El derecho a jugar es una disposición establecida en normas expresas –locales e internacionales–, pero que en la práctica suele relegarse por las diferentes realidades que afrontan las familias. Esta situación llama a reforzar las estrategias que combatan este frente que reprime el bienestar de un sector muy sensi­ble como es la población infantil.

En nuestro país, si bien hay avances impor­tantes en la protección de los derechos de los menores de edad, todavía es un desafío erra­dicar el flagelo del trabajo infantil. Niños y adolescentes que debieran estar jugando, estudiando, practicando actividades depor­tivas, culturales de sus preferencias, entre otras dispersiones, lastimosamente asu­men responsabilidades que son privativas de adultos, para las cuales no están preparados.

Por el Día Mundial contra el Trabajo Infan­til, que se recordó la semana pasada, el Ins­tituto Nacional de Estadística (INE) com­partió datos alusivos a la situación laboral de menores que amerita la reflexión en lo que atañe a las deudas que tenemos como sociedad. Según la Encuesta Permanente de Hogares Continua 2024 (EPHC), en Para­guay, del total de niños, niñas y adolescentes de 10 a 17 años (826.568), alrededor del 6,2% están ocupados, es decir, aproximadamente 51.007 personas.

Según el INE, en este universo de 51 mil menores se encuentran niños, niñas y ado­lescentes que realizaron actividades econó­micas por más horas que las especificadas para su edad. En el informe que clasifican como trabajo infantil o trabajo prohibido detallan menores de 10 a 13 años de edad: con trabajo, cualquier número de horas; de 14 a 15 años de edad con trabajo mayor a 24 horas por semana y de 16 a 17 años de edad con trabajo mayor a 36 horas por semana.

Al desagregar por sexo, del total de niños y adolescentes (414.227), el 9,5 % está ocu­pado, es decir, 39.357 personas aproxima­damente. Mientras que del total de niñas y adolescentes (412.341), el 2,8 % se encuentra ocupado, unas 11.650 personas.

El trabajo minucioso del INE también hace referencia a rubros que ocupan a menores y citan desde sectores del ocio y el comercio, la construcción a manufactura y los habitua­les servicios comunales, sociales y persona­les. No hay que olvidar que, además el tra­bajo infantil realizado en la calle como otros espacios públicos y del que la mayoría de la sociedad es testigo, pone a la vista un pro­blema que amerita mayores esfuerzos por parte de la sociedad.

El trabajo infantil es una debilidad social que se arrastra de décadas, y es probable que se haya perdido la capacidad de asombro, de conciencia, a consecuencia también de las dificultades del día a día a causa del costo de vida y otros.

Por eso la importancia de aunar esfuerzos con el objetivo de proteger de alguna manera el capital más importante que tenemos que es nuestra población infantil. En este con­texto, vale traer a colación que hay actores sociales que tienen noción de la situación y se muestran comprometidos en combatir el flagelo.

Desde la Unión Industrial Paraguaya (UIP) anunciaron días pasados la novena edición del concurso de dibujo “No al trabajo infan­til”. Con esta iniciativa buscan promover la reflexión y el compromiso colectivo contra el trabajo infantil, apelando a la creatividad de niños de todo el país que son en definitiva quienes los más capaces en despertar esa sensibilidad que hemos olvidado como per­sonas mayores.

Los gremialistas mencionaron que la edición anterior dejó en evidencia la altísima crea­tividad de los participantes para interpre­tar con sensibilidad el mensaje del concurso. Pequeños proyectos como este se traducen en capital semilla de una mayor consciencia sobre la problemática.

En un país como el nuestro con una Cons­titución en la que se defiende el interés de los menores por encima de todo no podemos seguir postergando soluciones.

Hay que insistir con líneas de acciones que persigan estas equivocadas maneras de invo­lucrar a los niños, niñas y adolescentes en tareas que son de absoluta responsabilidad de los adultos.

Con el empleo que se les impone, no están ayudando a sus familias, por el contrario están frustrando su futuro, el bienestar de los suyos y de la sociedad a la que podrán ser más útiles mañana si hoy viven una infancia saludable, proyectada al conocimiento y la formación.

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