• Víctor Pavón (*)

El monopolio parte de la idea que su existencia es necesaria debido a que las personas no saben lo suficiente sobre lo que hacen y que no hay de qué preocuparse debido a que se estará en sus buenas y eficientes manos.

El lema monopólico puede expresarse así: Nosotros, el monopolio, decidiremos por usted; no se preocupe, lo único que debe darnos es su dinero y si no puede se lo quitaremos, primero con multas y si se resiste lo encerraremos en la cárcel, y todo por su propio bien.

Durante el transcurso del tiempo, el monopolio se fue adjudicando facultades supremas para actuar en nombre de los demás y sus intelectuales inventaron la teoría de un contrato “social” donde los administradores de lo que llaman la “cosa pública” adquirieron el doble rol de juez y parte.

Luego se fue perfeccionando. Fue así que cuando la organización llamada Estado otorgó poder especial y excluyente a un grupo determinado dio carta de corso impidiendo toda competencia en su contra.

Estamos ante una organización profundamente autoritaria e inmoral. Un absurdo económico por lo que hace y deshace con los recursos de los demás conseguidos a la fuerza, hecho que también suscita un problema de orden político y moral.

Político porque sus propios administradores saben que aquello del servicio público es muy relativo. El monopolio por su naturaleza tiene carta blanca de absoluta discrecionalidad. Los recursos son utilizados sin correspondencia de contraprestación y calidad. El dinero que tiene y es mucho, otros han producido, e ingresará a sus arcas por orden de una “ley” aprobada por el mismo Estado que dispone, como dije, en su doble carácter de juez y parte.

El monopolio cuyo nombre es Leviatán, igualmente es un absurdo moral. Una orden coercitiva desde el poder que ordena a los demás a quienes no se les consulta si desean seguir utilizando el servicio monopólico aun cuando sea pésimo, tiene una respuesta única e irrevocable: ¡Sigan pagando!

El Estado si desea vestirse de empresario hasta puede dedicarse a producir caña. Es un privilegio que no puede dejar de ostentar, total el dinero lo dispondrá cuando desee, vía impuestos, deudas, subsidios, franquicias y hasta si necesario fuera condonarse sus deudas.

A diferencia del sector privado donde la actividad de un individuo o de la empresa depende de la satisfacción por el servicio o producto ofrecido, el monopolio estatal está supeditado a los criterios de políticos y burócratas de este antiguo régimen.

Ni siquiera los vástagos del Estado pueden ser competitivos y mucho menos moral su existencia. si tiene pérdida conseguirá más dinero y si va a quiebra lo mismo se apoderará de recursos para continuar.

Este también es el caso de las municipalidades. Como ni siquiera cumplen con lo mínimo, barrido de calles, aseo y hermoseamiento de plazas y parques, cada año emiten bonos para pagarse sus propios despilfarros; todo con cargo al dinero de los demás, los contribuyentes. Lo expuesto aquí son mis breves apuntes sobre lo que se llama el Estado.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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