- Por Juan Carlos Dos Santos G.
- Columnista
- juancarlos.dossantos@nacionmedia.com
Las elecciones generales del próximo 17 de agosto podrían marcar un punto de inflexión en la historia política reciente de Bolivia. Tras casi dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS), primero bajo el liderazgo indiscutido de Evo Morales y luego bajo el mandato de Luis Arce, el oficialismo llega fragmentado, golpeado y sin una figura dominante. Las encuestas más recientes reflejan un escenario abierto, donde la derecha y el centro parecen tener ventaja, pero donde la izquierda aún mantiene una base electoral significativa que no puede ser subestimada.
De buenas a primera, el mapa político boliviano de 2025 sugiere una posible alternancia de poder. Samuel Doria Medina y Jorge “Tuto” Quiroga, ambos exponentes de distintas variantes de la centroderecha, lideran las encuestas de intención de voto con cifras que oscilan entre el 20 y el 25 %, dependiendo del estudio. Ninguno supera el umbral del 40 % que evitaría una segunda vuelta, pero ambos encabezan la lista en un electorado que se muestra cada vez más indeciso y exigente.
En contraste, el MAS postula a Andrónico Rodríguez, una figura joven, carismática y con orígenes sindicales, pero que enfrenta el desgaste de su partido y el sabotaje interno del ala leal a Evo Morales. La estrategia de Morales de promover el voto nulo y cuestionar la legitimidad de la candidatura de Andrónico no solo fractura al oficialismo, sino que debilita su competitividad en un escenario que ya era complejo. No obstante, el MAS conserva aún un piso electoral sólido, sobre todo en áreas rurales y sectores populares que valoran los logros de los primeros años del proceso de cambio.
Lo interesante del escenario boliviano es que, a diferencia de otros países de la región, la división entre izquierda y derecha no es suficiente para explicar el comportamiento electoral. La fatiga del modelo aplicado por Evo Morales, las denuncias de corrupción, la crisis económica y los escándalos de narcotráfico han erosionado la imagen del oficialismo, pero la oposición tampoco goza de un voto entusiasta. Ni Doria Medina ni Quiroga encarnan una renovación profunda; son más bien representantes del “antimasismo” que buscan canalizar el hartazgo sin ofrecer un proyecto transformador claro.
La gran protagonista de estas elecciones puede ser la segunda vuelta. Todo apunta a un balotaje entre un candidato de centroderecha y otro del MAS o del progresismo, lo que obligará a recomponer alianzas, seducir a los indecisos y evitar una polarización tóxica. Aún si Andrónico no lidera la primera vuelta, su capacidad de captar el voto antiderecha en un balotaje podría reconfigurar el tablero.
Entonces, ¿estamos ante el fin del ciclo progresista en Bolivia? No necesariamente. Más bien, podríamos estar presenciando una reconfiguración del espacio de izquierda, que aún cuenta con adhesión estructural, pero necesita nuevos liderazgos, narrativas y una autocrítica profunda. Del mismo modo, la derecha boliviana enfrenta el reto de ganar sin repetir el elitismo ni la exclusión que caracterizó sus años previos al auge del MAS.
Bolivia llega a estas elecciones como un país cansado, polarizado, pero no resignado. Y eso es una buena noticia para la democracia: porque el futuro aún está en disputa.