopeya o personificación salpica el texto narrativo llevándolo al mundo de las fábulas parecidas a las de Esopo.

El águila, al volver de sus vuelos, comenta al titán que según el oráculo Hércules lo liberaría de sus cadenas. En este pasaje se siente el grado de aproximación que une al héroe encadenado con el pájaro que se había convertido en los ojos y en los oídos de Prometeo. El animal ya había aceptado su destino. Aunque pertenecía a la especie más hábil de todas las aves para la caza, ¿de qué le servían ahora todos esos dones? “El hígado nunca supo mejor”. El águila percibió la alegría de Prometeo, la libertad llegaría con Hércules: solo un grande podría liberar a otro grande (aunque en esta historia el más grande fue aquel que decidió callar y morir).

¿De dónde sacaría tanto honor el águila? San Agustín de Hipona, incansable estudioso en la búsqueda del Dios verdadero, ha establecido ciertas analogías entre los mitos y la fe, tal es así que la fuerza de Hércules la compara con la fortaleza moral (Souvirón, B. Mitología Gredos. Los trabajos de Hércules). En “Confesiones” nuevamente manifiesta –esta vez refiriéndose a la voz de Dios que le hablaba en una región extraña–: “Yo soy el manjar de los grandes, crece y podrás comer. Tú no me cambiarás en ti, como cambias la comida en tu propia carne, sino que yo te convertiré en mí”. El águila, al alimentarse de tan divino hígado, que día a día era devorado y día a día volvía a regenerarse, fue adquiriendo cualidades que no poseía, la sabiduría le impregnaba la imperial cabeza a través del hepático fluido, la compasión, la libertad, las virtudes, el honor; todas las emociones exclusivamente humanas fueron absorbidas por el animal, tal es así que en sus ojos se podía leer un sentimiento ambiguo.

Las numerosas conexiones intertextuales están implícitas y sutilmente colocadas en este cuento. La intertextualidad requiere la participación activa del receptor y es su bagaje intelectual y literario de este último el que le permitirá descifrarlo íntegramente. Prima facie, “Algo más sobre Prometeo” es un texto corto y sencillo. Pero esa es solo la punta del iceberg, pues al escarbar en los párrafos el lector se encuentra con el enorme acervo literario que lo sustenta.

ALGO MÁS SOBRE PROMETEO

Eran tan numerosos los trabajos de Hesíodo y tan pesados sus días que pudo narrar tan solo una parte de la historia del más noble de los titanes.

Por robar el fuego de los dioses, Zeus ordenó que encadenaran a Prometeo a una roca del monte Cáucaso y que un águila le devorara el hígado cada mañana. El hígado se regeneraba durante el día y con el alba regresaba el ave a empapar de sangre titánica el imperial y blanco plumaje de su cabeza.La primera vez que su poderoso pico rompió la piel de Prometeo y se comió su hígado fue la mejor. Definitivamente. El hígado más puro y exquisito. Muy superior a los renacidos.

El águila también había sido castigada por el colérico y quisquilloso Zeus, por alguna peccata minuta. Debía desayunarse exclusivamente con el hígado del titán: era su penitencia.Con el tiempo, el águila aprendió a identificar, por el sabor, los hígados que se formaban. El de los lunes era amargo, construido con magia displicente. Los hígados de los martes tenían una sequedad característica y un innegable sabor a tierra. Los miércoles y jueves el menú hepático no pasaba de una mediocridad espantosa. Los viernes y fines de semana, Prometeo se esmeraba y servía un hígado regordete y sanguinolento, de sabor muy amistoso para con el pico.A fuerza de convivencia, Prometeo y el águila habían labrado un sucedáneo de la amistad, conscientes de que estaban condenados a repetir esa escena ad nauseam.

Un día, el ave comentó al titán que el oráculo decía que Hércules lo liberaría de sus cadenas. Prometeo se puso feliz: su hígado nunca supo mejor.

-¿Sabés algo de Hércules? –preguntaba cada mañana, ya sin hígado. “He oído que está enfocado en su quinto trabajo”, contestaba el ave unas veces. “Anda matando pájaros”, decía en otras ocasiones, para enseguida callar.

En los ojos del águila se podía leer un sentimiento ambiguo porque sabía que se acercaba, cifrada en los brazos de Hércules, la libertad para ambos: Prometeo sería liberado de sus cadenas y ella recibiría un flechazo que le rompería la vida, pero que significaría también el final de ese infame castigo.

Prometeo encadenado”, de Rubens y Snyders.
“Prometeo es encadenado”, de Vulcan Dirck van Baburen.

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