El anuncio realizado en el curso de los últimos días, tras la reunión de los líderes de los movimientos internos de la ANR, Honor Colorado y Colorado Añetete, consistente en el desarrollo de un proceso de unidad partidaria, desató reacciones muy singulares, algunas de ellas tragicómicas.
En general, “el ataque de nervios” han padecido sectores que siempre han lucrado de la división del partido e incluso opositores que estaban funcionando como plantas hospederas en las ramas de la gestión gubernamental de la ANR.
En cualquier democracia del mundo los partidos políticos son herramientas substanciales que sostienen como poderosas columnas todo el edificio de la República. En el Paraguay también. La salud de los partidos es un factor cuya semiótica muestra la propia salud de la República.
No pueden existir dudas sobre la importancia que el partido que ejerce la gestión gubernativa en este tiempo se una, en tanto su división solo produce un desgaste que incide directamente en la calidad de la gestión. Menos aún se puede dudar de la legítima validez de tal unidad en un tiempo en que se debe enfrentar una potente pandemia y luego de salir de ella se deberá –aún– pagar las consecuencias del desangre económico al que nos expone.
Desde el inicio de la transición y aún antes, el Partido Colorado (que con sus luces y sus sombras supo siempre o casi siempre ser un sector aglutinante de las mayorías populares) ha padecido de un fuerte electoralismo interno que le provocó una división rotunda, que en varias ocasiones peligró su chance electoral en comicios nacionales y en una –2008– lo tumbó frente a una coalición. Diversos autores recuerdan que en aquella ocasión un sector liderado por Luis Castiglioni no acompañó a Blanca Ovelar en su candidatura a la Presidencia con el desenlace que se conoce.
La ANR nunca se ocupó de trabajar su división interna que también le hubiera ocasionado su caída en el 2018, si no fuera porque Honor Colorado supo reponerse de la enemistad electoral para apoyar a Mario Abdo y consolidarlo como Presidente actual.
Aunque parezca paradójico, lo que también provocó la división colorada en todos estos años es el debilitamiento de las otras fuerzas políticas, que “contando” con este factor no han crecido suficientemente para competir; en algunos casos llegan al extremo del PDP que se ha convertido en una especie de musgo que alimenta a sus principales figuras con cargos protagónicos en la gestión gubernamental del propio partido que con frecuencia critica.
La unidad de la ANR es tan normal como la unidad que pudiera encararse en los demás partidos políticos. A nadie le extraña la unidad en el Frente Guasu o en el PDP.
Se tiene que suponer además que el proceso llamado unidad supone más que nada “convivencia en paz” y que ello no implica la suspensión o paralización de la vida interna o la competencia interna (lo que sí se observa en los demás partidos citados), sino sencillamente una relación menos conflictiva para enfrentar un período crítico.
¿Quién puede temer, por tanto, a la unidad colorada? Pues es muy sencillo: Los que siempre lucraron con su división.