Precisamos a nivel país la creación de más fuentes de trabajo para nuestros jóvenes, pues los niveles de incorporación plena dentro del ámbito laboral se encuentran restringidos por las tasas de desocupación e informalidad que seguimos arrastrando desde hace varios años.

La tasa de desempleo en Latinoamérica sigue manteniéndose a niveles similares a los reportados antes del inicio de la pandemia, aunque con perspectivas de una recuperación gradual.

La cantidad de jóvenes en busca de empleo a nivel regional no sería inferior a 10 millones, cifra elevada y preocupante.

Es un problema de carácter estructural que guarda relación con situaciones de pobreza y exclusión, siendo “caldo de cultivo” para la delincuencia del cual no escapamos pues muchos en su desesperación cometen actos deleznables que vemos, leemos y escuchamos todos los días, por más de que según estadísticas, los niveles de pobreza y extrema pobreza se habrían reducido, pero a niveles insuficientes.

Dado que la mayoría de estas personas están en edad productiva, la falta de ingresos hará que se pierda demanda agregada y ahorro, que es lo que viene ocurriendo en nuestro país, pues lamentablemente el gobierno anterior no se ha propuesto estructurar planes formales estratégicos que pudo haber paliado en parte la falta de fuentes de trabajo de la cual seguimos adoleciendo.

Seis de cada 10 jóvenes ante la falta de oferta de un trabajo formal, y para no quedarse con “las manos vacías no tienen otra opción más que aceptar empleos informales, con salarios mensuales por debajo del mínimo legal.

En contrapartida a nivel estatal seguimos dilapidando los recursos públicos, incorporando jóvenes con escasa preparación académica, percibiendo sueldos millonarios, resultado de las prebendas y el clientelismo político, distantes de capacidad e idoneidad.

Decimos que podríamos crear hasta el 2028 no menos de 500.000 nuevas fuentes de trabajo.

Difícil, aunque no imposible, teniendo en cuenta que hasta ahora no hemos logrado mantener crecientes las fuentes de empleo.

Necesitamos que nuestros jóvenes puedan empezar a ver “una luz de esperanza al final del túnel”, y que nuestra microeconomía vuelva a movimentarse para que toda esa gente desempleada vuelva a tener dinero en los bolsillos para hacer frente a sus necesidades básicas.

Se hace necesario que asumamos con responsabilidad la formación técnica y académica de nuestros jóvenes, que les permitan responder a la demanda del mercado laboral, dado que miles de ellos NO ESTUDIAN NI TRABAJAN, creando frustración y desmotivación por la falta de oportunidades.

Aproximadamente 452.000 jóvenes entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan, lo que de por sí refleja la problemática laboral dentro de nuestro mercado, viéndose muchos de ellos obligado a seguir migrando del campo hacia las ciudades en busca de una posición laboral.

La inserción de nuestros jóvenes en posiciones laborales de menor calidad se mantiene, salvo excepciones, casi sin variación, dando lugar al subempleo y a la informalidad.

Aproximadamente el 35 % de los jóvenes desocupados han concluido solo el ciclo primario, siendo en términos relativos muy similar a los que concluyeron la educación media atribuible a factores de orden económico (necesidad de empezar a trabajar a temprana edad por falta de recursos económicos.

Los niveles de desempleo impactan negativamente en nuestro desarrollo económico, a pesar de contar con buenos indicadores a nivel macro, debiendo la pobreza y pobreza extrema ser combatidas con fuerza y convicción, y sobre todo con profesionalismo, proactividad, capacidad innovativa, sin fanatismo político a través de una sólida alianza con empresas del sector privado.

Hemos podido acceder desde hace varios meses al GRADO DE INVERSIÓN, que pudiera motivar a inversionistas extranjeros venir a radicar sus capitales en nuestro país, pero con resultados mínimos obtenidos hasta ahora, siendo nuestras debilidades estructurales en varios sectores las principales áreas críticas de riesgos.

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