La cuarentena nos trajo la posibilidad de quedarnos en casa, amarrarnos al sofá para maratonear nuestros programas favoritos y explorar nuestro lado más ocioso o “vago”. Antes de la cuarentena, encontrar tiempo libre para simplemente “no hacer nada” era casi imposible, pero con las horas vacías durante el confinamiento tuvimos la posibilidad de estar “sin mover un solo dedo”.

Lo cierto es que con el correr de los días, eso de estar ociosos más tiempo de lo habitual nos empezó a irritar o cansar. ¿Por qué? Resulta que los seres humanos no estamos biológicamente programados para hacer la menor cantidad posible de cosas.

¿Cómo puede ser posible eso?, ¿qué hay de la ley del menor esfuerzo de Zipf? Y es que es cierto que a menudo buscamos la opción más fácil, el camino de menor resistencia, el acceso directo al éxito. Llevado al contexto paraguayo, aquello que se haga “así nomás”.

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Para qué levantarnos a cambiar de canal si tenemos el control remoto, por qué ir caminando al supermercado si tenemos el auto y para qué subirnos por las escaleras hasta el segundo piso si tenemos el ascensor. Somos así, siempre que sea posible tratamos de evitar todo tipo de trabajo que implique esfuerzo físico o mental.

Anhelamos que llegue el día en que podamos estar acostados, mirando el techo durante toda la tarde sin mover un solo dedo. Sin embargo, no nos ponemos a pensar que no hacer nada puede ser en realidad muy difícil.

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Un estudio de la Universidad de Virginia, EE.UU., concluyó que no tener nada qué hacer puede llegar a ser insoportable. El experimento que hizo esta institución fue colocar a un grupo de hombres y mujeres en una habitación vacía, sin teléfonos, libros, etc., y sin permitirles dormir la siesta, durante 15 minutos.

Sin embargo, antes de que los participantes quedaran solos, los conectaron a unos electrodos que tenían una descarga eléctrica cada vez que se presionaba el botón de la máquina que los administraba. El 71% de los hombres y el 25% de las mujeres se dieron al menos una descarga eléctrica durante su tiempo en solitario. Por eso, el estudio concluyó que muchos de los participantes prefirieron torturarse a sí mismos en lugar de tolerar la falta de distracciones.

Por otro lado, el esfuerzo

Sí, a veces tomamos la ruta más fácil y hacemos el menor esfuerzo posible, pero otras veces valoramos las situaciones que requieran dar todo de nosotros. Las personas constantemente eligen hacer cosas que no necesitan hacer y pueden llegar a ser dolorosas, como correr maratones, escalar montañas, seguir una dieta estricta, etc.

Michael Inzlicht, de la Universidad de Toronto, Canadá, llama a esto “la paradoja del esfuerzo”. Porque la alegría intrínseca del esfuerzo nos da tanto placer que no tomamos el atajo. Podríamos pasar horas pensando en cómo resolver un crucigrama críptico, en vez de usar un motor de búsqueda para encontrar la solución. Y es que desde que somos niños nos enseñan que el esfuerzo conduce a la recompensa y, con el tiempo, esto nos condiciona a disfrutar el esfuerzo por sí mismo.

“Porque está ahí”, fue la respuesta del montañista George Mallory cuando le preguntaron en 1923 por qué intentaba llegar a la cima del Everest. Esta cita explica que los humanos simplemente no pueden resistir la oportunidad de lograr objetivos y dominar situaciones, incluso cuando no necesitan hacerlo.

Fluir y descansar

Todo esto significa que, mientras nos quedamos en casa y nos aislamos, acostarnos en el sofá y mirar televisión solo será una parte de cómo pasamos el tiempo. Podríamos pensar que es divertido descansar durante algunas semanas, pero el descanso forzado y prolongado, a menos que estemos enfermos y nuestros cuerpos lo exijan, no conduce a sentimientos de relajación, sino de inquietud e irritabilidad.

Por eso, en estos tiempos de pandemia es importante ejercitarnos, ponernos tareas y hacer cosas que sean difíciles; tratar de llevar una vida cotidiana equilibrada como antes. Es decir, fluir con las actividades y las experiencias en casa, pero también tomarnos el tiempo para descansar de verdad.

Durante este periodo, de seguro descubriremos que no somos criaturas instintivamente perezosas. De hecho, podríamos descubrir que hacer menos y descansar más también requiere inicialmente un gran esfuerzo.

Fuente: BBC Mundo.

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