Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

¿Memoria o recuerdo? D i l e m á tico, por cierto. Desde siempre. Recordar, me enseñó Eduardo Galeano, colega periodista, escritor y amigo con el que solíamos mantener largas charlas en el café El Brasilero, Montevideo, sostenía que significaba “volver a pasar por el corazón”. Pero no todo puede pasar por allí, sin dudas.

Blaise Pascal fue muy claro en ese punto: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Pero iba más allá porque advertía que “las emociones son las razones del corazón”. Memoria, por cierto, da cuenta de otra cosa. Después de tres días intensos en la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), en la capital de la provincia del mismo nombre, en eso pienso esta noche de viernes –fría y lluviosa– mientras miro con atención, desde la vieja mecedora, los leños crepitantes. Las y los periodistas en, de y desde las sociedades que reportamos somos coconstructores de las memorias. El copón cargado con Trapiche Iscay Malbec Cabernet Franc 2017 invita a la reflexión. El color intensamente púrpura de ese sólido producto mendocino se potencia cuando al fuego se lo observa al trasluz de la copa. Hasta el hoy no se arriba desde la nada.

UN VIENTO OSCURO

En San Luis, memorias, derechos humanos y periodismo de investigación fueron los ejes del debate que emergió desde la presentación de “Norma, la adelantada”, el libro que escribieron Óscar Flores, amigo-hermano y colega periodista desde poco más de tres décadas, junto con las jóvenes colegas Ivana Pereyra y María Laura Campo. En sus páginas reseñan la vida de Norma Sibilla, la primera mujer periodista en la región de Cuyo, integrada por las provincias de Mendoza, San Luis y San Juan. Pluma respetada y temida, también fue dirigente gremial y coredactora del convenio colectivo de trabajo de las y los trabajadores de prensa mendocinos. Esposa del también periodista Rafel Morán, trabajaban en el diario Los Andes de aquella provincia. El escritor Antonio di Benedetto los dirigía. El 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas argentinas dejaron de cumplir con la Constitución y las leyes de la República. Derrocaron al gobierno constitucional –legal y legítimo– de quien fuera la primera vicepresidenta (1973- 1974) y presidenta (1974-1976) en este país, María Estela Martínez Cartas viuda de Perón, “Isabelita”. Se pararon en la vereda de enfrente de la sociedad civil y decidieron comportarse como tropas de ocupación. La vida de todos y todas cambió para mal desde el mismo momento en que –por la cadena nacional de radio y televisión– con tono de amenaza que estaban bien dispuestos a cumplir, advirtieron que “las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de una obligación irrenunciable, han asumido la conducción del Estado”.

LA CATÁSTROFE

Era la madrugada de aquel fatídico día cuando aquellos delincuentes comenzaron a violar sistemáticamente los derechos humanos en todo el país. Mendoza no fue una excepción. Norma Sibilla, Rafael Morán y Antonio di Benedetto estuvieron entre las primeras víctimas de secuestro, torturas, vejaciones y abusos. Los milicos inmediatamente impusieron la censura previa sobre los contenidos de los medios. Desaparecieron la libertad de expresión, la de prensa, el derecho de opinión, el de acceder a la información. Impusieron el terror. Así fue hasta del 10 de diciembre de 1983, el histórico y esperanzador día en que finalizó la última dictadura cívico-militar. Treinta mil desaparecidos y desaparecidas, unas 400 niñas y niños secuestrados y apropiados con sus identidades suprimidas.

Trágica catástrofe por criminalidad –por terrorismo de Estado– que, aunque intentaron ocultarla con un proyecto de autoamnistía que solo una parte de insignificantes éticos intentaron validar, fue rechazada por el Parlamento. La memoria social difícilmente se da por vencida. La búsqueda de justicia, tampoco. Mucho más cuando es necesario, imprescindible y reparador desde las memorias llegar a la verdad. Con diferencias, solo dos países, Argentina y Chile, fueron en esa dirección. Las devastadoras dictaduras cívico-militares que aplastaron Latinoamérica medio siglo atrás, con sus cómplices, trabajaron duro para que los juzgamientos que acaecieron en el sur del sur no fueran posibles en otros países. Impunidades y tristezas. Las y los trabajadores de prensa abogan con los testimonios que consiguen para que esas demandas sociales sean posibles. Académicos y académicas también lo hacen. Las magistraturas nacionales al igual que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) bregan por alcanzar esos objetivos.

PERIODISMO Y MEMORIA

La Justicia transicional da sus primeros pasos para que los pasados violentos sean justicia y paz y, de ninguna manera, más violencia. Sostienen y esclarecen Patricia Nieto Nieto y Yhobán Camilo Hernández, académicos de la Universidad de Antioquia, Colombia: “Cuando nos preguntamos por las relaciones entre el periodismo, la violencia y la memoria surgen frases como estas: el periodismo es la historia del presente, el periodismo es el día a día de la historia, el periodismo es el primer borrador de la historia. Las sentencias anteriores privilegian el valor que los textos periodísticos tendrán en el futuro, cuando los hechos dejen de ser noticia y los académicos aborden los medios de comunicación como repositorios de memorias periodísticas. Entonces, los investigadores acudirán a los archivos para obtener datos que los ayuden a describir un hecho o en busca de pistas para interpretar acontecimientos del pasado”.

Precisan luego: “El periodismo que trabaja por la memoria asume la responsabilidad de conocer a fondo los hechos del pasado violento, darles sentido una vez comprendidas todas las dimensiones de su complejidad, y comunicarlos con la intención de contribuir a la verdad, a la justicia y a garantizar la no repetición de las atrocidades”.

Colombia vive en estado de violencia desde unos 60 años. Con tantas generaciones involucradas, la tarea no es ni será sencilla. Como no lo es en ninguna parte. Son muchas las heridas. Son muchas las violencias. Son muchas las memorias. Y, por esas razones, es imprescindible entender que tanto el pasado como el futuro, siempre, lo habremos de mirar y relatar desde el presente que, si se quiere, en unos pocos segundos será pasado. La memoria, sin dudas, es uno de los grandes debates de la época no solo en Latinoamérica. Y, en ese debate, el periodismo, en cualquiera de sus formatos, no puede ni debe quedarse afuera, porque es seguramente la memoria social la que nos podrá evitar sufrir el secuestro o, más aún, la desaparición de lo que fuimos. De allí la relevancia de profundizar la reflexión a la hora de potenciar el periodismo de investigación y avanzar con nuevas narrativas situadas en, de y desde la perspectiva de los derechos humanos para hacer lo de siempre, contar historias, con relatos centrados en el respeto de la persona.

“Norma, la adelantada", periodismo de investigación con mirada crítica, memoria y perspectiva de derechos humanos.

VERDAD, JUSTICIA Y DERECHOS

Como sociedades, somos lo que somos desde que fuimos. El tiempo, apoyado en investigaciones exhaustivas y en las sentencias de jueces justos y juezas justas, será productor de renovados sentidos comunes. No es sencillo ni tampoco los resultados se verán de ahora para dentro de unos minutos. Óscar Flores, Ivana Pereyra y María Laura Campo, en el 2021, junto con 233 periodistas caribeños y latinoamericanos se capacitaron en periodismo de investigación con la Sociedad de Corresponsales en Latinoamérica y el Caribe (Socolac) y el Programa GMDF (Fondo Global para la Defensa de los Medios) de la Unesco.

Memorias, derechos humanos, verdad, justicia fueron, son y serán las consignas sobre las que trabajaron e intercambiaron pareceres con colegas que tanto en el pasado como en el presente padecen de múltiples violencias que los tienen como blancos preferenciales de dictadores, autócratas y anócratas. La medianoche en segundos más quedará atrás. Emergen nuevos interrogantes que valen tanto para periodistas como para quienes no lo son. ¿Cuándo se hace memoria, qué es posible o imposible olvidar?

Héctor Schmucler –un académico gigante especializado en comunicación de quien tuve el honor de tener como profe en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) cuando maestraba– con frecuencia definía la importancia de la memoria, del no olvidar como “un concepto, un mandamiento, que está por encima de todos los mandamientos”. Pero iba por más porque a Schmucler no le preocupaba “la mera historia” –recordar los hechos–, sino “por qué los hechos han ocurrido y qué enseñanza dejan esos hechos o a partir de qué concepciones se produjeron aquellos sucesos”.

Destacaba, además, que la historia solo como acumulación de datos tal vez tenga poca relevancia porque la simple acumulación de información no enseña nada y, con vehemencia, impetraba que “solo la manera de ver los datos nos puede dar algún sentido de nuestra existencia”. En ese contexto, puntualizaba, con sentido didáctico, que “la memoria está construida por cosas que se recuerdan, pero necesariamente también por cosas que se olvidan. No hay posibilidad de recordarlo todo y si se recuerda todo es porque no se ha valorado qué recordar (y) porque se vuelve una simple acumulación no significativa”.

Como broche de alto valor, completaba el concepto con contundencia: “Toda memoria está construida por olvidos, pero saber qué olvidar –y aquí interviene la ética– es saber qué recordar”. Vale apuntar que Jorge Luis Borges, en 1948, publicó un cuento maravilloso titulado “Funes, el memorioso” que, sin dudas, es un claro ejemplo para ilustrar los párrafos precedentes. Funes, un campesino de Fray Bentos, Uruguay, tenía memoria de todo. En detalle. Desde un mapa de China tan grande como la China misma hasta las nervaduras de la hoja de un árbol. Pero, claramente, el autor y los millones de lectores que desde que fuera publicada aquella obra hasta nuestros días sabemos que aquella aptitud que había alcanzado a partir de un grave accidente cuando golpeó con fuerza su cabeza al caer de un caballo de nada le servía.

Héctor Schmucler: “Toda memoria está construida por olvidos, pero saber qué olvidar –y aquí interviene la ética– es saber qué recordar”.

EL VALOR DE INVESTIGAR

El valor de la investigación periodística que desarrollaron Óscar, Ivana y Laura

–publicada por la Nueva Editorial Universitaria de la UNSL– justamente es mucho más que una acumulación acrítica de datos. Solo el secuestro del escritor y periodista Di Benedetto, subdirector del diario Los Andes, de Mendoza, tuvo espacio, hasta hoy, en los relatos epocales – periodísticos o no– que dan cuenta de las acciones sistemáticas del terrorismo de Estado. Di Benedetto, además de torturas y vejámenes, fue sometido a cuatro simulacros de fusilamiento. Las victimizaciones de Norma y Rafael apenas se supieron en Mendoza.

Tampoco se supo mucho de las compañeras de cautiverio de Norma, Liliana Beatriz Buttini, Yolanda Cora Cejas, Estela Izaguirre, Olga Salvucci Carrete, Carmen Corbellini, Eda Sbarbati de Alliendes, Silvia Rosa Alliendes, Vilma Emilia Rúppolo y María Elena Castro. No escribiré una sola línea sobre ellas. Carezco de autorización para hacerlo. Pero sí destaco el valor social de coconstruir memoria con mirada crítica y perspectiva de derechos humanos a través del periodismo de investigación que no necesariamente hará foco solo en el pasado.

“Criticar el pasado no significa borrarlo. Nuestro recuerdo histórico, aunque nos resulte ingrato, no prescinde de los mismos valores en los que se sostienen esos legados que nos han sido otorgados. Los legados cubren nuestra memoria. La memoria, para nosotros, para nuestra vida colectiva, no es simplemente la recordación. No es solo el pasado, sino la latencia de ese pasado en el presente. El pasado late, inevitablemente, en el presente. El legado es nuestra memoria y el presente lo solicita como un alimento primitivo”, advierte Schmucler y agrega didácticamente: “La memoria, no es vano repetirlo, es una manera de vivir el presente o se transforma en un ‘archivo muerto’ a la espera de que alguien, alguna vez, lo descubra para el presente de entonces”.

Memoria, historia, presente, legado. Palabras fuertes, por cierto. Especialmente en tiempos en que no son pocos los actores públicos que apremiados por diversas circunstancias responden a quien quiera oírlos que la historia los absolverá.

Ante tal afirmación que suena más a esperanza y desesperación que a certeza, Héctor Schmucler sostiene que “el riesgo de apostar al porvenir radica en dejar el presente entre paréntesis (y resalta que) no somos responsables del porvenir, sino en el vivir de hoy. Ningún presente se justifica en la fuga hacia el futuro (porque) solo vivimos el presente, donde se juega el pasado y el futuro (porque) seguramente lo que hagamos hoy condicionará el porvenir, pero nosotros vivimos hoy. Por lo tanto, nuestra obligación de decir lo que se siente y no lo que se ‘debería decir’ es impostergable”.

El profe Schmucler nos enseñó –y hago mío el concepto– que “no hay más memoria que la de hoy”.


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