“Dicen que viajando se fortalece el corazón, pues andar nuevos caminos te hace olvidar el anterior. Ojalá que esto pronto suceda, así podrá descansar mi pena hasta la próxima vez”.

Así comienza una entrañable canción del querido Lito Nebbia “Solo se trata de vivir”. Y la usé como título y disparador de la columna de este domingo, donde vamos a hablar de algo que, en este momento, es tendencia en mucha gente, sobre todo en los primeros meses de cada año. Sucede que cada vez que emprendemos un viaje a un nuevo destino, nuestro cerebro se somete a una serie de estímulos y desafíos que pueden tener un impacto significativo en nuestra salud mental y bienestar. Desde la necesidad de caminar por calles desconocidas, hasta la interacción con personas de diferentes culturas y la comprensión de idiomas extranjeros, nuestro cerebro está constantemente procesando información nueva.

Esta estimulación cognitiva puede mejorar nuestras habilidades de resolución de problemas, nuestra memoria y nuestra capacidad de adaptación a situaciones nuevas. Según científicos, el impacto que tiene un viaje en el cerebro humano marca una huella de fuego, fuerte y permanente. Esto significa que la experiencia va a quedar grabada y producirá un aumento de la interconectividad sináptica producto de la motivación y de la transformación. Un informe realizado por el Journal of Personality and Social Psychology, concluyó que los estudiantes que vivieron en el extranjero tienen un rendimiento en tareas de resolución de problemas un 20 % mejor que aquellos que no viajaron, ya que viajar posiciona en un ambiente en el que casi todo puede ser nuevo y todo puede verse desde perspectivas distintas. Según un estudio de la revista académica Academy of Management Journal, las personas que trabajaron y vivieron experiencias profesionales en el extranjero son más imaginativas y creativas que las que permanecieron en su país de origen.

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El estrés es una parte inevitable de la vida, pero viajar a nuevos destinos puede actuar como un alivio natural del estrés. Alejarse de la rutina diaria y las responsabilidades puede proporcionar un descanso mental necesario. Además, la exposición a entornos naturales y paisajes hermosos durante el viaje puede liberar endorfinas y reducir los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Quizá una de las emociones que nos da más ilusión y motivación es, sin duda, dejar nuestra vida cotidiana y lanzarnos a la aventura de viajar. Enfrentarse a nuevos lugares, sensaciones, olores, sonidos o sabores hace que obliguemos a nuestro cerebro a usar todas sus capacidades, manteniéndolo activo y sano. Ya lo decía Mark Twain, escritor estadounidense y viajero empedernido: “Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”. Y la ciencia le dio la razón.

Mark Twain, en el siglo XIX, describió con increíble precisión aquello que los neurocientíficos del siglo XXI han podido demostrar en sus laboratorios: viajar es un ejercicio que desarrolla potencialidades neurocognitivas y que transforma nuestra forma de ver y sentir las cosas. Viajar modifica nuestro cerebro porque los viajes estimulan nuestro cerebro, lo vuelven más plástico, más creativo, y nos dan más capacidad de comprender. Todo aquel que haya viajado, sobre todo a países con culturas diferentes, ha experimentado esa sensación de cambio casi inconsciente que nos hace replantearnos las cosas y verlas de una manera distinta. El impacto que tiene un viaje en el cerebro humano marca una huella cognitiva fuerte y permanente, que va a quedar grabada en nuestra corteza cerebral y producirá un aumento de la interconectividad sináptica producto de la motivación y de la transformación.

La sensación de placer de un viaje genera la liberación de diferentes sustancias en el sistema nervioso, como las endorfinas y los factores de crecimiento nervioso, que son facilitadores de una mayor conexión entre las neuronas y de generación de nuevas células nerviosas, lo que llamamos “neurogénesis”. Incorporar nuevas experiencias y desafíos a nuestras vidas es un fuerte estímulo para la plasticidad neuronal y la potencialidad neurocognitiva. Recordemos que la neuroplasticidad es cómo la experiencia modifica nuestra corteza cerebral y eso es el aprendizaje. ¿Qué ocurre cuando viajamos? Nos transformamos, nuestra corteza cerebral cambia con el aprendizaje y los nuevos desafíos, aumenta la capacidad de incorporar conocimiento. Lo nuevo, lo desafiante y lo motivante son las formas con las que el cerebro aprende, recuerda y consolida conocimientos.

Nuestras neuronas pueden crear nuevas conexiones, incluso se pueden formar neuronas, pero para ello es clave entrenar y estimular nuestro cerebro. Y hay tres elementos clave para hacerlo: enfrentar a nuestro cerebro a la novedad, la variedad y el desafío. Viajar cumple con los tres. Las experiencias en el extranjero aumentan tanto la flexibilidad cognitiva como la profundidad y la integración del pensamiento, la capacidad de establecer conexiones profundas entre formas dispares. Al viajar estamos provocando diferentes sinapsis (conexiones entre neuronas) en el cerebro y así potenciamos nuestra neuroplasticidad y mejoramos nuestra reserva cognitiva.

Viajar genera un fenómeno antiestrés, liberación de endorfinas, hasta activa un circuito de recompensa, dopaminérgico, que nos da bienestar. Esto produce cambios contundentes en la interconectividad cerebral y en el aumento del número de sinapsis, ya que debemos recordar (como se los conté en detalle en mi último libro CEREBRA LA EDUCACIÓN) que el cerebro aprende cuando está motivado. La clave está en involucrarse en los lugares que uno visita. Si uno trasciende y se implica con la cultura, la gente, los idiomas, no hace más que desafiar una y otra vez al cerebro, que solo aprende cuando está motivado. Por ello, en lo posible, se debe hablar en el idioma del lugar que visitamos, ya que esto también tiene un efecto transformador en el cerebro. Hay estudios que demuestran que en niños que tienen una familia con un idioma madre y viven en un país en el que hablan otro idioma, sus funciones ejecutivas son distintas y mejores en muchos aspectos debido a aprender dos idiomas a la vez, es decir, debido al bilingüismo. Esto fue demostrado por Adele Diamond, neuropsicóloga de la Universidad de British Columbia, Canadá, quien publicó varios estudios sobre el tema.

Otros estudios han demostrado que someternos a experiencias nuevas que podamos resolver satisfactoriamente mejorar nuestro estado de ánimo, reduce las hormonas del estrés y nos hace más creativos. Al salir de la rutina podemos obtener nuevas perspectivas sobre la vida cotidiana. Viajar y vivir una experiencia y aprendizaje multicultural, mejora la flexibilidad de ideas y con ello la habilidad para resolver problemas, desarrolla el pensamiento lateral, incrementando la capacidad de detectar conexiones y asociar conceptos, favoreciendo la creatividad. También, cuando emprendemos viajes muy deseados, tal vez a un destino espiritual o a un lugar exótico soñado toda la vida es tan fuerte lo que nos produce que puede hacernos cambiar hasta nuestra forma de ser, por eso es que los viajes religiosos tienen un doble impacto, desde lo histórico y espiritual, y dejan una impronta muy grande. En todo concepto, el viaje siempre empieza en el momento de planearlo. Aprovechar al máximo el efecto positivo de viajar implica una programación cognitiva que comienza en el momento mismo de la toma de la decisión; allí se pondrán en juego, en primer lugar, nuestras expectativas. Abrir todos los sentidos: mirar, explorar, oler, escuchar, sentir, tocar. Tomarse el tiempo necesario para que el viaje no transcurra sino que se interiorice. Al andar se abren nuevas vías de conexión nerviosa y se estimula la neuroplasticidad.

En fin: viajemos que el cerebro lo agradece. Viajemos desde el momento en que lo soñamos, lo planeamos y lo ejecutamos. Todo DE LA CABEZA. ¡¡¡Nos vemos, viajeros...!!!


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