Por Gonzalo Cáceres, DIARIO HOY, twitter @gonzatepes

Se hizo llamar la Sargenta y afirmó haber acompañado al mismísimo mariscal López hasta su inexorable final en Cerro Corá. En una serie de artículos abordaremos, sin ningún orden de prioridad o preferencia, más que el hilo de la historia, una extensa entrevista realizada por el corresponsal estadounidense Stephen Bonsal (1865-1950) a una anciana paraguaya, quien detalló su propia y lastimera vivencia durante y después de la Guerra del 70.

Ríos de tinta han brotado del episodio cumbre de la historia nuestra. También mucho se habló de los inmaculados generales, el titánico mariscal y la valentía de los hombres, mujeres y niños que entregaron sus vidas ante la vorágine “civilizadora”, que lo destruyó todo a su paso.

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Pero ¿qué hay de los contados hombres y las mujeres que lograron sobrevivir? ¿Cómo fue enfrentarse a la desolación? ¿Cómo hicieron para levantarse? ¿Cómo vivieron los siguientes años bajo el yugo del Imperio? Con pesar, deberíamos plantearnos semejantes escenarios.

Con el Paraguay devastado tras la Guerra contra la Triple Alianza, la población femenina que sobrevivió a la orgía de sangre orquestada por la soldadesca extranjera quedó desamparada. Sus padres, maridos, hijos, hermanos, tíos, primos y hasta abuelos descansaban para siempre en el campo de batalla. Su mundo y su forma de vida fueron arrasados.

Episodios dantescos, como los acaecidos después de la batalla de Itá Ybaté, o a lo largo de Cordillera (Piribebuy, por ejemplo), en Acosta Ñu, o durante la ocupación de Asunción, perduran en la memoria popular como cicatriz visible e hiriente de lo que nunca más debe ocurrir.

OJO, MUCHO OJO

No hay certeza de que Bonsal –en una época en la que los primeros reporteros internacionales (hoy día corresponsal de guerra) se rebuscaban por historias– haya exagerado o inventase algún que otro pasaje. (¿Quién lo asegura, no?).

O, así también, no hay certeza de que la autodenominada Sargenta –si en realidad existió o si de verdad compartió las penurias de la Diagonal de Sangre, y en caso de que –efectivamente– haya acompañado a los hombres al frente de batalla, tampoco sintiera la tentación de magnificar su propio rol en la contienda, como suele suceder con los veteranos en general.

Querido lector, querida lectora, la calidad literaria de Bonsal impresiona tanto que desde ya advertimos que en las siguientes líneas puede toparse con términos y contenido que, quizá, puedan herir su sensibilidad.

WHEN WAR WAS WAR IN PARAGUAY

Vamos por parte…

Stephen Bonsal llegó al Paraguay durante los agitados días del coronel Albino Jara. Sin embargo, no escribió sobre el “Varón Meteórico”, la política nuestra, gastronomía ni el crisol de situaciones que vivió en su corta estadía y no es que fueran pocas.

En abril de 1929, 17 años después de su paso por Asunción, Bonsal publicó en The North American Review –la primera revista literaria de los Estados Unidos– un amplio artículo titulado “When War was War in Paraguay” (Cuando la guerra era en Paraguay). En el mismo se explaya y reflexiona sobre las intensas conversaciones que mantuvo con una enigmática anciana.

SARGENTA

Las siguientes líneas son una transcripción de la traducción del artículo original publicado en la revista Estudios Paraguayos; Vol XXXV, No 2 (Año 2017), editada por la Universidad Católica de Asunción (UCA), entrega del historiador norteamericano Thomas Whigham, especialista en la Guerra Grande.

“La Sargenta fue una Molly Pitcher paraguaya (heroína de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, mitología para algunos y personaje histórico para otros) y algo más, hablando de sus experiencias en los momentos épicos de López, cuando una nación se enfrentó casi con su exterminación”, avanza Bonsal.

“Si hubiera sido más alta, la Sargenta podría considerarse gorda, pero no hay necesidad de concluir que esta heroína era una petisa o gordona. Aunque la Sargenta era bastante bien nutrida, no había ninguna señal debajo de su figura masiva que debía estar escondida, y ella poseía el control más perfecto e instantáneo de sus miembros de todas las mujeres –u hombres– de la edad que tenía que alguna vez he visto en mi vida entera.

Sus facultades, mentales tanto como físicas, se coordinaban con maravillosa precisión, y cuando alguien notaba que ella evidentemente había nacido para el cuerpo de aviación militar, la Sargenta señaló gravemente que entraría en ella, si viniese una nueva guerra.

Lo más distintivo de su aspecto eran sus ojos, negros y hondos. No eran bellos y tenían largas pestañas, como las de las chicas que le rodeaban, sentadas a sus pies. Tampoco eran fríos o amenazantes, pero sí eran muy distintos al de las demás personas. Para mí, imagino que esto se debe mucho a la frecuencia con la cual contemplaron, tranquilo y sin temor, al caballero negro”, describe.

Bonsal explica que al momento de coincidir con la mujer (1912) esta aparentaba unos 70 años de edad y haber pasado “buenos tiempos y malos”, que a su criterio “los había disfrutado todos”.

“HABÍA NACIDO PARA SOBREVIVIR”

“(La Sargenta) ha sobrevivido todos los peligros de la desastrosa guerra y de su larga vida. No era la suerte la que la mantenía sana entre tantos horrores… era porque ella había nacido para sobrevivir. La Sargenta había tenido sus días, por supuesto, como las demás personas, y de vez en cuando sus espíritus excitados se sintieron oprimidos por un sentimiento oscuro que no se podía negar. En tal momento, ya quedaban en Asunción muy pocos sobrevivientes de los días de la epopeya, y cuando el hechizo oscuro caía sobre ella la Sargenta se encerraba en un pequeño mundo propio, poblada solo por los fantasmas de los que habían compartido sus sufrimientos, pero que hacía largo tiempo habían desaparecido.

En tales momentos, ella hablaba de hombres de apellidos desconocidos (para mí y en voz baja habló del joven López, el don Francisco. Era natural para ella susurrarle a él, como la gente suele hablar de Dios dentro de los recintos de su santuario. Le ofrecí a la Sargenta unos cigarros producidos en las famosas vegas y traté de manera persistente y repetida de encontrar con ella un ‘abre Sésamo’ para dejar libre a las puertas de su memoria. Pero fue con poco éxito.

En ciertos momentos pensé que había descubierto una actitud de reverencia –y temor– hacia el mariscal, pero cuando mencioné la palabra ‘guerra’ y traté directamente de preguntarle acerca de lo que ella había visto del ‘Armagedón latinoamericano’, la Sargenta hipócritamente pasó a otro tema de conversación. Caricaturizaba con un ligero toque la última guerrita y ofreció su propio juicio sobre el rifle moderno recientemente introducido para el uso del ejército, sobre el cual no escondía su opinión negativa.

‘Abrir fuego’ –pelear con las culatas de fusiles y después rápido usar los sables– era el estilo de nuestra lucha,’ comentaba. ‘Pero ahora,’ continuó quejándose, ‘¡una toquita de esa carabinita belga!’ ¡Cómo se reiría la Sargenta de la idea! ‘Eso podría ser una toquita entre amantes, pero no una guerra. Podía parar un ratoncito, pero no a un paraguayo’”.

“ESTUVE CON EL GRAN MARISCAL”

Bonsal indica, a grandes rasgos, la manera en que fue ganándose el favor de la Sargenta hasta que –al fin– pudo ir escarbando en sus memorias, en los recuerdos de Cerro Corá.

“Yo que estoy hablando estuve con el gran mariscal hasta el final, o casi. Llevé conmigo mi fusil en las filas por cuatro años. Sí, estuve con él hasta el penúltimo día.

La Sargenta contó que zafó de la masacre en Cerro Corá por haberse atrevido a abandonar el campamento en busca de comida y agua. Su accionar bien le pudo costar la vida, ya que un oficial la encontraría culpable o –al menos– cómplice de deserción. Yo corrí en la noche antes del último día, no de los macacos (brasileños), sino porque me sentía enloquecida por la sed y el hambre.

Pido que Dios sea mi testigo en notar que jamás dije nada de importancia por un año entero. Por días, hasta por meses, estuvimos sobreviviendo, recogiendo yerbas y cavando raíces, ya era gracioso de hecho el día en que pudimos arrojar un pedacito de cuero dentro de nuestro puchero para darle no más un gusto a carne.

Así, la Sargenta describe la irrupción del Ejército brasileño al último escondite del mariscal López. Desde aquella alta posición podía ver el gran número de soldados brasileños que tenían rodeado al resto de nuestra tropa, hombres demasiado débiles para resistir, y oí a los oficiales gritando: ‘¡No desperdicien sus cartuchos con estos heridos!’ y vi cómo fueron cortadas las gargantas de nuestros hombres uno a otro donde los encontraron. Era exactamente como lancear a chanchos. Fue así la actuación de los macacos”, prosiguió.

Nuestros soldados se sintieron tan fatigados y tan gastados que poca sangre fluyó de sus pálidas heridas. Y desde la cumbre de este collado pude ver la muerte del mariscal, no fue ahogado en el Aquidabán como dicen los libros de cuentos. Y vi como la Linchee (Madame Lynch), su hermosa mujer irlandesa, la inteligente, logró salvarse de la lucha montado a su caballo feroz, que había importado de su país de caballos. ¡Cerro Corá! ¡Cerro Corá!

“COSAS PEORES”

El estadounidense cuenta que, en ese preciso momento del raciocinio, la exaltada mujer tuvo una prolongada pausa… y un incómodo suspiro. Seguidamente, tomó aire, elevó la vista y –como eligiendo cuidadosamente sus palabras– con los ojos húmedos y oscuro semblante, dijo: “Esto ha sido el final (Cerro Corá) para la mayoría de nosotros (paraguayos) –pero (para las pocas sobrevivientes)– era el comienzo de cosas peores”.

¿Qué tuvieron que hacer las desgraciadas paraguayas por sus vidas, por la de sus hijos y por zafar de la hambruna?

En la segunda parte abordaremos esta cuestión…

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