Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

“El cese de fuego en todos los frentes se hizo efectivo a las 12 hs del día 14 de junio de 1935.”

En aquel medio día rajante de pronto cesaron las balas, y finalmente se hizo tangible el sueño anhelado de volver a casa. (Ya no más sed ¡Por Dios! no más horror ni añoranzas.) Por fin llegaba la tregua al mandato de valentía bajo la orden suprema de servir a la patria. Se llevarían consigo recuerdos de bravura y la camaradería quedaría por siempre tatuada en el alma, pero también el sabor del polvo y el ardor en las gargantas.

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El fuego del calor abrasante y la desesperación por falta de agua.

El Chaco había sido sin duda un terreno hostil –y tanto– que a veces llegaron a implorarse los golpes de gracia de las balas. Y de pronto, por fin el día anhelado se hacía real a la hora exacta: Las 12 del medio día abriendo el camino de la esperanza.

Así lo recuerda el Tte. coronel Basiliano Caballero Irala:

El cese “fue seguido de un silencio aterrador y los hombres ante el final de la tragedia… quedaron como desorientados, sin saber qué hacer y prontos a ser testigos de un hecho… no registrado en ninguna guerra del mundo de los tiempos antiguos ni modernos.”

Porque después de media hora de silencio incrédulo, ocurrió lo inaudito cuando el sonido del teléfono en el puesto de comando quebró el mutismo post traumático que reinaba.

“… y al atenderlo, nuestra sorpresa no tuvo igual al escuchar una voz que no era la de nuestro comandante sino la del que fuera hasta hace minutos antes, nuestro valiente y esforzado contendor…”.

¡¿De nuevo ellos? ¡Los bolivianos! ¿Qué querrían ahora que todo acababa?

Un nudo en la garganta quebró la voz del otro lado de la línea. Las lágrimas desbordadas de emoción luego de años de cuadrarse ante el rígido deber de valentía.

– “Solicitamos autorización de ese comando para salir a la tierra de nadie a abrazar a los hermanos paraguayos…”.

Victoriosos o vencidos, ¿qué más daba? Los hermanaban tantas cosas, que a esa altura formaban un mismo cuerpo de hombres exhaustos, con la suerte de estar vivos en medio de tantas bajas.

De nuevo el silencio del lado paraguayo para procesar esas palabras. Y un permiso al comandante en jefe que llegó sin demora.

“Este lo autorizó, y ambos ejércitos desde el Pilcomayo hasta el Parapití salieron sin armas a la tierra de nadie a confundirse en un largo abrazo de hermanos después de tres años de lucha sangrienta… Simultáneamente … aviadores paraguayos y bolivianos iban arrojando desde el aire coronas de flores silvestres para los hermanos que quedaron para siempre en sus últimos puestos de combate…

Después cambios de trofeos, botones arrancados, polcas paraguayas, cuecas bolivianas y muy emotivos recuerdos que ajustaron como con broche de oro, aquel abrazo de valientes”.

Eso también recordarían: La belleza de esa paz sellada en un abrazo tangible. Humano como la euforia de regresar a casa. Lejano a los tratados y gabinetes… desde el corazón más profundo de los campos de batalla.

El 12 de junio de 1935, en Buenos Aires, fue firmado el Protocolo de Paz donde se acordó el cese definitivo de hostilidades que iniciaron en setiembre de 1932, por disputas territoriales entre Paraguay y Bolivia. La contienda fue la más importante de Sudamérica en el siglo XX, e implicó la movilización de 250.000 soldados bolivianos y 150.000 paraguayos, dejando un saldo de 90.000 muertos. El intertexto de esta crónica es testimonio del teniente coronel Basiliano Caballero Irala, extraído de “Testimonios Veteranos”, de Beatriz Rodríguez Alcalá.

Etiquetas: #Paz del Chaco

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