Las pasadas elecciones presidenciales en Bolivia dejaron fuera a la izquierda ya en la primera vuelta electoral y de alguna manera generaron un punto de quiebre al relegar a su mínima expresión al grupo que por dos décadas monopolizó el poder bajo el Movimiento al Socialismo (MAS). La narrativa antiimperialista, la diplomacia “bolivariana” y el discurso de confrontación con Estados Unidos e Israel ya no tienen cabida en un país que votó por el cambio y de manera abrumadora.

No es un cambio común y corriente. Es un viraje de 180 grados, que no solo arrastra a lo social y a lo económico, sino también a la política internacional. Cuba, Venezuela o Irán dejarán de ser los socios “estratégicos” (léase parasitarios) de la riqueza natural boliviana.

La política de apertura que necesariamente tendrá que llegar con cualquiera de las dos opciones electorales que pasaron a la segunda vuelta apunta a dejar en el pasado la retórica del “imperio opresor” para pasar a hablar el lenguaje de las inversiones, la cooperación en seguridad y la modernización tecnológica.

El nuevo escenario obliga a mirar hacia adelante con pragmatismo sin importar que el vencedor de la segunda vuelta sea Rodrigo Paz Pereira o Jorge “Tuto” Quiroga, de centroderecha y derecha, respectivamente.

En el caso de Israel, todo indica que la normalización de vínculos diplomáticos es solo cuestión de tiempo. Lo que durante los años del MAS se presentó como un gesto de solidaridad con Palestina terminó, en los hechos, aislando a Bolivia de la cooperación en áreas clave como seguridad, agricultura de precisión y manejo del agua, sectores en los que Jerusalén tiene mucho que ofrecer.

Con Estados Unidos, la ecuación es similar. La urgencia de atraer capitales para el litio y la necesidad de estabilizar la economía obligan a dar vuelta la página de la confrontación. Aquella retórica de expulsiones y desencuentros deja paso a un entendimiento más pragmático: se buscará cooperación contra el narcotráfico y, al mismo tiempo, acceso a nuevos mercados.

En cuanto a Cuba, Venezuela e Irán, no se espera un corte brusco de relaciones. Sin embargo, es evidente que la carga ideológica perderá peso. El vínculo se moverá hacia lo administrativo y lo comercial, sin aquel tono estratégico que caracterizó a la diplomacia boliviana en los últimos años.

El fin del MAS en el poder no solo cambia a los protagonistas de la política, cambia la brújula entera del país. Bolivia deja atrás el aislamiento selectivo para ingresar en un ciclo de realpolitik donde los intereses nacionales se imponen sobre la retórica revolucionaria.

El reto es evidente: transformar este giro diplomático en resultados concretos. Si la nueva política exterior consigue atraer inversiones, modernizar la economía y recuperar credibilidad internacional, estas elecciones no serán recordadas únicamente como un cambio de gobierno, sino como la segunda gran transición democrática del siglo XXI.

A nivel regional no se verán tantos cambios o al menos no de manera repentina porque Bolivia es un actor regional que políticamente no tiene enfrentamientos con sus vecinos, salvo el “sentimiento” antichileno, algo que ha permanecido a lo largo de 140 años tras la Guerra del Pacífico. Rodrigo Paz habló concretamente sobre este punto en su campaña electoral: “El mar ya lo perdimos, ya es parte de la historia, ahora es momento de acercanos a Chile y que ambos países saquemos provecho al vínculo”.

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