Había recibido en 1898 el título de Farmacéutico y en 1904 el de Médico Cirujano. Pero para Andrés Barbero la medicina era solo un medio que ayudaba a proyectar su vocación profunda de servir al prójimo. Tanto que no sólo lo hizo en vida, sino que al morir se aseguró de que esa ayuda persistiera en su legado.
Dicen que era más bien parco de palabras y de carácter reservado. Único hijo varón de una familia italiana. Su padre había llegado al Paraguay en la inmediata postguerra y con su oficio de constructor amasó una buena fortuna que le permitió hacerse de propiedades y otros bienes. Pero el rigor de la familia siempre fue austero y Andrés creció acostumbrado a ese modelo. De su vida privada poco se sabe. Era un hombre discreto y aunque se le atribuyeron un par de cortejos, oficialmente murió soltero. (Mi abuela, que era muy creyente, decía que si Dios no lo había llamado a la paternidad física era porque le tenía asignada “La paternidad espiritual” de todo un pueblo.).
Y es que resulta que Andrés Barbero supo hacer de las carencias nacionales su misión en la tierra y fue el gran filántropo y mecenas que tuvo nuestro suelo. Aunque hoy pocos conocen su foja de vida, su nombre todavía resuena en varias instituciones que surgieron por su iniciativa o se fortalecieron por su impronta.
Podríamos empezar con la Cruz Roja. O hablar del laboratorio que en gran parte donó a la Facultad de Medicina. O de su labor en el Museo de Historia Natural del Colegio Nacional. O del Instituto Nacional de Bacteriología. Continuar con la Asociación Indigenista del Paraguay, el Museo Etnográfico, la Academia de la Historia, la Sociedad Científica del Paraguay. Mencionarlo en la historia de la lucha contra la tuberculosis, en el programa Gota de Leche. En el Banco Agrícola, en las batallas contra la leishmaniasis y la anquilostomiasis, en el Departamento Nacional de Higiene y Asistencia Pública. En el Pabellón de Cirugía del antiguo Hospital de Clínicas. En el Instituto del Cáncer. En la elaboración y distribución nacional de las dosis antigripales cuando en 1918 azotó la pandemia. En el Hogar de Ancianos La Piedad. En su labor de intendente y ministro de Economía.
Y me quedo corta.
Brillante y sencillo, solían verlo caminar con su traje azul marino/negro, como si fuera el único en su vestuario. Ni siquiera sintió la necesidad de confeccionarse algo distinto cuando se presentó a jurar como ministro. Y es que sin duda era su valía su mejor atavío.
Y por esta entrega profunda a una vida austera muchas veces fue incomprendido. De hecho, algunos lo juzgaban avaro sin saber del altruismo de sus bolsillos callados. Cuando visitaba su establecimiento ganadero, hacía la travesía de Asunción al Chaco en barco. Las personas más pudientes pagaban pasajes de primera y viajaban en la parte superior que era aireada, y servían bebidas heladas y bocaditos. Pero el doctor iba siempre en segunda, para sentir el pulso del pueblo.
Le gustaba conversar con los troperos y conocer de un modo más profundo sus realidades. Y si sabía de alguna dolencia, los derivaba a los centros asistenciales que había creado.
Una vez viajando por Alto Paraguay, iba alejado de la charla amena que acontecía entre los más acaudalados, bebiendo el agua tibia de los botellones mientras los otros disfrutaban entre bebidas heladas, truco y póker.
–Mírenlo ahí al ilustre tacaño-dijo alguien y todos rieron al ver al millonario excéntrico viajando con los peones.
De pronto el barco llegó a un sitio donde estaban como dos o tres docenas de familias apiñadas en la costa, abandonadas a su suerte al quedar sin trabajo por el cierre de una fábrica. Desesperados, no tenían cómo costearse el pasaje para llegar a sus hogares familiares y buscar algún otro sustento. Era grande la consternación de esos hombres, mujeres y niños con rasgos demacrados y rostros macilentos. Como no era una imagen fácil, los que estaban arriba bebiendo prefirieron mirar a otro lado. Excepto el doctor Barbero, que muy pronto se percató de lo que estaba sucediendo. De manera sigilosa se dirigió al capitán del navío.
–Señor, ¿usted me conoce? Preguntó al oficial de mando.
–Por supuesto doctor Barbero –respondió el otro al instante.
–Muy Bien. Yo no cargo mucho dinero encima, pero quiero pedirle que me permita firmarle un pagaré por el importe de los pasajes de toda esa gente –dijo señalando al numeroso grupo–. ¿Podría usted recibirlos a bordo y transportarlos hasta Rosario? Al llegar a Asunción le hago efectivo el pago.
El capitán aceptó el trato y los dejó subir a bordo. Nadie supo –a excepción del oficial–quién había pagado tantos pasajes. El doctor, discreto, volvió a encerrarse en su camarote, justo cuando uno de los jugadores lo vio recluirse.
–Ahí se guarda el ilustre tacaño, dijo riendo, evocando la carcajada en sus compinches.
La anécdota verídica aquí reproducida libremente, fue escrita en el álbum mortuorio del doctor Barbero, por la escritora Teresa Lamas, como un pequeño homenaje que lo dice todo. El doctor había fallecido un 14 de febrero de 1951, a los 74 años. Cuatro meses más tarde, sus hermanas sobrevivientes constituirían la Fundación La Piedad, donando el patrimonio familiar para el cumplimiento de fines sociales, culturales y científicos a través de las instituciones creadas o sostenidas por el doctor Andrés Barbero. Hasta el día de hoy la obra se mantiene.
Fuentes: Vida, personalidad y obras del doctor Andrés Barbero de Ángel D. Sosa y Andrés Barbero el Santo Laico, Beatriz Rodríguez Alcalá. (Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia. Vol 27).
“La boda del siglo”. El 29 de julio de 1981. Carlos, el príncipe de Gales y Diana Spencer, en el carruaje 1902 State Landau, recorren las calles de Londres. La fantasía de millones con “sus altezas reales” solo duró 5.509 días
Vida, muerte, fantasía, ilusión, deseo… pulsiones y condición humana
Ricardo Rivas
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Ricardo Rivas
Periodista
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Vida, muerte, ilusión, deseo... pulsiones incrustadas en la condición humana, aunque “reyes y peones, al final de la partida, vuelven a la misma caja”.
“¿Fantasear o desear...?”. Ese era el dilema que, en frecuentes charlas de café, proponía un tan veterano como anónimo polemista que habitaba, cuando la tarde agonizaba, algunas de las selectas mesas en el mítico café La Paz, en la esquina de la avenida Corrientes 1593, cuando esa arteria cordial se cruza con la calle Rodríguez Peña, muy cerca del Obelisco, en Buenos Aires, unos 1.300 kilómetros al sur de mi querida Asunción.
Era los años 70, en el siglo pasado. Enfrente –justo en diagonal– intentaba competir el bar Ramos. En concurrentes habituales estaban cabeza a cabeza. Inolvidables, por cierto. Pero el caso es que, luego de encender la polémica con aquel interrogante, con impostado tono académico, intentaba, aquel sanatero, zamarrearnos.
¡Me parece verlo! Acomodaba prolijamente los dos o tres libros de Sigmund Freud o de Foucault que siempre llevaba con él y lentamente –como buscando las palabras más adecuadas– iba al punto. Fumaba tabaco inglés en una pipa muy gastada y sobre su prominente nariz montaba espejuelos redondos tonalizados verde oscuro.
“El tío Segismundo –ironizaba mientras revoleaba sus manos refiriéndose a Freud– cuando compartíamos algunos puros con amigos en el Café Frauenhuber, en la inolvidable Viena, nos explicaba con claridad, jóvenes amigos, palabra más, palabra menos, que solo fantasean las personas insatisfechas”.
PULSIÓN
Lo seguíamos en silencio. Algunas veces –como la ignorancia nos impedía responder y/o, mucho menos, poner alguno de sus dichos en duda, hacía una pausa que disfrutaba y, si la memoria no me falla, en aquel caso puntual remató: “Cada fantasía surge de una pulsión para cumplir con un deseo insatisfecho, muy deseado, que corrija la realidad”.
Nunca recuerdo su nombre. En verdad, no tengo claro si alguna vez lo supe. Pero sí, sus anécdotas con pretensiones académicas y que se definía como “un libre pensador, diletante”. ¡Nos maravillaba! Aunque –debo admitirlo– teníamos dudas que no confesábamos sobre su presunta sabiduría por aquello de que entre los ciegos un tuerto es rey.
“¡Déjese de joder, farfullante…!”, recuerdo que le dijo –indisimuladamente molesto y a voz en cuello– un reconocido profesional y estudioso freudiano, de quien exclusivamente consignaré sus letras iniciales (G.G.), que incontenible por lo que también escuchó abandonó su café en una mesa cercana y lo increpó sin miramientos.
Un pesado silencio cubrió todas y cada una de las mesas. El increpado no atinó a responder. Se retiró cabizbajo –con sus tres libros bajo el brazo– enmudecido y sin plantarle cara. El increpante nos miró, se disculpó “por interrumpir la conversación sin que nadie me llame” y fue al punto: “Simple y sencillo, muchachos. La fantasía tiene que ver con el imaginario. Con lo que creemos o sabemos que muy difícilmente suceda. Con aquello que suponemos imposible y que, de alcanzarlo, imaginamos sería placentero, pero sabemos que no podrá ser. Desear es converger la fantasía con la realidad más deseada en algún momento de tu vida. ¡No entender esa diferencia es grave… y, pretender explicar desde la ignorancia y la confusión, no lo puedo dejar pasar!”.
Renovó su disculpa y volvió a su mesa. “Como una escuela de todas las cosas...”, como nos enseñó Discépolo cuando escribió aquel tangazo que llamó “Cafetín de Buenos Aires”, así era el bar La Paz. Fantasías. Deseos. Ilusiones. Me atrevo a añadir que, como entonces, en estos tiempos de imágenes exacerbadas y exacerbantes que circulan y atropellan en los avasallantes ecosistemas digitales que facilitan las comunicaciones reticulares contemporáneas, aquellas –junto con la vida y la muerte– emergen como inevitables pulsiones incrustadas en el día a día de nuestros días.
OXÍMORON
Claramente, forman parte de la condición humana. Pese a que, con el correr de los tiempos y a la democratización de las monarquías (¿oxímoron?), con mucho menos frecuencia que algún tiempo atrás y, en aquel contexto, escuchar decir “vida de príncipes”, sorprende porque pareciera ser una expresión que cae en desuso.
Aun así, hay quienes insisten con ella cuando se procura producir sentido respecto de alguna persona que –a juicio de quien así se expresa– tiene allanado el acceso a poderosos y poderosas o cuando dispone de bienes materiales en abundancia o cuando no debe preocuparse por necesidades que –como tales– sí lo son para la mayoría de la humanidad.
En ese contexto, tampoco el futuro debiera ser preocupante para quienes tienen –siempre a la vista de las otredades– tránsitos principescos o, acaso, propios de las realezas. Hambre, desocupación, falta de salud, de educación. En aquel contexto, se suponen alejados de aquellos y aquellas minorías vistosas. Sentires y decires. Pareciera, incluso, que nada ni nadie está exento, alguna vez, de emitir esos juicios o ser depositario de ese tipo de expresiones.
Hasta la muerte –en ciertas ocasiones, por la forma en que se produce y a quien afecta– hace que no sean escasas las voces que se atreven a afirmar que Mengana o Fulano “murió como un príncipe”. En el siglo XIX y buena parte del XX era frecuente que así se significara la partida de este mundo cuando las y los finados eran considerados socialmente como “patricios” o “ricos”.
Curioso, por cierto. Y tanto lo era (y es) que vaya a saber a quién y en qué situación tuvo la lucidez para destacar que “al final de la partida, reyes y peones vuelven a la misma caja”. ¿Sabiduría popular? Tal vez.
LA BODA DEL SIGLO
Aún recuerdo cuando el 29 de julio de 1981 –la tele satelital cuando el mundo era mundial y para nada global– puso “en el aire” (vieja expresión de uso común en la radiotelefonía de entonces, hoy casi olvidada), desde la catedral de San Pablo, en Londres, la que fue llamada como la “boda real o del siglo” porque, aquel día, el príncipe Carlos (32) –hijo primogénito de Isabel Alejandra María Windsor (1926-2022), la reina Isabel II del Reino Unido y de la Commonwealth desde 1952 hasta su muerte– contrajo matrimonio con la joven aristócrata llamada Diana Spencer (20).
Cerca de 800 millones de televidentes lo vimos. “¡Parece un cuento de hadas...!”, escuché decir a dos mujeres que – como otros muchos, frente a una vidriera colmada de televisores– vimos pasar a Carlos, por entonces príncipe de Gales, y Diana recién casados, a bordo del 1902 State Landau, como se conoce al carruaje que, en aquel año, el rey Eduardo VII –tío del contrayente– ordenó construir para ceremonias relevantes.
En la Argentina, desde poco menos de tres años, teníamos tele en colores. La novia, tanto en el ingreso a San Pablo –luego de descender junto con John, su padre, VIII conde de Spencer, de un carruaje vidriado– como en el momento en que salió de esa catedral con su esposo convertida en “alteza real”, tuvo que detenerse varios minutos para que las “damas de honor” acomodaran la cola de su vestido “de casi ocho metros de largo”, relataba la transmisión oficial.
¡Hermoso para ver! Un año y 22 días después –el 21 de julio de 1982– se anunció el nacimiento del príncipe Guillermo, heredero de la corona británica. El 15 de setiembre de 1984 –setecientos ochenta y siete días después que su hermano mayor– nació el príncipe Enrique.
Sin embargo, y como sostiene el dicho popular, “no todo lo que reluce es oro”. El 28 de agosto de 1996 –cinco mil quinientos nueve días después de aquella boda principesca– Diana y Carlos se divorciaron. Con el paso del tiempo la fantasía pública trocó en públicos desatinos vinculares. La princesa descubrió y confirmó que el príncipe tenía como amante a Camilla Parker-Bowles, una amiga de la Casa Real. ¡Crisis!
MULTITUD
Carlos pasó –para muchas y muchos– a ser el “realmente odiado”. Diana, en el transcurso de 1995, decidió no ocultar la situación. Habló con la BBC, la tele pública en el Reino Unido. “¿Cree que Camilla Parker-Bowles fue el factor que desencadenó el fracaso de su matrimonio?”, preguntó el periodista Martín Bashir a “su alteza real”. La respuesta fue simple, breve y clara: “Bueno, éramos tres en mi matrimonio. Y eso es una multitud”. El 31 de agosto de 1997, Diana, Dodi Al-Fayed (1955-1997), multimillonario egipcio, y el chófer, Henri Paul, murieron en un accidente de tránsito ocurrido en el interior del túnel del Pont de l’Alma, en París.
Los puentes de raíces vivas de Sohra (Cherrapunji) sorprendió a los exploradores occidentales y desde aquellos tiempos es polo de atracción hasta nuestros días
Aquel príncipe, Charles Philip Arthur George (77), desde el 8 de setiembre de 2022, es Carlos III, rey del Reino Unido y de los otros reinos de la Mancomunidad de Naciones. Camilla Rosemary Shand, luego Parker-Bowles (78) –la tercera de aquel matrimonio principesco que “era multitud”, como lo sentenció Diana, “la princesa del pueblo”, como la categorizó para siempre el ex primer ministro Tony Blair, el 31 de agosto de 1997– es reina consorte.
Fantasías. Deseos. Ilusiones. Condición humana. Fantasías. Deseos. Ilusiones. “Cambia, todo cambia”, canta como nadie Mercedes Sosa. Los khasi –una minoría étnica originaria que habita en el estado de Meghalaya, noreste de la India desde antes de las invasiones dravídicas pobladoras del sur en ese mismo país– desconocen quiénes de sus antecesores y cuándo comenzaron a orientar las raíces de los árboles para construir con ellas “puentes vivientes”.
Lejos de aquellas selvas inigualables, recién se supo algo de los que se conocieron entonces también como “los puentes de raíces vivas de Sohra (Cherrapunji)”, cuando era avanzado el siglo XIX. Los exploradores occidentales se asombraron con aquel descubrimiento. En La Sociedad Asiática, un histórico periódico que se publicaba en Calcuta en 1844, se consignó la información. Desde aquellos tiempos, es polo de atracción hasta nuestros días.
“AMOR RECÍPROCO”
Hacia allí, unas tres semanas atrás, partieron en luna de miel el príncipe Raj Raghuvanshi (21) y la princesa Sonam Raghuvanshi (24). Eran marido y mujer porque sus madres –en esa sociedad matrilineal– así lo acordaron. Ambos pertenecían a la misma clase social y casta. Aquel enclave natural que, además, con unos 12.000 milímetros de lluvias anuales es, según Guinness, el lugar más lluvioso de cada año, era perfecto para manifestarse amor recíproco sin interferencias. La actuación crucial de la mehndi, la celebración musical previa, la ceremonia principal, la fiesta posterior quedaron atrás.
Me explican –por Whatsapp, desde Nueva Delhi, tres diplomáticos chimenteros que me pidieron anonimato– que los fastos nupciales se extendieron por cuatro días. Las dos familias en estado de tranquilidad. Espiritual, social y económico. No faltó nada. Se observaron todos los rituales. Homa (la ofrenda al fuego) se concretó. El Panigrahena, los unió como nunca antes. Las siete vueltas al fuego –el Satapadi– hizo celebrar a muchas y muchos, sonreír a las y los más refinados y desear, ilusionarse... soñar, a otros y otras.
El príncipe Raj Raghuvanshi con la princesa Sonam Raghuvanshi. ¡Que vivan los novios!
Samskara se instaló en la flamante pareja. Luego, silencio. Los días pasaban y... más silencio. Pero irrumpió la angustia. Primero en el que fue el pueblo de ambos, luego en la provincia, la región y, finalmente, en todo el país. “¿Dónde están?” “¿Qué se sabe?”. La falta de novedades fue parte de las informaciones de la agencia de noticias nacional. Se iniciaron las búsquedas. Los supuestos ganaron el espacio público. Las ideas conspiranoides de poderosos y poderosas ingresaron en los circuitos informativos.
Nadie respondía a las incesantes llamadas a los móviles de Raj y Sonam. La policía y los servicios de inteligencia de la India los monitoreaban inútilmente. También el de uno de los hermanos de la princesa. ¡Nada! Pero, cuando nadie lo esperaba, todo cambió. El domingo pasado aquella novia obediente de los acuerdos y mandatos familiares que se mostró alegre, ilusionada, ante los unos y los otros; que fue objeto de los comentarios de sus vecinos e incluso blanco preferente a la vista de aquellas y aquellos que por ser de clases inferiores o de castas poco respetables no debieran haberla mirado, trocaron interrogantes y angustia sociales.
DIMES Y DIRETES
Desde algunos anocheceres en las sacudidas calles de aquel país con 1.400 millones de habitantes, se sabía por trascendidos –que más tarde se confirmaron– que el cadáver de Raj fue encontrado y recuperado de las profundidades de un precipicio con abundante vegetación. Fue el momento de los dimes y diretes. Se conoció el escabroso detalle de que el cuerpo lo encontraron con el cráneo partido con dos golpes duros aplicados con algún objeto contundente y cortante.
¡Horror! Rescatistas e investigadores tuvieron la convicción de que fue asesinado. Así lo dejaron trascender. No murió como un príncipe. Pero las honras fúnebres sí lo fueron para despedir a su alteza real. Sonam, esposa por un breve tiempo –geolocalizada desde el momento en que se comunicó con uno de sus hermanos– supo por quienes la hallaron que era viuda.
Gritó. Se ahogó en llanto. Insistió con el deshilachado argumento de que fueron víctimas de secuestro. Pero no tenía una coartada que generara, por lo menos, una duda. También supo que Rai Kushwaha, un chófer a su servicio, estaba preso en otra celda. Fue apresado en su pueblo natal, Madhya Pradesh. Contrastaron sus respuestas. Eran amantes desde tiempo antes de que Sonam y Raj protagonizaran una boda principesca.
Como en el caso de Carlos y Diana –con Rai– también se constituyeron en multitud. El amante capturado también confesó. Señaló a los tres criminales que asesinaron al príncipe –sus cómplices– a los que convenció para que ejecutaran al joven esposo de la mujer que también amaba.
Los sicarios fueron apresados. Abrumados, admitieron. La exprincesa viuda dejó de ser víctima para ser victimaria. La justicia la acusa de ser quien incitó a su frustrado enamorado de la necesidad de asesinar a Raj. Vida, muerte, ilusión, deseo... pulsiones incrustadas en la condición humana, aunque “reyes y peones, al final de la partida, vuelven a la misma caja”.
Luis Bello, titular de la Junta Municipal de Asunción, resaltó que el éxito del IV Encuentro Regional del Foro de Madrid es una muestra del gran interés de la gente en los valores fundamentales. Foto: Archivo
Foro de Madrid: masiva concurrencia demuestra el interés en defensa de vida, familia y los valores
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El presidente de la Junta Municipal de Asunción, Luis Bello, destacó el gran éxito del Foro de Madrid, que reunió a más de 2.000 asistentes, al punto que la capacidad del teatro del Banco Central del Paraguay fue superada. Sostuvo que con este evento se ha demostrado el interés ciudadano en la defensa de la familia, la vida, y que cree en los valores soberanos y republicanos.
En una charla con La Nación/Nación Media, resaltó las ponencias del presidente de la República, Santiago Peña; del titular del partido VOX de España, Santiago Abascal; así como las del titular de la Cámara de Diputados, Raúl Latorre, que han marcado la ruta sobre la cual se debe transitar durante estos dos días que se desarrollará el Foro de Madrid en Asunción, en su cuarto encuentro regional.
“Nos han marcado de manera clara sobre cuál es la ruta que debemos seguir, así como la visión que debemos desarrollar desde Paraguay para que contribuya como bastión de principios a nivel mundial”, acotó.
Resaltó que el evento se desarrollará durante dos días, y se espera que, para el cierre del evento, se pueda lograr coincidir en algunos aspectos puntuales que marquen la declaración del Foro de Madrid en Asunción,que finalmente será la postura del bloque.
Al respecto, el concejal Bello indicó que espera que esa declaración refleje a la sociedad paraguaya, que es mayoritariamente de derecha, que profesa una fe religiosa, ya que cree en Dios, además de creer en los valores de la familia, la vida, la libertad, la soberanía, la democracia que construye y constituye la nación paraguaya.
“Siempre es bueno mantener vigente la llama de la esencia de un pueblo, que está arraigado en el tejido social del paraguayo, que cree en cada uno de los principios que he mencionado. Además, cree que deben mantenerse vigente de generación en generación”, concluyó.
Caso Maylen: Corte ratificó condena de 16 años de cárcel para médico por homicidio por mala praxis
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La sala penal de la Corte Suprema de Justifica confirmó la condena de 16 años de cárcel y 10 años de prohibición de ejercer la profesión contra el médico Miguel Ángel Cavallo, encontrado culpable por el fallecimiento de la joven Maylen Romero, quien murió en una intervención de implante mamario en el sanatorio Medicis. La condena contra el profesional de blanco es la sentencia más alta que se dictó para un médico.
Los ministros Luis María Benítez Riera, Manuel Ramírez Candia y Carolina Llanes firmaron la resolución judicial en la que ratifican la sentencia dictada por los camaristas Agustín Lovera Cañete, José Waldir Servín y Cristóbal Sánchez, quienes confirmaron la condena de Cavallo.
Los altos magistrados mencionaron que la resolución de los camaristas está correctamente fundamentada y señalaron que no es necesario que se amplíe la imputación para cambiar la calificación si no cambian los hechos. Es más, el ministro Benítez Riera sostuvo que el dolo eventual sí está previsto en la normativa, por lo que votó por confirmar el fallo condenatorio.
Antecedentes
Maylen Analía Romero Ledesma falleció durante una cirugía plástica realizada presuntamente de forma irregular. En diciembre de 2020, la víctima habría concurrido al Sanatorio Medicis para realizarse una cirugía de implante mamario (mamoplastía), previa consulta médica con el Dr. Cavallo. El médico realizó el procedimiento solo, sin un anestesiólogo que lo acompañase.
Un médico fue detenido y en su poder encontraron a la recién nacida que fue reportada como desaparecida en la localidad de Horqueta, en el departamento de Concepción.
Se presume que la madre de la pequeña vendió a su bebé al profesional y que este entregó a la menor a su pareja sentimental.
Según el reporte policial, la desaparición de la menor fue denunciada el sábado por Emilce Ramírez, hermana de Blásida Ramírez, la madre de la recién nacida. Afirmó que esta última salió de su casa y abordó una camioneta de color bordó, pero que ya no volvió.
Su hermana salió de su trabajo y la buscó en todas las clínicas de la zona, encontrándola internada en la clínica Santa Lucía, propiedad del médico que llevó a la bebé, pero que la recién nacida no estaba. Cuando le consultó por ella le dijo que presentó complicaciones y que fue derivada hasta la ciudad de Concepción para su mejor atención.
Esta respuesta no le resultó muy convincente y contactó con el hospital regional, pero le confirmaron que no llegó ninguna recién nacida trasladada. De inmediato radicó la denuncia a la Policía Nacional e iniciaron la búsqueda de la menor.
Durante un procedimiento lograron recuperar a la beba en manos del doctor Lucio Giménez, que expresó que había sido abandonada y que solo la rescató.