La ciencia que articula el saber de la humanidad estudia el negacionismo, lo describe como un fenómeno social en el que las personas eligen rehusarse a aceptar una realidad como forma de evitar una verdad incómoda y tratan de armonizar sus opiniones particula­res, actitudes, conocimientos y valores recurriendo a la negación de los hechos objetivos (aquellos que preexisten sin necesidad de ser pensados). Estos fenómenos lamentablemente estuvie­ron presentes en las diferentes épocas de la humanidad. Desde el inicio de la pandemia del covid-19, en el mundo varios dirigentes y muchos ciudadanos de a pie negaron su existencia a pesar de los más de 11 millones de infectados, de los cerca de 530 mil fallecidos, todo esto en 218 países.

Los países donde sus líderes negaron la existencia del coronavirus pagaron un alto costo, la pérdida de miles de vidas humanas. En las últimas semanas asistimos absortos a las declaraciones negacionistas de la concejala departa­mental de Paraguarí, Juani Alfonzo; y del intendente de Ciudad del Este, Miguel Prieto (quien luego se desdijo). Asimismo, leemos en las redes socia­les por internet a muchos defensores del escepticismo sobre la presencia del patógeno. A pesar del hecho obje­tivo que en Paraguay (hasta la hora de la edición de este editorial) tenemos cerca de 2.350 enfermos y 19 fallecidos por causa del covid-19.

Tom Frieden, ex director de los Cen­tros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, al referirse al covid-19 y sus efectos señalaba que “las últimas pandemias de influenza moderadamente severas sucedieron en 1957 y 1968; cada una mató a más de un millón de personas en todo el mundo (…) aunque esta­mos mucho más preparados que en el pasado, también estamos mucho más interconectados, y muchas más per­sonas hoy en día tienen problemas de salud crónicos que hacen que las infec­ciones virales sean particularmente peligrosas”. Este es un hecho con el cual debe lidiar la humanidad a futuro.

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La negación del covid-19 por causa de una hipnosis ideológica puede aca­rrear consecuencias mortales para el propio incrédulo y para terceros. En el caso de autoridades, como mínimo es un acto irresponsable en el cumpli­miento de la misión de sus cargos. El ministro de Salud, Julio Mazzoleni, hacía bien en convocar a la ciudadanía a no sumarse a las ideas que subesti­man o niegan la existencia del mortal virus que nos aqueja, “puede llevar­nos a puertos muy inseguros y puede ser realmente muy peligroso”, senten­ciaba.

Si bien los últimos hechos de corrup­ción en el Estado, especialmente con las compras que debían destinarse a combatir directamente al virus durante esta emergencia sanitaria, acumularon un alto nivel de escepti­cismo entre la población, no debemos cometer el peligroso acto ideológico de negar el covid-19 y sus consecuen­cias. “Mantengamos la mente abierta sin que se nos caiga el cerebro”, decía el fallecido físico teórico estadounidense Richard Feynman, porque cuanto más neguemos la existencia del virus e incumplamos los cuidados sanitarios para evitar contagiarnos, más tiempo pasaremos en esta incómoda realidad.

El desafío del momento frente al coro­navirus es mantener el equilibrio, por­que de nuestra cordura dependemos nosotros mismos, nuestros familiares y terceros. Dentro de todo, lo más salu­dable es asumir esta forzada coyun­tura, reinventar nuestro quehacer dia­rio para continuar productivos como personas y organizaciones, es decir, inaugurar un nuevo modo de vivir, sin saltarnos por encima del conoci­miento de la ciencia, que está apren­diendo a marcha forzada los secretos de esta enfermedad. Asumamos que nada, pero absolutamente nada vale la pena para que muera un habitante de nuestro país, menos por causa de un argumento poco inteligente.

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