Hoy domingo tenemos un tiempo más flexible para leer lo que pasa en el mundo fuera de los titulares y de las crisis que atraviesa el planeta y nos preocupan a diario. Esta vez hablamos de unas mujeres singulares que rescatan a las abejas y las protegen con amor y también de un proyecto para reproducir los guacamayos rojos en Centroamérica. Informaciones de AFP.

“GUARDIANAS” DE ABEJAS AL RESCATE

Naucalpan de Juárez, México | AFP

Susurrándoles palabras cariñosas, Adriana Veliz saca puñados de abejas del interior de una estatua en el centro de México. Su tarea es rescatarlas para protegerlas de la gente y de los agroquímicos.

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“¡Tranquilas, bebés, tranquilas! ¡Van a estar bien!”, les dice mientras cientos de abejas revolotean amenazantes y se adhieren a su traje blanco de apicultor en el patio de una casa donde yace la efi­gie. Bajo el lema “¡Las abejas no se matan, las abejas se rescatan!”, Veliz, una veterinaria de 32 años, fundó en el 2018 la organización Abeja Negra SOS, integrada por cinco mujeres que realizan más de 200 rescates al año.

No cobran por esta pesada labor que ayuda a preservar la especie Apis mellifera, amenazada por pes­ticidas y de la cual –según Greenpeace– hay 1,9 millones de colmenas en México.

“Las abejas son como un modulador ecológico. Básicamente hacen que un ecosistema tenga equili­brio”, añade Veliz sobre el papel vital de estos insectos, por ejemplo, en la reproducción de cosechas agrícolas mediante la polinización.

Tras su rescate en la localidad de Naucalpan (Estado de México, centro), las abejas fueron llevadas a un apiario en una lejana montaña de la alcaldía de Xochimilco, en la capital. No es una tarea fácil.

Recientemente, Veliz y sus compañeras sacaron decenas de colmenas del patio de una fábrica y tuvie­ron que demoler la pared de una vivienda porque el enjambre estaba entre los muros.

“Es peligroso porque las abejas defienden su colmena. Su reina les ordena con feromonas cuándo deben atacar”, comenta Veliz.

Acostada en el pasto, la mujer estira el brazo lo más que puede en el interior de la estatua de cemento, hueca y de metro y medio de altura, donde las abejas establecieron la colmena. Al mismo tiempo su compañera Luz Millán dirige hacia ellas un aparato que esparce humo para neutralizar las feromo­nas y les rocía agua porque con las alas mojadas vuelan menos.

Son de la especie Apis mellifera, que en México produce unas 55.900 toneladas de miel en promedio, de acuerdo con Greenpeace.

Esta especie sufrió una pérdida de 35% de colmenas en México sólo en el 2020 por el “uso de agro­químicos tóxicos en el campo y por el cambio climático que afecta los ciclos de floración”, sostiene Adriana Correa, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La importancia de estas colonias radica en que son un termómetro para que los científicos sepan lo que pasa con las cerca de 2.000 especies de abejas que hay en México.

SI ELLAS MUEREN, MORIMOS

“Si ellas mueren, los humanos no estamos muy lejos de sufrir la misma suerte, son un indicador vital para la humanidad”, asegura Correa.

Las abejas también mueren porque la gente busca sacrificarlas por miedo a ataques cuando encuen­tran enjambres en sus casas u oficinas, explica Veliz. Millán reivindica como una forma de empode­ramiento que Abeja Negra SOS esté integrada únicamente por mujeres.

“Siento que no necesitamos de un hombre para poder hacer estos trabajos. No es cierto que las muje­res estamos para hacer cosas delicadas, sino que también podemos hacer cosas más rudas y pode­mos aportar y ayudar”, afirma. Aunque la colmena de la estatua se formó hace años y los residentes de la casa vivían en paz con las abejas, hace unas semanas éstas comenzaron a picarlos, por lo que decidieron llamar a la asociación.

“De repente empezaron a atacar, sobre todo a mis papás, y entonces eso sí nos empezó a preocupar (…) Queríamos que se fueran vivas y que estuvieran tratadas de la mejor manera”, comenta Montserrat Moreno, profesora de secundaria, de 54 años, luego de la extracción. En el apiario, donde también se crían estos insectos para investigación genética, Veliz se declara “guardiana de abejas” y mues­tra orgullosa una docena de colmenas rescatadas. Cada una puede tener hasta 80.000 ejemplares.

“¡Chicas, ya llegaron!, ¡Aquí van estar bien!”, les dice Veliz mientras les espolvorea azúcar y las mez­cla con otros enjambres.

LA GUACAMAYA ROJA QUIERE VOLVER A REINAR

Copán Ruinas, Honduras | AFP

“Lenca” y “Lempira” aletean en su nido, entrenando para alzar su primer vuelo. Son parte de un ambicioso proyecto en el noroeste de Honduras para repoblar Centroamérica de guacamaya roja, el ave más venerada por los mayas. Las jóvenes aves, con un plumaje que parece haber sido salpicado a propósito con pinceles amarillos, azules y rojos, asoman la cabeza por el agujero frontal de un nido construido artificialmente con un barril de plástico, pero acondicionado por expertos en el tronco de un pino. Nacieron en un bosque de coníferas, en la comunidad de Gracias, departamento de Lempira, unos 180 km al noroeste de Tegucigalpa y cerca al Parque Nacional Celaque de 26.000 hectáreas con exuberante vegetación y hábitat de 290 especies animales y 1.200 especies vegetales.

“Estas crías se van a liberar el 28 de junio”, cuenta la ingeniera agrónoma Karina Escalante, del estatal Instituto de Conservación Forestal (ICF), mientras marca las dos aves con un tinte morado dentro de una jaula.

En una pata, “llevan una marca con un anillo, y esto nos permite identificar en qué nido se repro­dujeron, en qué año, y quiénes son sus padres”, detalla.

PRO A LAS

Todo este trabajo forma parte de una labor emprendida por la ONG Pro-Alas, tanto en Gracias como, principalmente, en el Macaw Mountain Bird Park, cerca de un santuario de la civiliza­ción maya, en el distrito de Copán Ruinas. Allí los polluelos salen del cascarón y son tratados y cuidados hasta su crecimiento y liberación.

Según la lista roja de la ONG Unión Internacional para la Conservación de La Naturaleza, el Ara macao –nombre científico de la guacamaya roja– es una especie amenazada pero “bajo preocu­pación menor”. Habitan en Centroamérica y Sudamérica.

“El proyecto se enfoca en reproducir en cautiverio individuos provenientes del tráfico [ilegal de animales], rehabilitarlos, reproducirlos, y estos ejemplares que pasen a ser libres en su distribu­ción histórica”, explica a la AFP el director ejecutivo de Macaw Mountain, el mexicano Mauri­cio Cuevas. Hace un siglo, había nutridas poblaciones de estas aves desde México a Costa Rica, pero solo quedan ejemplares en pequeños reductos boscosos. En Honduras estaban en once de los 18 departamentos, dice Cuevas.

ACTUALES LOGROS

El biólogo cuenta que desde el 2011 han logrado producir 98 ejemplares en el Macaw Park, inclu­yendo 23 liberadas en el 2020 y hay al menos 24 que serán liberadas este año.

Estima que actualmente hay unas 2.000 en libertad en el valle de Copán, donde autoridades emprenden planes de protección con las comunidades. Varias de ellas ya se han reproducido en su hábitat, sin ayuda.

Del proyecto participa el presidente Juan Orlando Hernández, en cuya finca en Gracias crecen “Lenca” y “Lempira”. Los científicos llaman al proyecto el “Valle sagrado de la guacamaya roja”, que abarca un territorio de 872 km2 y que pretenden ampliar desde el sur de México hasta Costa Rica. Por ahora, las aves revolotean en los alrededores del parque Celaque, en el bosque y entre las construcciones mayas en el Parque Arqueológico de Copán. También en la isla Barbareta y en las caribeñas Islas de la Bahía así cómo en la isla Zacate Grande en el Golfo de Fonseca (Pacífico).

“La ruta maya que termina en Copán Ruinas puede convertirse en la ruta guacamaya, que com­prende Copán Ruinas, Gracias, Lempira, Lago de Yojoa, La Ceiba y terminamos allá por Roatán”, todas regiones hondureñas, destaca por su parte el belga director de Pro-Alas, Geert Van Vaeck.

EL “KINDER” DE LAS AVES

El proceso de reproducción en cautiverio consiste en recolectar las nidadas, normalmente de tres huevos por pareja, meterlos en incubadoras para que, luego de eclosionar, a los 28 días, seguir la crianza a mano. A los 90 días cuando ya han emplumado, los pichones pasan a un aviario que los expertos denominan “el kinder”, donde interactúan con otros ejemplares para aprender compor­tamientos gregarios y la vocalización (canto), tomar contacto con ramas, plantas y frutos en una transición hacia la liberación.

En los bosques son animales gregarios que andan en grupos de 25 o más, dependiendo del volu­men de las poblaciones. Monógamos, se apartan del resto para engendrar y dedicarse a sus crías durante los 90 días, antes de que alcen vuelo. Los padres se ocupan de ellos al menos durante un año después, hasta que logran su independencia.

“Tenemos las variaciones genéticas y [la idea es] llevar individuos de Honduras para otros países y contribuir con esto, beneficiar ecológicamente a las poblaciones de las selvas loca­les”, subraya Cuevas.

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