Por Gonzalo Cáceres, periodista, twitter @gonzatepes

Solo una antigua y maltrecha cruz de madera marca el lugar exacto donde piadosas mujeres que sobrevivieron a la orgía de sangre desatada en Acosta Ñu enterraron los cuerpos que pudieron rescatar del campo de batalla. Kurusu Dolores, un cementerio de niños mártires víctimas de la infame Triple Alianza.

La Triple Alianza –con el ejército del Imperio del Brasil a la cabeza– cometió en suelo paraguayo los mayores crímenes que la historia militar americana tiene registrados.

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Desde la demolición de toda la industria, violación, deportación y asesinato de mujeres, venta de soldados como esclavos (cuando no eran simplemente degollados), ajusticiamiento de vencidos e incendio de hospitales, también llevaron a cabo el envenenamiento de poblados ribereños enteros a través de los cadáveres coléricos arrojados a los ríos y arroyos… y más, mucho más.

La documentación y testimonios existentes son limitados, pero indesmentibles. Y los vestigios del horror aún están presentes en la memoria del pueblo… y sobre la tierra.

KURUSU DOLORES

Entre los caminos vecinales de la compañía Costa Ybaté de Caraguatay, departamento de Cordillera, se hace notar un tétrico descampado, custodiado por una lastimera cruz. Ese simbólico pedazo de madera resiste heroico, cual celoso guardián de las lágrimas que desdichadas paraguayas derramaron hace más de 150 años.

Kurusu Dolores, como se lo conoce, es un auténtico cementerio de niños. Una fosa común que –según estimaciones– podría albergar decenas y/o centenares de osarios; tampoco hay consenso sobre la cantidad real. Cuentan los lugareños que las caraguatanas (mujeres de la zona y otras sobrevivientes de la masacre) escoltaron hasta allí las carretas cargadas con los cuerpos de los niños que pudieron rescatar de Acosta Ñu, antes que los hombres al mando del Conde d’Eu arrasen el sitio con fuego.

“Terminada la batalla, los brasileños habían quemado parte del pastizal y como la extensión del territorio que tenían que cubrir era muy grande, muchas mujeres pudieron salir del bosque y rescatar los cuerpos de algunos de los niños para que no se quemen al menos. Las caraguatanas fueron unas de las tantas mujeres piadosas que sacaron cadáveres de niños. Y eso trascendió porque ahí cerca (de la fosa) hay una comunidad y quedó en la memoria popular. Siempre hubo una cruz allí”, explicó el historiador Fabián Chamorro.

Chamorro afirma que, teniendo en cuenta las costumbres de la época, es probable que las mujeres hayan custodiado las carretas en una suerte de “velorio andante” hasta el sitio donde les dieron a los niños el descanso eterno. “Anduvieron rezando. Hasta que llegaron a ese lugar que, calculo, en aquel tiempo habrá sido alguna picada. Evidentemente estaba preparado para eso, por eso las señoras eligieron ese lugar. Y al ser de la localidad, también iban a poder cuidar del sitio y rezarles”.

“SE DESCUIDÓ EL LUGAR”

Ni monumentos, ni placas y mucho menos carteles. No hay nada que demuestre el interés de las autoridades municipales y/o estatales en la importancia del sitio, solo aquella vieja cruz de madera. Kurusu Dolores resiste al paso del tiempo. “Ese lugar se descuidó, hace 20 o 30 años. Hubo un tiempo en que las procesiones religiosas llegaban hasta allí, pero hay que recuperarlo, eso es categórico”, alegó Chamorro.

Existen iniciativas de los gestores culturales de la zona para la puesta en valor de Kurusu Dolores, pero no hay voluntad política. “No se le da prioridad. Hay proyectos, pero desde hace rato ya, pero es lo que pasa con muchos de nuestros sitios históricos. Hay que seguir golpeando (puertas) hasta que se cumpla”, afirmó.

ACOSTA ÑU

En el Paraguay no se festeja el Día del Niño, se conmemora. El 16 de agosto de 1869 es posiblemente el día más triste de nuestra historia. Aquella tarde, Gastón de Orleans, un aristócrata francés con vínculos maritales con la casa de los Braganza, marcó para siempre su huella en la Guerra Grande. Días antes, el 13 de agosto, lo que quedaba del Ejército paraguayo levantó el campamento de Azcurra dividido en dos columnas. La primera, compuesta por soldados y encabezada por el general Francisco Isidoro Resquín y el mariscal Francisco Solano López, se adelantó y dejó rezagada a la segunda, liderada por el general Bernardino Caballero.

Caballero llevaba consigo un grupo de combatientes y toda la logística (más heridos y enfermos y la mayoría de los civiles), consecuentemente haciéndola mucho más lenta.

“Ellos (la columna de Resquín y López) se van por Tobatí y cruzan a Caraguatay. Después, los argentinos tomaron Tobatí. Entonces Caballero busca otro camino y ese camino era Díaz Cue. Entraron por Díaz Cue, que hoy es una localidad de Eusebio Ayala, y ahí ya se encontraron con la realidad de que los brasileños ya estaban sobre ellos. A Caballero no le quedó de otra que prepararse para combatir”, explicó.

Y lo que siguió fue una carnicería. El Conde d’Eu, que en Piribebuy dio una muestra de todo el salvajismo que podía permitirle a su soldadesca, atacó de frente con más de 20.000 brasileños a un maltrecho rejunte de heridos, niños, mujeres, ancianos y unos pocos veteranos; no más de 6.000 efectivos. “A Caballero no le quedó otra que prepararse para combatir. Había tres arroyos (Ytú, Jukyry y Piribebuy) que corrían de manera paralela. Sobre estos había unos puentes y lo que hizo Caballero fue preparar en cada puente su defensa. Mientras en un puente se peleaba, él ya preparaba la otra defensa. Los paraguayos se defendían mientras retrocedían. El objetivo era que la mayor cantidad de gente pudiera huir y se logró de alguna manera. Lastimosamente… el resultado fue desastroso”.

La batalla terminó al borde de la serranía de Itakyty. “Allí hay un afluente (Pirity), allí es donde fueron quemados los niños y donde está hoy el monumento a los niños mártires”.

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