- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No son pocos los que con ladina intención siguen sosteniendo que el Partido Colorado nunca tuvo una ideología definida. Que puede ir de la izquierda a la derecha y quedarse un tiempo en el centro según los intereses coyunturales. A ellos les conviene que la doctrina colorada sea una masa gelatinosa que se amolda al recipiente en que es vertida de acuerdo con los objetivos de la dirigencia de turno.
Para su desengaño les decimos que la doctrina colorada no solo no se alinea a las imposiciones de las modas ideológicas, sino que, al contrario, posee la suficiente contundencia y solidez para cambiar las circunstancias cuando estas atentan contra el ideal de “asegurar para el pueblo una participación creciente en los beneficios de la riqueza y la cultura, y garantizar la evolución hacia una sociedad igualitaria, sin privilegios ni clases explotadas” (Declaración de Principios de 1947).
Se resisten a comprender que a partir de Blas Garay, a finales del siglo XIX, el Partido Colorado asume una posición doctrinaria orientada hacia un programa de contenido social, que encuentra continuidad y consolidación en Fulgencio R. Moreno e Ignacio A. Pane, fervientes partidarios –como ya dijimos– de la intervención del Estado en el ámbito económico como condición necesaria para garantizar el desarrollo progresivo de los pueblos, la integración constante del cuerpo social y la redención de los trabajadores y campesinos, liberándolos de la opresión del capital.
Algunos apostaron directamente al socialismo como la sustancia que se funde en lo más íntimo de la doctrina del Partido Colorado: la emancipación del hombre de todos los poderes de explotación y opresión, con vocación para establecer condiciones sociales que garanticen el libre desarrollo del mayor número posible de seres humanos.
Hipólito Sánchez Quell, en un discurso pronunciado en marzo de 1930, al aceptarse su ingreso al Partido Colorado, señalaba que “el individualismo ha tenido su luminoso cuarto de hora, pero es innegable que cedió hace tiempo ante el empuje de las ideas sociales, más justas, por ser más humanas”. Este mismo intelectual republicano, en la Convención de 1930 ratifica que “el socialismo ha prestado por lo menos un inmenso servicio a la humanidad: ha aproximado a los gobernantes y las clases dirigentes el dolor de los humildes y desamparados”. Y añade que se debe tomar lo que el socialismo tiene de justo, de lógico y de útil para inyectarlo a nuestro partido. “Con ello –dice– habremos hecho una gran obra de reparación social y habremos llenado una sentida necesidad nacional”.
En esa misma ocasión, el joven Juan Ramón Chaves es, aún, más categórico e incisivo: “El socialismo es la única fuerza nueva que se dibuja en el escenario político mundial. Persigue una justicia muy humana, encarnada en el elevado dogma kantiano: que el hombre sea un fin en sí mismo, y no un elemento explotable en provecho de los demás”. Si los mayores no cambian de ideas, advierte, no hay razón para que “los jóvenes sigamos la vieja ruta; nosotros debemos marchar al ritmo de la vida”.
Muchos de los políticos de aquella época creyeron incompatibles el nacionalismo que dio impulso al Partido Colorado y la incorporación de las ideas socialistas a su doctrina, pero los ideólogos republicanos respondieron que ambos principios son perfectamente armonizados.
En los últimos años algunos pretendieron etiquetar al partido lejos de su matriz ideológica. Luis María Argaña, uno de los últimos intelectuales republicanos, quien enarboló las banderas de la libertad con justicia social, reivindica la esencia doctrinaria del coloradismo. La economía debe estar al servicio del hombre y no al revés, sostiene, para concluir: “La redención política no tiene relevancia si no se emancipa al hombre de la miseria”. Y con la contundencia que fue la impronta de su personalidad ubicó al Partido Nacional Republicano como de centro izquierda.
Y la emancipación del hombre y de la mujer de la pobreza no se conseguirá por el camino del neoliberalismo. El capitalismo nunca fue la solución para el desarrollo de los pueblos pobres. En lo personal insistiré en la solidez del pensamiento humanista y el compromiso con los ideales. Y en la vocación social de la Asociación Nacional Republicana, más allá de las prácticas que desnaturalizan su visión doctrinaria.
Pero, sobre todo, seguiré expectante de aquella proclama, ferviente y plena de fe en el ser humano, lanzada en 1916 por Ignacio A. Pane: “En el Paraguay no hace falta fundar un partido socialista, el Partido Nacional Republicano ya lo es”. Seguiremos. Buen provecho.