Por Óscar Lovera Vera, periodista

Las primeras pistas apuntaban a un ajuste de cuentas que iba de la mano con una disputa de territorio, pero tenía algo más que no estaban contando. Un engranaje de celos y venganza.

Un tiempo mucho antes del crimen. Raúl Acosta era un pescador de 38 años, se jactaba de ser uno de los personajes más temidos de la zona y ser el mandamás en cada calle de Varadero, sin oposición. Tuvo una vida difícil que lo llevó a forjar ese carácter, pero eso no lo iba a determinar como el más temible.

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El oficio de familia, pescar en las aguas que abrazaban el barrio pobre de la capital es lo que lo condujo a conocer múltiples formas de ganarse la vida, no lo que el río produzca, eso tal vez era un buen disfraz; más bien lo que el río conduzca.

Raúl, el patrón del microtráfico, se especializó en el paso de mercancías a través del río, de un lado a otro. Desde niño conoció este oficio, que fue pasando en linaje. Desde que jugaba a la pelota en momentos, con otros niños, hasta que le tocó encargarse del negocio. En un tiempo, que se desconoce, encontró la oportunidad en algo más. El dinero que obtendría por ese cargamento superaba cuatro veces más lo que obtendría por un paquete de azúcar o aceite.

El contrabando era la clave, los puertos clandestinos se multiplicaban a medida que redundaba en efectividad. Todo lo que cruzaba era ganancia, pero uno en particular cuadriplicó esas ganancias y en poco tiempo dejó atrás las baratijas por lo que pasó a rebautizarlo como el patrón del microtráfico, algo trillado, sí. Pero la droga lo colocó en el barrio como el nuevo zar. Uno bastante cruel.

Toda la droga que pasaba por Varadero era suya, su ganancia. El que osaba sacarlo de competencia la pasaba mal, no hay registros de muertes por venganza, pero el barrio supo que callar bastante y, también, que no guardar.

Entre los susurros que tuvieron licencia de ser escuchados está el de una muerte atroz, sin piedad, en un matorral. Calles abajo, cuentan las voces del lugar que alguien perdió la mano y la cabeza por competir contra él en el paso de hierba, doblando la apuesta de panes en vez de pequeñas dosis, como lo hacía Raúl.

El patrón sabía que eso atraería la atención de los polis y, claro, la competencia no estaba permitida. El alfa era él. Aquella sangre se diluyó en el paso del olvido, con el silencio cómplice, y con la vista ciega de la policía local. De ello no hay registros. Un ajuste en Varadero era asunto de Varadero.

Pero por supuesto, no los dejaré con la incertidumbre del porqué la muerte de Raúl Acosta si tuvo su rápida salida a la luz. No pasaron dos horas hasta que los primeros rayos del sol ya sean terceros testigos del crimen. Antes, los vecinos ya llamaron a notificar lo que ocurrió. La policía estuvo en el lugar antes que rompa hervor el agua para mate. Todos –de alguna manera– tenían cierto interés en verlo así.

Quizás, su carácter colérico, temerario e impiadoso le sumó enemigos y dio por descontado que en algún momento lo tomarían por desprevenido y lo querrían matar.

Pero hay más. En su corta vida el pescador cargó una escueta foja criminal con algunos hechos, entre los cuales figuraban la comercialización de drogas, algunos robos menores y un asesinato –como rumor– pese a que en la zona le adjudicaban algunos más, por los que nunca fue juzgado.

URSULINA SABÍA ALGO MÁS

La fiscal Gilvi Quiñónez tenía el crimen prácticamente resuelto. La confesión de Gustavo y Rigoberto le agregó conducción a su investigación y una motivación. Drogas y disputa por territorio, una venganza… Aunque aquí tenía una duda más, ¿cómo supo Gustavo dónde estaría oculto Raúl? Si hay algo que hacía bien “el patrón” era ocultarse por las noches, evitando ser presa de los que querían sacarlo del camino. En esos sitios –que elegía para su escondrijo– bebía hasta el hartazgo hasta que pierda el conocimiento, y quedaba acogido en un sueño profundo. Al día siguiente, con la luz natural de aliada, se levantaría lúcido y atento para sus enemigos. Para comprender cómo descubrieron dónde estaba, Gilvi tomó la pista del tráfico como contexto del ataque. La alevosía del crimen y la rivalidad eran elementos concretos que la llevaban a presumir que el asesino estudiaría a su víctima para saber en qué momento atacarlo.

El tráfico de drogas envolvía todo eso, la fiscal consideró que Raúl y Ursulina, ambos se dedicaron al tráfico al menudeo, a la venta a granel de drogas de todo tipo, podrían haber dominado el mercado de Varadero y alguien buscó sacarlos del negocio, y ese era Gustavo Acosta.

Pero esto caería finalmente a tierra, estéril y disperso porque Ursulina reveló cómo sucedió todo.

ACOSTA VS ACOSTA

¿Recuerda que un marino encontró los restos del cuerpo? Cuando lo llevaron a la morgue para completar el procedimiento de reconocimiento, Ursulina fue llamada de nuevo. Esta vez debía certificar con fines jurídicos que la anatomía de Raúl finalmente estaba integrada. Tras un suspiro la mujer pidió unos segundos a la fiscal Gilvi para conversar y ella la apartó en un rincón de la gran sala mortuoria.

–Doctora, hay una parte de todo esto que me pesa y necesito contarle. Aquella noche que discutimos con Raúl, él me pegó, como siempre. Quedé en el suelo mal herida después de una vez más estar borracho y celoso por todo a su alrededor. Después de castigarme hasta el cansancio se fue a una propiedad que tomó como suya, no muy distante de la playa en Varadero, supongo que a continuar bebiendo.

Aproveché para escaparme de la casa y fui hasta la casa de Gustavo Acosta, él fue mi pareja por unos años… –Gilvi no pudo evitar detener la respiración, su cabeza inevitablemente comenzaba a reconfigurar el rompecabezas de la pesquisa.

–Cuando llegué a su casa –doctora– le conté a Gustavo todo lo que me pasó y le dije donde estaba oculto Raúl, quería que vengara lo que me pasó. Fue por eso que sabía dónde estaba, él fue a buscarlo. En ese momento vi que él tomó dos machetes que tenía en el patio de su casa y de ahí en más usted ya conoce toda la historia… –lo que dijo Ursulina completó la circunferencia y estaba por sujetar todos los cabos sueltos. Finalmente, dentro de ese mismo círculo también se dibujó un triángulo amoroso.

Ursulina terminó su relación con Gustavo y él con Raúl decidieron abrir un capítulo de enfrentamientos constantes, con una mezcla de todo. Las amenazas se incrementaron a partir de ese instante y en muchas no tenían justificación. El amor, las drogas y el territorio, absolutamente todo iba enlazado. Raúl siempre estuvo a la defensiva con el anterior amor de la mujer, tanto que la rivalidad existente entre ambos tenía como mayor ingrediente los celos.

Con esto el rompecabezas quedó armado por completo. Rigoberto –el militar– fue con una barra de hierro, invitado por Gustavo. Lo escoltó hasta el escondite de Raúl, que le fue confiado por Ursulina –hastiada de los golpes y la borrachera del patrón–; cuando llegaron, el soldado y músico de la banda castrense dio su última nota con un fulminante golpe en la sien de Raúl, impregnado de brutalidad; el acto seguido fue la carnicería hecha por Gustavo, su eterno rival en todo. Ahí descargó su frustración de lo que había perdido: el amor, el territorio y el dominio del mercado de las drogas en el barrio.

Al final de todo, Gustavo gritó: ¡así terminan todos los que se meten con mi familia! Mientras blandía la cabeza de Raúl con sus manos.

El caso para la policía y la fiscal se cerró.

TRES AÑOS Y CUATRO MESES DESPUÉS

Habiendo analizado todas las aristas del caso y la foja criminal de la víctima, la fiscal estaba preparada para presentar el caso ante los jueces. Ella pidió ocho años de encierro para los asesinos.

Los alegatos tenían argumentos a favor y en contra. Gilvi entendió que hubo un elemento que –tal vez– favorecía a Gustavo. A los jueces mencionó que ese hombre defendió a su familia por la amenaza que le hizo Raúl con una escopeta, la de matarlo a él y a sus hijos.

Ursulina fue llevada desde el Buen Pastor como testigo previo, ella cayó presa en el 2013 por tráfico de drogas, quedó a cargo del negocio que dejó “el patrón”.

Su relató se sostuvo en la desesperación que la invadió al ser castigada ferozmente por Raúl –y ello– la llevó a pedir que la defendieran; desembocando en un cruel asesinato. En su contra no hubo elementos como cómplice o instigadora.

Durante el juicio se demostró que, si bien Rigoberto tuvo intervención en el crimen, no participó de la disección del cadáver.

Sin embargo, los jueces entendieron que la víctima al momento del hecho estaba dormida y ni siquiera tuvo posibilidad de la defensa. Los jueces sentenciaron más allá de la expectativa fiscal, quince años de condena para los dos.

Veinticuatro meses después, esa misma pena fue ratificada. Salió de la cárcel militar de Viñas Cué, Rigoberto ya estaba preparado para una cárcel común y lo llevaron a la penitenciaría de varones de la capital, en el barrio Tacumbú. Poco después lo llevaron a la Cárcel Regional de Concepción, donde sigue hasta hoy.

El gomero se encuentra en la Granja Itá Porã, en la cárcel de Emboscada, donde persiste en los trámites para su libertad condicional, mientras ayuda en la granja. El militar, por su parte, purga su pena en la cárcel de Concepción.

La cabeza de Raúl nunca fue encontrada y su cuerpo difunto no fue reclamado por familiar alguno. Con el tiempo, sus restos fueron donados a la morgue de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Asunción.

FIN.

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