Lain Ching-te, un médico nacido en 1959 en Taipéi, capital de la República de China (Taiwán), y formado en la Universidad de Harvard (Estados Unidos) ha recibido de parte del 40 por ciento del electorado de su país la llave del “volcán en erupción” más grande del mundo: ser presidente de Taiwán y con ello la responsabilidad por la mitad del estrecho del mismo nombre, un lugar por donde circula gran parte del comercio naviero mundial.

El problema de Ching-te no sería diferente al que tuvieron que enfrentarse todos sus antecesores, de no ser por la consideración de “alborotador” por parte del dueño del otro lado del estrecho, Xi Jinping, líder de la China comunista, quien sin dudas apretará tuercas para presionar más y más al nuevo gobierno de la isla.

Explicar el contexto y la historia de este enfrentamiento que se inició en 1949 sería repetitivo para tan poco espacio, por tanto es mejor enfocarse en un futuro próximo cercano.

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Sin embargo, no podemos obviar el hecho de que a comienzo de 1960, Taiwán era un conglomerado de plantaciones de té, azúcar y algún que otro cultivo, con un PIB igual a varios países africanos con problemas de hambruna en esos años. Hoy controla poco más del 60 por ciento de la producción mundial de los semiconductores más sofisticados, dispositivo electrónico utilizado en todos los aparatos electrónicos conocidos.

Quien piensa que el conflicto central del mundo se desarrolla entre Rusia y Ucrania o en algunos rincones del Medio Oriente, como en la Franja de Gaza, está subestimando las posibilidades de un enfrentamiento infinitamente superior que puede llegar a suceder en el Estrecho de Taiwán.

China o Xi Jinping (es lo mismo a efectos prácticos) tiene como objetivo no concluir el 2030 sin una reunificación total. Ellos siguen considerando a Taiwán como una provincia rebelde, cuando por más de 60 años los taiwaneses han dado muestras de madurez democrática y económica. Sería ingenuo pensar que también han logrado una independencia militar, al menos no para hacer frente a China, pero las fuerzas militares taiwanesas están entre las más fuertes del mundo, por tecnología y por recursos humanos calificados.

Más que nunca importa el apoyo que pueda dar Estados Unidos, que, por cierto, apuesta todas sus fichas a mantener el status quo, no modificar nada de lo que ha venido ocurriendo en la zona, y esa sería la más inteligente jugada de Taiwán, mientras gana tiempo quizás esperando a que China se canse de ese juego que también desgasta su propia economía y hasta su prestigio.

Tampoco se espera que Ching-te sea el “alborotador” del que habla Xi Jinping. Más bien fue el líder chino quien intentó alborotar las elecciones del sábado pasado, interfiriendo de manera descarada a favor de Hou Yu-ih, del Partido Koumintang, que es más moderado cuando conversa con el otro lado del Estrecho de Taiwán.

Claro, la intervención de China en las elecciones de Taiwán no debería sorprender en un régimen dictatorial que no permite la participación (ni siquiera la creación) de otros partidos políticos y donde sus centenas de millones de habitantes están obligados políticamente a pensar igual.

Los habitantes de la República de China (Taiwán) han elegido su propio sistema de gobierno, la perfectible democracia, y China desea destruir esa creación. Definitivamente el “alborotador” está al otro lado del Estrecho de Taiwán.

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