Después de un breve paréntesis en que presentaron un folletín de propuestas, refutadas por expertos por mentirosas y desacreditadas por la propia ciudadanía por demagógicas, los candidatos de la Concertación Nacional volvieron a lo único que saben hacer: denostar en contra del aspirante presidencial por la Asociación Nacional Republicana, Santiago Peña.

Fracasados estrepitosamente en sus delirantes líneas estratégicas como programa de gobierno y sin capacidad ni tiempo para replantearlas de manera inteligente, apelaron nuevamente a lo que la limitación intelectual y la improvisación política conducen, esto es, fustigar al adversario con la diatriba, la injuria y la infamia. Cuando el cuadernillo de penosa redacción y de la más básica escolaridad se ahogó en el murmullo de las críticas y se evaporó de la conciencia social por su insustancial contenido, reabrieron las compuertas del discurso agraviante, conceptualmente pobre y moralmente raquítico, como demostración irrefutable de que no están calificados para administrar el Estado.

Tanto Efraín Alegre como su pareja en la chapa presidencial, Soledad Núñez, no han superado la vieja escuela, aunque pretendan presentarse como el “cambio”, de tratar de ocultar sus vacíos mentales, deficiencias e ineptitudes subrayando supuestos defectos de su oponente en la carrera hacia el Palacio de López. Es el lenguaje arcaico y obsoleto de quienes intentan convencer a los electores con el último y más bajo de los recursos: los otros son peores. El mensaje que están enviando a la sociedad es inequívoco, de sentido único: no son los mejores que dicen ser. Hace rato que el pueblo aprendió a leer el sentido de las palabras dentro de un determinado contexto.Se suponía que la incorporación de Soledad Núñez a la actividad proselitista traería un poco de aire fresco a la política. Al menos así se presentó y la presentaron en su debut social como cabeza de una posible lista presidencial.

Hasta que abdicó de sus pretensiones para sumarse a la fórmula liderada por un militante de la ortodoxia liberal –aunque ahora se declaró de “centro-izquierda”–, un perfil desgastado tras dos derrotas electorales sucesivas, en 2013 y 2018. En ese mismo momento, la prédica de la renovación se derrumbó por sus contradicciones internas. Porque en su época de ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, Efraín Alegre demostró ser lo que tanto critica: más de lo mismo. Recurrió al prebendarismo, el clientelismo, la persecución, el hostigamiento y despido de funcionarios públicos colorados, sin considerar estabilidad laboral ni mujeres embarazadas, y terminó embadurnado por la más descarada corrupción, según se desprende de un informe de la Auditoría General del Poder Ejecutivo, en los tiempos en que Fernando Lugo ejercía la Presidencia de la República. El latrocinio que el pueblo carga sobre sus espaldas es de 37 millones de dólares. Naturalmente, la prensa amiga prefirió ignorar el descomunal robo al Tesoro, mientras regala sus páginas para desplegar una campaña de desprestigio en contra del candidato del Partido Colorado.

El lenguaje de la descalificación describe textualmente a la aspirante a la Vicepresidencia de la República. Porque su arrogancia de considerarse superior a los que vilipendia no es, sino la muestra más evidente de su desesperación por la falta de empatía con el ciudadano común y votante seguro. Y de su ambición de alcanzar el poder a cualquier precio. Ha extraviado las reglas de la decencia intelectual, del buen decir y del juego limpio. Cuando debería estar exponiendo sus diferencias con las pervertidas y rutinarias formas de encarar la política, sobresaliendo por sus virtudes, su excelencia académica y su rigurosidad ética, ha caído sin atenuantes en la ciénaga que prometió purificar hasta convertirla en agua cristalina. Sin embargo, prefirió embarrarse sin remordimiento alguno porque considera lícito en su esquema mental enlodar al adversario si ello le permite llegar a su objetivo. Ya no importan los medios sino alcanzar la meta. Entonces, antes que sumarse a las buenas prácticas, vino a añadirse a aquellos que apelan a los recursos más miserables, al cinismo y a la hipocresía para escalar hacia la cumbre del poder. Aquí vale para ella la expresión con que procura menospreciar al oponente principal de la Concertación: es más de lo mismo.

En cuanto a Efraín Alegre, nunca hubo mayores expectativas. Estábamos seguros de que sería el mismo de siempre. Sin argumentos, sin iniciativas serias y creíbles, sin propuestas originales, sin innovación, su campaña estaba condenada a desarrollarse sobre el discurso de la tosca agresión. Y nada más. Tenemos que reiterar con profunda decepción que, quienes se acoplaron a su equipo como las caras del cambio, terminan reproduciendo el mismo y ruin esquema de suplantar los argumentos con el panfleto. De nada valen los grandes títulos, los pomposos discursos de la renovación, cuando se carece de imaginación para construir un nuevo escenario político. Lógicamente, ante esta deficiencia creativa, solo les queda transitar por el gastado camino del insulto y la ofensa. Un camino que se hartó de transitar el ciudadano paraguayo.

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