- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
Muchos dicen que las comparaciones son horribles. Sin embargo, creo que argumentar con ejemplos puede llegar a ser sumamente didáctico y que en el fondo lo malo no son las comparaciones en sí mismas, sino que lo realmente horrible es no saber hacerlas.
En Paraguay, tuvimos un presidente que dijo que “en cinco años el país iba a avanzar cincuenta años”, teniendo en cuenta que los periodos gubernamentales duran un quinquenio. Ahora bien, si a los paraguayos nos preguntan cuánto tiempo estuvo Mario Abdo al frente del país, es altamente probable que la respuesta sea que fueron cinco que parecieron cincuenta. Fue un espiral eterno de una crisis tras otra y ni siquiera concluía una y había dos o tres que estaban en su etapa de nacimiento. Una consecuencia casi natural de no solo haber loteado el Estado de manera obscena, producto de las componendas que debió hacer con distintos sectores, cada uno de los cuales reclamaba su coto poniendo al frente de las instituciones a personas cuyas características fueron en la mayoría de los casos la corrupción y en otros una supina inoperancia.
Pero si nos viéramos en la necesidad de elegir una de las miles de crisis que tuvo el gobierno anterior, indudablemente la firma del acta secreta de la Itaipú con el Gobierno del Brasil, sería la cruz más pesada que marco a fuego el verdadero sarambi que fue el nefasto gobierno anterior. Apenas a un año después de haber asumido, Mario Abdo entró en terapia intensiva tras la revelación del documento por la gestión de la represa de Itaipú que implicaba un enorme perjuicio para el Paraguay. Un tal Joselo, funcionario de poca monta, que se presentaba como asesor del vicepresidente de la República Hugo Velazquez, fue el operador. Fiel a su estilo, Mario Abdo trató de presentar el acta casi como un testimonio de orgullo nacional. “Lo que se hizo como Gobierno con miras a 2023, cuando va a ser la negociación de Itaipú, es decirle al Brasil: acá hay un Paraguay serio que no necesita migajas de nadie”, dijo el mandatario. El caso se convirtió en una crisis nacional cuando quedó claro que, como consecuencia del acuerdo, Paraguay iba a tener que pagar entre 250 y 350 millones de dólares más por la energía –los cálculos varían según la fuente–, lo que implicaría un inevitable aumento de las tarifas para los hogares de las familias paraguayas. Todo, en beneficio de otro país, y sin contraprestación alguna. Protestas, renuncias de altos funcionarios y un juicio político de destitución para el que había números de sobra en ambas Cámaras del Congreso. Dos elementos salvaron la situación, Jair Bolsonaro dejando sin efecto lo firmado y que era un no colorado quien estaba en la línea de sucesión.
Es extremadamente oportuno hacer memoria viva de este escenario que acabamos de describir, el profundo y maloliente pozo de traición, entreguismo y cipayismo en el que dejó al pueblo paraguayo el gobierno de Mario Abdo Benítez, poniendo en perspectiva el histórico logro obtenido por la administración de Santiago Peña que pasará a ser sin duda uno de los hitos de su gobierno por la firmeza, inteligencia y alcances de la negociación llevada con los resultados ya sabidos y los beneficios concretos que traerá para todos los paraguayos, marcando un futuro que se presenta optimista a pesar de un grupúsculo de pelotudos que no hacen más que recordarnos a José Ingenieros cuando describía a la mediocridad y a aquellos hombres que la detentan como “la incapacidad para forjarse grandes ideales y luchar por ellos”.
Y es sabido que la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, no se hace con mediocres.